ES NORMAL COMO SUCEDE SIEMPRE
Si al principio los minutos nos alcanzaban
para varios días y estos eran efímeros para el mes,
hoy, luego de aquellas noches y aquellas marchitas caricias,
los meses sobran para un minuto de amor
o algún momento de ternura. Si al principio confundíamos
el sol con la luna, hoy la luna y el sol,
pero sobre todo el brillo de nuestros ojos,
son para nosotros colillas apagadas.
Si al principio todo nos parecía un comienzo sin fin,
hoy el final nos recuerda que tú y yo, es decir, ninguno,
porque en este momento no hay yo ni tú,
volveremos a encontrarnos en los lugares donde al principio
solo había principios. Así de sencillo. Es normal
como siempre siempre.
LETANÍAS
DE LA AMADA INMÓVIL
Hago
todo lo posible por no moverme
Sométeme inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Acaríciame inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Ámame inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Sedúceme inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Desnúdame inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Bésame
inmóvil
Hago todo lo posible por no moverme
Despójame inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Festéjame inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
Penétrame inmóvil.
Hago
todo lo posible por no moverme
Consérvame inmóvil
Hago
todo lo posible por no moverme
No
me excites ni me empujes ni me precipites
No
me esfuerces ni me estimules ni me fustigues
Hago todo lo posible por seguir
inmóvil y estar quieta en mi casa
aunque
te apresures, te aceleres, te agites, te derrames.
VAMPIRÓTICOS
Lo
sabemos. Pero nada puede hacerse cuando nuestros cuerpos
desnudos
se buscan y desnudos se encuentran, aún bajo la ropa.
Lo
sabemos cuando se arrullan entre ellos, inventándose
exclusivas
caricias, complacencias extremas, minuciosidades
para
la piel y el alma.
A
veces, exclusividad del alma aunque no siempre…
Lo
sabemos: esa reducida horda de vampiros y ángeles
haciendo
también el amor a espaldas nuestras.
Los descubrimos en diferentes tramos de nuestros
cuerpos.
Están
siempre
en
aquellas comarcas de donde tú y yo nos hemos retirado, dispuestos
para
el siguiente ascenso.
Alimentándose
de nuestra humedad y nuestras palabras,
del
silencio y la sangre que no sangra pero circula por fuera,
hacia
sus bocas. Lo sabemos, ángeles y vampiros que nacen,
desfallecen, mueren y reviven cuando nuestros
cuerpos desnudos
se encuentran y se anudan inventándose
caricias
entre hordas de ángeles y vampiros.
SAUDADE
La
resonancia del pétalo
que
cae sobre el agua, me ensordece
cuando
lo comparo con el zarandeo
del
tren, que en mi memoria resurge
del
túnel al atardecer.
CONFESIÓN
Cuando
tu beso se llena de bocas,
porque
encuentra el mío capaz de colmarlas todas,
cuál
clamor es más válido:
¿el
del trémulo cuerpo o el del alma
confusa?
“Ambos”,
dijiste antes de alargar el beso.
BREVE
POEMA PARA CONCLUIR
TODOS LOS POEMAS DE AMOR
¿Y
ahora…qué?
AGUA, TÚ
Penetrarte,
amiga, igual que la piedra
se
hunde en el agua.
Penetrarte
sin quedarme con nada tuyo
y
sin que te apropies nada mío.
Penetrarte,
yo piedra porque piedra nací
tú
agua porque agua morirás.
Diferentes
ambos: tú, abriéndote
para
dejarme llegar hasta el fondo
donde
posiblemente nos encontremos.
Y
luego, sólo agua serena sin señales
de
piedra, mientras continúo húmedo de ti.
En
el fondo la piedra sola
y
sola tal vez
junto
a otras piedras solas.
CREO QUE ERA
YANNIS RITSOS
No
he visto la cara del poeta,
cuyos
poemas cambiaron un poco mi vida y mi poesía.
Anoche,
mientras leía los poemas de Kavafis
traducidos
directo del griego
por
mi amigo Miguel Castillo,
Yannis
entreabrió la cortina
procurando
no atemorizarme.
Pienso
que no quería distraerme de la lectura
de
Una noche, Vuelve, Candelabro y Voces.
Sobre
todo del poema Voces, de Kavafis,
porque
en el cuarto verso:
“a
veces hablan en nuestros sueños”, vi su cara.
Su
rostro estaba allí, cerca de la cortina.
Creo
que era Yannis Ritsos
porque
me miró silencioso. Miró extrañado
no
sé si por encontrarse esta noche
lejos
de Monembasiá, en una alcoba atiborrada
de
viejas revistas, o por reconocer en mis ojos
la
misma tristeza que nos legó
el
viejo asceta alejandrino.
Estaba
frío mi café, como para ofrecerle un sorbo.
Vino
griego no había en mi casa. De ninguno.
Aquella
mujer quebraba las botellas
y
los vasos y rasgaba los libros
donde
había poemas al vino.
Creo
que a Yannis sí lo había visto.
Pero
anoche, ese melancólico
anciano
ocultándome que había fallecido
y
que era Kavafis quien vivía,
me
hizo olvidar por un momento
el
libro que leía. No lo aseguro, pero creo que fue
Yannis
Ritsos y pienso que yo también,
esa
noche, debí haber sido yo,
a
pesar de todo lo mío que se escondió
entre
los poemas de Kavafis.
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