domingo, 5 de febrero de 2012

LA INCENDIARIA GUITARRA ELÉCTRICA DE YNGWIE MALMSTEEM


Yngwie Malmsteen
                                                                                                                                       

Para entrar en las arrebatadoras dimensiones estéticas e interpretativas del guitarrista sueco Yngwie Malmsteem; para reconocer la energía de sus trabajos musicales, rupturas y preciosismos propios de la técnica shred, como productos característicos de eufonías de  nuestra época; para aceptar sin dogmatismos que su guitarra eléctrica no es inferior a un piano o un violín; para comulgar con su natural audacia musical como forma de tributar admiración a clásicos selectos y segmentos escogidos de sus obras, introduciéndolos en vitales resonancias del virtuosismo y las distorsiones de su sofisticada guitarra eléctrica; para asimilar sus propuestas musicales desde la perspectiva del metal neoclásico -subgénero del heavy metal con enérgico influjo  de la música clásica-, en torno a obras  y autores de registrada autoridad histórica que conmueven a los intérpretes del mencionado subgénero, y desde estos elementos de juicio asombrarse con sus múltiples matices de interpretación, se necesita carecer de sesgos musicales, no limitarse a la expresión musical de una época determinada y sensibilizarse con toda clase de ritmos, estilos e instrumentos. Música sin restricciones a las entelequias del sonido, en una construcción mental de niveles de escucha donde muchos temas y estilos, cualquier escuela y cualquier género, hacen parte de un horizonte en el alma y la capacidad de percibir y disfrutar todo tipo de armonías.

En este caso, para entender el valor musical de Yngwie, si además se tiene oído para la expresión clásica de la música y su magnitud sicológica, junto con reflexiva tolerancia hacia la música moderna que en algunas de sus manifestaciones parece alabanza de lo desafinado y del rechinamiento, estamos maduros  entonces para regocijarnos con el instrumento y los temas del mayor guitarrista contemporáneo de metal neoclásico, capaz de crear lugares de comunicación estética entre algunos clásicos y el citado subgénero del heavy metal.

Escuchar fragmentos gloriosos de Bach, Vivaldi, Paganini, Mozart, Albinoni o Beethoven, por ejemplo, en los arpegios y veloces escalas que identifican el estilo shred, en una arrolladora guitarra eléctrica con accesorios tecnológicos sugerentes, enriquecedores de las conocidas tonalidades clásicas, es una  experiencia total con la música, imposible de rechazar por el melómano apasionado. Yngwie, maestro de la presteza y del vibrato, entra en litúrgico contacto con la presencia musical de grandes maestros, elegidos por sus particulares sonidos, sumergiéndose  en la conciencia creadora de cada uno de ellos gracias al efecto emocional de temas seleccionados con el fin de participarnos sus estremecimientos y descubrimientos musicales. Su técnica de guitarra acude  a elementos  de digitación del violín,  empleados por Paganini y Vivaldi, sin menospreciar aportes melódicos y armónicos característicos del Barroco. Pionero del shredding a partir del hard rock, el heavy metal y el jazz fusión, las técnicas y exigencias guitarrísticas de Malmsteem permitieron el perfeccionamiento musical del subgénero hasta límites insólitos en músicos de la talla de Rusting Cooley, Roderick Giberson, Masayuki Sugahara, Alejandro Silva, Guthrie Govan o Alexi Lahio, entre otros, cuyas destrezas  con la guitarra eléctrica son auténticas celebraciones del sonido en dicho instrumento y un recorrido de excelso refinamiento por las piezas que interpretan todos ellos, clásicas o modernas, de recargado virtuosismo, con melodías complejas en extremo y sin atender demasiado a las frases musicales en aras de la velocidad.

El melómano o el musicólogo no restringidos por movimientos, épocas históricas, géneros, obras, temas y músicos perennes dentro del ámbito, acogerán fácil y sin severidades críticas estas versiones en metal neoclásico, sin notar cambios o desproporciones de las obras originales. El transformador aire de la guitarra eléctrica introduce en las piezas musicales clásicas un dionisiaco ritmo de vitalidad y sensual alegría.  Quienes aman la música clásica y valoran sus heterogéneas consecuencias, sin subvalorar manifestaciones propias de la sociedad y del tiempo donde vivimos, y las profundizan sentimentalmente conmoviéndose con modelos específicos y autores e instrumentos de este siglo, con certeza hallarán un nuevo mundo de sensaciones no solo auditivas sino espirituales, existenciales, cuando consagren tiempo y atención  a músicos de la calidad del citado sueco.

Malmsteen nació en Estocolmo, en 1963. Desde los siete años de edad, al ver el video de Jimi Hendrix quemando su guitarra en el festival internacional de música pop, en Monterrey, antes de finalizar la canción Wild Thing, le quedó imborrable tal escena. “Yo también quiero hacerlo”, anunció el precoz niño a sus padres, arrullando la guitarra que estos le regalaran para hacerle menos frío el invierno de aquel año. Mayor habría sido la exaltación  visual y auditiva del pequeño si antes de ver a Jimi hubiese observado la piromusical  complacencia de Jerry Lee Lewis, convirtiendo su piano en danzante hoguera durante uno de sus conciertos. Yngwie explica: “El día que Jimi murió, me pusieron un video de cuando quemaba la guitarra y eso me hizo querer ser guitarrista. Pero no escuché su música: era algo más visual. Eso fue lo que me impactó para tocar”

De lo clásico a lo contemporáneo, con guitarras re-trasteadas y cuerdas de latón, utilizando especialmente las Fender Stratocaster hechas en madera de Xenxo, este virtuoso de la guitarra eléctrica presenta fracciones de obras trenzadas con ritmos poco usuales, sin desfiguración de lo básico en la pieza musical interpretada, pero con otras tonalidades situando al tema en nuevas líneas estéticas. Nuevas formas de sentir y escuchar la música antigua, asimilándola con  el estilo de nuestro tiempo. La guitarra de Yngwie Malmsteen, desbordada o serena, fraterniza con todos los instrumentos para dar su propia visión de lo alusivo y misterioso en la música. De acuerdo con la crítica, el álbum Trilogy (1986) es el referente mayor de su estilo y su técnica, aunque el de más éxito comercial fue Odyssey (1988). Un ejemplo de tal síntesis,  lo alcanzó con la realización de uno de sus sueños musicales: en 1998 llevó a cabo su proyecto Concerto Suite For Electric Guitar and Orchestra in E Flat Minor Opus 1, grabando el disco con la Orquesta Filarmónica de Praga y, tres años después, ejecutando en directo el concierto con la New Japan Philarmonic. “Amo tocar en vivo y el sonido cuando estoy en un buen  lugar, con la banda sobre el escenario. Es simplemente hermoso. Trato de llevar tal sonido al estudio. Mucha gente intenta recrear sus álbumes en vivo. Yo me propongo lo contrario: que la vida se sienta en el estudio. Pero este es también el laboratorio donde puedes ser el científico loco. Eso cambia las cosas. En vivo, es como una zona de batalla, como estar en la zona de guerra. Realmente amo ambos espacios. Es un gran contraste”, reconoce el compositor.

Si desde lo coetáneo no se menosprecia lo clásico y desde aquí se reconoce lo actual, el regocijo con esta variedad de arreglos, franca heterodoxia musical, es experiencia auditiva fascinante. Con sus interpretaciones, a varios temas clásicos sin pérdida de su esencia intemporal los reboza de ansiedades y júbilos, de imperiosas necesidades propias de nuestro siglo, rubricándolos con el lenguaje de nuestras soledades y miedos para acompañar heridos sentimientos de dolor y muerte, aislamiento, ser y no ser en este hormiguero social. Es él, como músico con sus propuestas, sin dejarse absorber por el maestro original, con destreza para reproducirlo en sus zozobras y quietudes. Es recomendable escuchar varias veces cada composición del sueco, para descubrir la brillantez de su estilo. Malsmteen es el Paganini de la guitarra eléctrica. Lo sabe y de ello se complace en sus conciertos, donde las cuerdas de su guitarra son filamentos del alma de quienes lo escuchan. “Lo más importante es estar afinado y también la expresión, como el vibrato o el glissando. No lo vertiginoso que toques. Para tocar rápido, debes poder tocar claro como el cristal”, confiesa el genial guitarrista. No es solo acercamiento y modernización de algunos clásicos. Sus temas siguen también otros derroteros contemporáneos. Aquí acentúo lo tradicional, aunque hay otros tópicos interesantes dentro de su discografía con los cuales muchas personas no disfrutarán, mientras otras los elegirán por ser más de nuestra época. La suya, es una amplia discografía con intenso sabor del heavy metal, como es natural en su obra.

Escuchar a Yngwie cuando desde su prodigiosa guitarra eléctrica desentraña fragmentos escogidos de Bach, Beethoven, Vivaldi, Albinoni, Mozart o Paganini, es ampliar para el gusto postmoderno más inflexible las posibilidades musicales de estos con sus obras, haciendo de ellas objetos estéticos aprehensibles desde instrumentos propios de nuestra época. No son simples arreglos. No hay transgresiones, amputaciones o irrespetos. Como si a Bach lo invitáramos a montar en el metro y a Beethoven a navegar en internet. O a Paganini y Vivaldi los sentáramos frente a un sampler. Uno de mis temas preferidos en la guitarra de este virtuoso del shred, es la 5th Sinfonía de Beethoven. Sus sonidos vigorosos penetran los sublimes secretos de tal obra, acentuándonos la intensidad tempestuosa del do menor en una representación existencial del espíritu del hombre autorrealizado. Otro tema, arrebatándome sin descanso en YouTube, es  Tocata y Fuga en re menor, de Bach, facilitando a la guitarra una independencia de ritmo y sonoridad melancólicas nada comunes.  La consistente sonoridad y brillantez de esta pieza, con abierta potencia emocional en su cadencia final, incitó a Stokowski a escribir: “es como un conjunto masivo de columnas dóricas de mármol blanco”.  Estas metafóricas columnas de Bach, la guitarra del creador de Rising Force y la patética Like An Ángel, las convierten en arroyos de lava esparciéndose por el cuerpo y el alma de quien escucha tal versión.

“Puedo hacer muchas cosas distintas, pero lo que realmente me gusta es el metal neoclásico. Es mi estilo”, afirma Yngwie. Los guitarristas shredding (trituradores) son un introspectivo espectáculo para la vista y el oído. Todos tienen la potestad para abrir y cerrar las puertas del cielo y del infierno, de la nada y el absoluto con sus composiciones. Búsquense, de la comunidad de metaleros neoclásicos, las interpretaciones solitarias donde muestran  sus habilidades con temas para dejar sin respiración al espectador. Hoy por hoy, existen pocos continuadores de tal técnica. El facilismo impide a muchos guitarristas emprender el camino de dicha disciplina musical. Cada guitarra en los dedos de estos compositores, es  puerta a otra dimensión divina o infernal de la música.

Sin saberlo a conciencia, cada intérprete manipula con su instrumento una clave, parte de la totalidad desde la cual puede explicarse el ritmo del universo cualificando los sonidos de las esferas al unificar las claves iniciadas por los clásicos con sus composiciones, como en el caso del solo interpretado por Van Halen en Eruption, que  a escuchar para confirmar la atracción del shred dentro del subgénero mencionado.  Poseo para mi solaz musical nocturno, cerca de cien solos con guitarristas  de metal neoclásico. Son mi yajé musical. Embriagadora poesía para el oído. Usted puede conformar su propio repertorio si llega a inquietarse con tal expresión melódica y está dispuesto a pasar por las horcas caudinas de la guitarra eléctrica. A quien desee comprometerse con tan fascinante riesgo musical, le propongo algunos nombres de prestigiosos talentos para dar sus primeros pasos en esta expresión del heavy metal: Eddie Van Halen, Randy Rhoads (Suicide Jam), Vinnie Moore (Eye of The Beholder), Marty Friedman (Kind of Ballad), Paul Gilbert (uno de sus solos más conocido, fácil de encontrarlo en You Tube), Tony MacAlpine (Tears of Sahara), Jason Beker (Altitudes).

Con Malmsteen a la cabeza, en cada uno de estos nombres y muchos otros no aludidos, con sus solos de guitarra eléctrica o acústica, se puede convocar el más fantástico concierto donde Dios y el demonio no se harían rogar como invitados especiales. A los devotos de santa-guitarra- eléctrica interesados en comulgar con esta modalidad musical, desde la guitarra de Yngwie les sugiero autoiniciarse con el popular bulo  musical conocido como Adagio en sol menor, o también Adagio de Albinoni, atribuido a Tomaso Giovanni Albinoni pero en realidad obra del musicólogo  italiano Remo Giozotto.

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