martes, 28 de febrero de 2012

MINIFICCIÓN







POLILLA Y DRAGÓN


Aunque vivió muchos años de su vida investigando sobre dragones no creía en estos. Tampoco en unicornios a pesar de que a prudente distancia uno de ellos lo seguía cuando caminaba por las montañas de su pueblo, inmerso en la práctica del hash dar dam. Era experto en la ciencia de la llave. Gracias a los textos del Al–Yaber, Kazwyinyi y Mahommed ben Zakaria, la ciencia de la letra M (misam: balanza) con la cual se determinan pérdidas o ganancias en todos los cuerpos sometidos a combinaciones químicas, lo había inducido a releer el Libro del Amado y del Amigo, de Raimundo Lullio, descubriendo en cada nueva lectura más razones para su particular búsqueda.

Su imaginación era nido de dragones. A pesar de ello no creía en tales seres con la certeza que sí guardaba hacia las polillas, cuando por las noches al encender una veladora para leer se precipitaban sobre la llama. Igual que con su pensamiento en torno a los dragones, al hombre poco le importaba el trágico destino de las incineradas polillas flotando en el aceite de la veladora. Producto de lecturas y deducciones, imaginó que la polilla ocultaba algo indefinible en su insistencia al sobrevolar la llama. Dicho insecto adquirió para él un tamaño mayor que el natural.
Cerró sus libros y se dedicó a observarlas.

Elucubró respecto a tantas facetas de la vida de las polillas que, noche tras noche, entre la mortecina luz de la veladora y los hilillos de luna sobre las alas del búho, la polilla creció en su mente hasta transformarse en un monstruo que le llenó de pavor. Tanto se agigantó la polilla en su imaginación, que una madrugada se le apareció un dragón blanco, de adolescentes ojos verdes y el hombre no le prestó la menor atención porque en su mente continuaba creciendo la polilla.








LA UVA DE LOS FILÓSOFOS


Tuve una visión. Vi a los filósofos de occidente desfilar hacia la sombra de un enorme árbol: El árbol Gulmohar. Pero este árbol era mayor que los de su especie y los filósofos caminaban silenciosos. Por primera vez en su vida no discutían. No intentaban convencer a otros de sus ideas y tampoco se atropellaban ni tenían prisa por adelantarse. Llegaron al árbol y sin que faltara espacio para ninguno, se sentaron en círculo junto a una uva madura. La miraron como si allí estuviesen los viñedos del mundo a su disposición.

Ninguno alargó la mano para coger esa uva y comérsela.

Vi sus miradas: Reflejaban tristeza. En mi visión sabía que con uno de ellos que hubiese cogido la uva y la hubiera masticado, todos se habrían embriagado y danzado jubilosos bajo el protector árbol. Pero sólo miraban y nada más. “Es la respuesta a cuanto se preguntaron”, escuché una voz entre el follaje del árbol, “pronto continuarán su viaje hacia otros árboles y otras frutas”, añadió la voz. Y en mi visión miré adelante y vi un bosque, un bosque sin límites y sin aves, con mucha niebla.









COBARDÍA


El día primero su habitación se llenó de agua salada y pequeños trozos de madera. Varios peces muertos golpearon su cabeza. Quiso arrodillarse para orar, pero resbaló.

El día segundo casi perece estrangulado por el rítmico movimiento de las paredes de su habitación. La viscosidad entre la cual flotaba lo hizo vomitar. Un fragmento de coral rosado le hirió la frente. Sobreponiéndose al estupor, por primera vez murmuró: “¡Perdóname señor!”.

El día tercero asistió al deslumbrador amanecer, imaginado a través de la pequeña cavidad por donde se filtraron tenues rayos de luz hasta la esponjosa estancia. Cuando quedó sumido de nuevo en la oscuridad, escuchando el rumor que provenía de la habitación contigua y que no lo había dejado dormir, pudo arrepentirse de su cobardía y orar.

Maltrecho pero con el espíritu de la profecía floreciendo en sus labios, Jonás se encomendó a Yavé y se encaminó presuroso hacia Nínive.









MENOS QUE PARADOJA


Si sueño con mariposas y al despertar encuentro un dromedario volador, es señal clara de que sigo soñando al despertar. Por consiguiente: La mariposa que encuentre despierto puede ser un dromedario. Igual que el dromedario puede ser una mariposa. Pero si la mariposa es mariposa como si no soñara y el dromedario es dromedario como si soñara, es contundente prueba de que sueño con mariposas jorobadas que no son dromedarios y con dromedarios voladores que son mariposas. Hasta aquí, nada confuso: Duermo o estoy despierto. Pero si sueño con mariposas jorobadas y al despertar encuentro un dromedario que no vuela, es señal de que sueño en el sueño. Lo recomendable es dormirme pronto para tener la suerte de encontrar, al despertar, un dinosaurio que a estas horas de la literatura es más normal que la mariposa jorobada o el dromedario volador.










EL DISCÍPULO


No tarda la luna llena. Hago esfuerzos para no vomitar. Me agrada el ron con hielo. Masticar el hielo o tenerlo entre los dedos. Eudoro Pinzón. Creo que así me llamaba. Eudoro por un perro que tenía mi padrastro y Pinzón por parte de mi madre. No tengo dinero para otra botella. Estuve siete años en una comunidad sufí Bektashi. Fui discípulo de un maestro Naq’shabandi. Duermo en cualquier rincón sin morder a los perros ni pelear con mendigos. La gente me elude porque hablo con la luna llena y conozco algunos secretos de la noche. No soy poeta. Entretejo alfombras. Mi ropa causa repulsión. No tengo más. Estuve desnudo en Shams–i–Balk, el templo Bactriano del Sol, cuyas ruinas se ven cerca de la frontera norte de Afganistán, en Balkh.

No vomitaré. Hay cangrejos en las paredes. De niño quise una tortuga. Pronto saldrá la luna llena y abandonaré este bar sin que me echen a empujones. ¿Con quién hablar aquí? Hasta las putas me rechazan. Ayudé a traducir del turco al inglés la obra de Khwajagan Hamedani, del eminente sufí Husan Lufti Susud, Dinastía de los maestros. Mi nombre no se cita en la edición. Cuando me expulsaron de la comunidad aún no bebía vino. Misericordioso conmigo, en una de las Tekkiyas de Ahmed Yesevi aprendí ejercicios y música para controlar este cuerpo y estas emociones. Por eso no voy a vomitar. Mucho ron. Mucha luna llena. Muchas miradas. ¿Esa música viene del leve oleaje del mar? Nadie quiere recitar conmigo rubaiyats de Khayyam. Saldré a vomitar, es lo mejor para todos.









JARDINEROS


Sobre la colina, el anturio negro con una sola flor que resalta en cualquier hora del día. O de la noche. Para llegar a ella, un estrecho camino. Dicen que un ángel rabioso protege la flor. Otros aseguran que es falso lo del ángel pero que el sendero está lleno de serpientes. Si subes a cercenar la flor el problema es tuyo. Quienes escuchan las leyendas en torno a este anturio, quieren cortarlo. Y suben exponiéndose a los horrores que se relatan. Es imprescindible una daga. Dicen que alguien subió con Excalibur y tampoco pudo cortarla.

Regresan sin ella, con dagas melladas y ojos húmedos. ¿Lo bueno? Se vuelven jardineros. ¿Lo malo? No hablan. Ninguno de quienes subieron y regresaron al pueblo, habla. No se sabe qué sucede entre ellos y el ángel.









LA VOCAL A


Quería originalidad. Se dedicó a contar cuántas veces estaba la vocal a en La comedia humana, en Las mil y una noches; en Don Quijote, en La Biblia y en el Ramayana. Investigar las razones por las cuales tal letra figuraba más veces que la x, la w o la s. Los ritmos que adquirían los párrafos. Por qué había más aes en un párrafo y en un capítulo, que en otros. Sus indagaciones literarias las apoyó en importantes teóricos posmodernos de la lengua, la filosofía y la narrativa; en complejas teorías semióticas, en postulados lingüísticos de mucho peso. Desde su visión, las aes se convirtieron en la esencia del texto y de cuanto quería comunicar cualquier autor. Lo demás quedaba relegado a planos secundarios dentro de la estructura del libro: personajes, ámbitos, argumentos, descripciones.

El comentarista prepara otras aproximaciones a otras obras, a partir de las demás vocales. Hay interés académico por parte de profesores universitarios, de críticos y de varias editoriales.








PALABRA ESCRITA


El Viejo de los Harapos se consideró poeta y se detuvo ante el portal que daba acceso al lago de las flores. Al ver el último jazmín ingrávido sobre la roca, pronunció la palabra secreta y dijo jazmín, porque tenía dudas.
Del jazmín brotó el árbol Ming–ling cuya primavera dura 500 años y otros 500 su otoño. Entonces el Viejo de los Harapos se cobijó con su sombra y bajo ella pronunció de nuevo la palabra secreta, agregando la palabra Ming–ling porque seguía dudando. No parpadeaba todavía cuando escuchó el canto del canario azul, reclamándole: “¿Por qué te llamas poeta y hablas tanto?”. Recogió la pluma que descendió entre sus pies y la observó. Quiso responder pero había hablado mucho ese día. Había hablado mucho, días y años anteriores.
Vacilaba si pronunciar o no la palabra secreta. Entonces dijo Pluma. En un abrir y cerrar de ojos la muelle brisa se convirtió en tornado, alejándose hacia el centro del lago. En su mano relucía la perla de una gota de agua. Al dejarla caer sobre la yerba, vio un bote a su lado y de la gota nació el arroyo que fluía hacia el lago. Entonces profirió la palabra secreta y agregó la palabra bote, porque seguía con dudas. Cuando en sus labios se desvaneció la vocal e, descubrió a la niña sin cabello y de ojos verdes, invitándole a subir.

Pronunció la palabra secreta y subió al bote. Ahora no tenía dudas de ningún tipo. La niña remó hacia el lago de crisantemos.








CAZADOR DE DRAGONES


A Charlie Trumbull


La gente del pequeño reino no soportaba el reiterado vuelo de dragones. Desde el amanecer hasta el anochecer desplazaban águilas, ruiseñores y libélulas. Dragones de todos los tamaños, inoportunos y agresivos.

Solicitaron sus servicios al cazador de mariposas. Hombre frágil de ojos grises, con centenares de mariposas en las paredes de su hogar. ¿También caza dragones? Puedo, respondió, señalando la red con que atrapaba mariposas. ¿Con eso nos librarás de los dragones? El cazador nada dijo y sonrió hasta cuando ellos se fueron.

Al día siguiente, con su red en la mano subió a una colina por donde los dragones volaban con frecuencia. Todo el día agitó la red en el aire y corrió de un lugar para el otro o se mantuvo inmóvil bajo una rama. O improvisó repentinos saltos. Los dragones le miraban sorprendidos. Entrada la noche, fatigado y con la red vacía, regresó al pueblo. A partir del día siguiente no hubo más dragones. Se fueron del reino. El cazador tampoco volvió a atrapar mariposas.

N. del A: C. Trumbull es el actual director de la famosa revista norteamericana de haiku, Modern Haiku, que ha dedicado espacios a mi poesía.








COMPAÑÍA


No es necesario verificar tu presencia tras la cortina. Ahí permaneces desde mucho tiempo atrás, cuando adornamos la ventana. Yo a tu lado sin que aquello revise mi presencia en este lado del cortinaje. Es el límite entre ambos. No transgredimos sus fronteras. Ninguno de los dos la extendemos cuando estamos aquí. Él en su lado y yo en el mío. Cuando alguno de los dos no está, entonces se corre y se puede mirar la habitación. Si es él, puedo mirar la montaña o algún sinsonte que cruza. Cada uno en sus actividades, separados sólo por la cortina. Si por algún motivo la corro, tú desapareces. Si lo haces tú, yo desaparezco y en este lado no hay un hombre leyendo ni se escucha la música de Lacrimosa, a las doce de la noche. La cortina continúa ahí. Rígida, fingiéndose inerte. Sirve de frontera entre dos que nos presentimos. En realidad nos basta suponernos y este presentimiento vuelve reales su mundo y el mío. Es maravilloso no correr la cortina, dejar que sus pliegues sean el lenguaje con el cual nos comunicamos.




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