Yngwie Malmsteen |
Para entrar en las arrebatadoras
dimensiones estéticas e interpretativas del guitarrista sueco Yngwie Malmsteem; para reconocer la
energía de sus trabajos musicales, rupturas y preciosismos propios de la
técnica shred, como productos característicos de eufonías de nuestra época; para aceptar sin dogmatismos que
su guitarra eléctrica no es inferior a un piano o un violín; para comulgar con su
natural audacia musical como forma de tributar admiración a clásicos selectos y
segmentos escogidos de sus obras, introduciéndolos en vitales resonancias del
virtuosismo y las distorsiones de su sofisticada guitarra eléctrica; para
asimilar sus propuestas musicales desde la perspectiva del metal neoclásico -subgénero
del heavy metal con enérgico influjo de
la música clásica-, en torno a obras y
autores de registrada autoridad histórica que conmueven a los intérpretes del
mencionado subgénero, y desde estos elementos de juicio asombrarse con sus
múltiples matices de interpretación, se necesita carecer de sesgos musicales,
no limitarse a la expresión musical de una época determinada y sensibilizarse con
toda clase de ritmos, estilos e instrumentos. Música sin restricciones a las
entelequias del sonido, en una construcción mental de niveles de escucha donde muchos
temas y estilos, cualquier escuela y cualquier género, hacen parte de un horizonte
en el alma y la capacidad de percibir y disfrutar todo tipo de armonías.
En este caso, para entender el
valor musical de Yngwie, si además se tiene oído para la expresión clásica de
la música y su magnitud sicológica, junto con reflexiva tolerancia hacia la
música moderna que en algunas de sus manifestaciones parece alabanza de lo
desafinado y del rechinamiento, estamos maduros entonces para regocijarnos con el instrumento
y los temas del mayor guitarrista contemporáneo de metal neoclásico, capaz de crear
lugares de comunicación estética entre algunos clásicos y el citado subgénero
del heavy metal.
Escuchar fragmentos gloriosos de Bach, Vivaldi, Paganini, Mozart, Albinoni o Beethoven, por
ejemplo, en los arpegios y veloces escalas que identifican el estilo shred, en una
arrolladora guitarra eléctrica con accesorios tecnológicos sugerentes,
enriquecedores de las conocidas tonalidades clásicas, es una experiencia total con la música, imposible de
rechazar por el melómano apasionado. Yngwie, maestro de la presteza y del
vibrato, entra en litúrgico contacto con la presencia musical de grandes
maestros, elegidos por sus particulares sonidos, sumergiéndose en la conciencia creadora de cada uno de ellos
gracias al efecto emocional de temas seleccionados con el fin de participarnos sus
estremecimientos y descubrimientos musicales. Su técnica de guitarra acude a elementos
de digitación del violín, empleados
por Paganini y Vivaldi, sin menospreciar aportes melódicos y armónicos
característicos del Barroco. Pionero del shredding a partir del hard rock, el
heavy metal y el jazz fusión, las técnicas y exigencias guitarrísticas de
Malmsteem permitieron el perfeccionamiento musical del subgénero hasta límites insólitos
en músicos de la talla de Rusting Cooley,
Roderick Giberson, Masayuki Sugahara, Alejandro Silva, Guthrie Govan o Alexi Lahio, entre otros,
cuyas destrezas con la guitarra
eléctrica son auténticas celebraciones del sonido en dicho instrumento y un
recorrido de excelso refinamiento por las piezas que interpretan todos ellos,
clásicas o modernas, de recargado virtuosismo, con melodías complejas en
extremo y sin atender demasiado a las frases musicales en aras de la velocidad.
El melómano o el musicólogo no restringidos
por movimientos, épocas históricas, géneros, obras, temas y músicos perennes
dentro del ámbito, acogerán fácil y sin severidades críticas estas versiones en
metal neoclásico, sin notar cambios o desproporciones de las obras originales.
El transformador aire de la guitarra eléctrica introduce en las piezas
musicales clásicas un dionisiaco ritmo de vitalidad y sensual alegría. Quienes aman la música clásica y valoran sus heterogéneas
consecuencias, sin subvalorar manifestaciones propias de la sociedad y del
tiempo donde vivimos, y las profundizan sentimentalmente conmoviéndose con modelos
específicos y autores e instrumentos de este siglo, con certeza hallarán un
nuevo mundo de sensaciones no solo auditivas sino espirituales, existenciales,
cuando consagren tiempo y atención a músicos
de la calidad del citado sueco.
Malmsteen nació en Estocolmo, en
1963. Desde los siete años de edad, al ver el video de Jimi Hendrix quemando su
guitarra en el festival internacional de música pop, en Monterrey, antes de
finalizar la canción Wild Thing, le
quedó imborrable tal escena. “Yo también
quiero hacerlo”, anunció el precoz niño a sus padres, arrullando la guitarra
que estos le regalaran para hacerle menos frío el invierno de aquel año. Mayor
habría sido la exaltación visual y
auditiva del pequeño si antes de ver a Jimi hubiese observado la piromusical complacencia de Jerry Lee Lewis, convirtiendo
su piano en danzante hoguera durante uno de sus conciertos. Yngwie explica: “El día que Jimi murió, me pusieron un video
de cuando quemaba la guitarra y eso me hizo querer ser guitarrista. Pero no escuché
su música: era algo más visual. Eso fue lo que me impactó para tocar”
De lo clásico a lo contemporáneo,
con guitarras re-trasteadas y cuerdas de latón, utilizando especialmente las Fender
Stratocaster hechas en madera de Xenxo, este virtuoso de la guitarra eléctrica
presenta fracciones de obras trenzadas con ritmos poco usuales, sin
desfiguración de lo básico en la pieza musical interpretada, pero con otras tonalidades
situando al tema en nuevas líneas estéticas. Nuevas formas de sentir y escuchar
la música antigua, asimilándola con el
estilo de nuestro tiempo. La guitarra de Yngwie Malmsteen, desbordada o serena,
fraterniza con todos los instrumentos para dar su propia visión de lo alusivo y
misterioso en la música. De acuerdo con la crítica, el álbum Trilogy (1986) es el referente mayor de
su estilo y su técnica, aunque el de más éxito comercial fue Odyssey (1988). Un ejemplo de tal
síntesis, lo alcanzó con la realización de
uno de sus sueños musicales: en 1998 llevó a cabo su proyecto Concerto Suite For Electric Guitar and Orchestra in E Flat Minor Opus 1, grabando el
disco con la Orquesta Filarmónica de Praga y, tres años después, ejecutando en
directo el concierto con la New Japan Philarmonic. “Amo tocar en vivo y el sonido cuando estoy en un buen lugar, con la banda sobre el escenario. Es
simplemente hermoso. Trato de llevar tal sonido al estudio. Mucha gente intenta
recrear sus álbumes en vivo. Yo me propongo lo contrario: que la vida se sienta
en el estudio. Pero este es también el laboratorio donde puedes ser el científico loco. Eso cambia las cosas. En vivo, es
como una zona de batalla, como estar en la zona de guerra. Realmente amo ambos
espacios. Es un gran contraste”, reconoce el compositor.
Si desde lo coetáneo no se menosprecia
lo clásico y desde aquí se reconoce lo actual, el regocijo con esta variedad de
arreglos, franca heterodoxia musical, es experiencia auditiva fascinante. Con
sus interpretaciones, a varios temas clásicos sin pérdida de su esencia
intemporal los reboza de ansiedades y júbilos, de imperiosas necesidades
propias de nuestro siglo, rubricándolos con el lenguaje de nuestras soledades y
miedos para acompañar heridos sentimientos de dolor y muerte, aislamiento, ser
y no ser en este hormiguero social. Es él, como músico con sus propuestas, sin
dejarse absorber por el maestro original, con destreza para reproducirlo en sus
zozobras y quietudes. Es recomendable escuchar varias veces cada composición del
sueco, para descubrir la brillantez de su estilo. Malsmteen es el Paganini de
la guitarra eléctrica. Lo sabe y de ello se complace en sus conciertos, donde
las cuerdas de su guitarra son filamentos del alma de quienes lo escuchan. “Lo más importante es estar afinado y también
la expresión, como el vibrato o el glissando. No lo vertiginoso que toques. Para tocar rápido, debes poder
tocar claro como el cristal”, confiesa el genial guitarrista. No es solo
acercamiento y modernización de algunos clásicos. Sus temas siguen también otros
derroteros contemporáneos. Aquí acentúo lo tradicional, aunque hay otros
tópicos interesantes dentro de su discografía con los cuales muchas personas no
disfrutarán, mientras otras los elegirán por ser más de nuestra época. La suya,
es una amplia discografía con intenso sabor del heavy metal, como es natural en
su obra.
Escuchar a Yngwie cuando desde su
prodigiosa guitarra eléctrica desentraña fragmentos escogidos de Bach, Beethoven,
Vivaldi, Albinoni, Mozart o Paganini, es ampliar para el gusto postmoderno más inflexible
las posibilidades musicales de estos con sus obras, haciendo de ellas objetos
estéticos aprehensibles desde instrumentos propios de nuestra época. No son
simples arreglos. No hay transgresiones, amputaciones o irrespetos. Como si a
Bach lo invitáramos a montar en el metro y a Beethoven a navegar en internet. O
a Paganini y Vivaldi los sentáramos frente a un sampler. Uno de mis temas
preferidos en la guitarra de este virtuoso del shred, es la 5th Sinfonía de
Beethoven. Sus sonidos vigorosos penetran los sublimes secretos de tal obra,
acentuándonos la intensidad tempestuosa del do menor en una representación
existencial del espíritu del hombre autorrealizado. Otro tema, arrebatándome
sin descanso en YouTube, es Tocata y
Fuga en re menor, de Bach, facilitando a la guitarra una independencia de ritmo
y sonoridad melancólicas nada comunes.
La consistente sonoridad y brillantez de esta pieza, con abierta
potencia emocional en su cadencia final, incitó a Stokowski a escribir: “es como un conjunto masivo de columnas dóricas de mármol blanco”. Estas metafóricas columnas de Bach, la
guitarra del creador de Rising Force y la patética Like An Ángel, las convierten
en arroyos de lava esparciéndose por el cuerpo y el alma de quien escucha tal
versión.
“Puedo hacer muchas cosas distintas, pero lo que realmente me gusta es
el metal neoclásico. Es mi estilo”, afirma Yngwie. Los guitarristas shredding
(trituradores) son un introspectivo espectáculo para la vista y el oído. Todos
tienen la potestad para abrir y cerrar las puertas del cielo y del infierno, de
la nada y el absoluto con sus composiciones. Búsquense, de la comunidad de
metaleros neoclásicos, las interpretaciones solitarias donde muestran sus habilidades con temas para dejar sin
respiración al espectador. Hoy por hoy, existen pocos continuadores de tal
técnica. El facilismo impide a muchos guitarristas emprender el camino de dicha
disciplina musical. Cada guitarra en los dedos de estos compositores, es puerta a otra dimensión divina o infernal de
la música.
Sin saberlo a conciencia, cada
intérprete manipula con su instrumento una clave, parte de la totalidad desde
la cual puede explicarse el ritmo del universo cualificando los sonidos de las
esferas al unificar las claves iniciadas por los clásicos con sus
composiciones, como en el caso del solo interpretado por Van Halen en Eruption, que a escuchar para confirmar la atracción del
shred dentro del subgénero mencionado. Poseo
para mi solaz musical nocturno, cerca de cien solos con guitarristas de metal
neoclásico. Son mi yajé musical. Embriagadora poesía para el oído. Usted puede
conformar su propio repertorio si llega a inquietarse con tal expresión
melódica y está dispuesto a pasar por las horcas caudinas de la guitarra
eléctrica. A quien desee comprometerse con tan fascinante riesgo musical, le propongo
algunos nombres de prestigiosos talentos para dar sus primeros pasos en esta
expresión del heavy metal: Eddie Van Halen, Randy Rhoads (Suicide Jam), Vinnie Moore (Eye of The Beholder), Marty Friedman (Kind of Ballad), Paul Gilbert (uno de sus solos más
conocido, fácil de encontrarlo en You Tube), Tony MacAlpine (Tears of
Sahara), Jason Beker (Altitudes).
Con Malmsteen a la cabeza, en
cada uno de estos nombres y muchos otros no aludidos, con sus solos de guitarra
eléctrica o acústica, se puede convocar el más fantástico concierto donde Dios
y el demonio no se harían rogar como invitados especiales. A los devotos de
santa-guitarra- eléctrica interesados en comulgar con esta modalidad musical,
desde la guitarra de Yngwie les sugiero autoiniciarse con el popular bulo musical conocido como Adagio en sol menor, o también Adagio
de Albinoni, atribuido a Tomaso Giovanni Albinoni pero en realidad obra del
musicólogo italiano Remo Giozotto.
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