miércoles, 8 de febrero de 2012

POESÍA







ES NORMAL COMO SUCEDE SIEMPRE



Si al principio los minutos nos alcanzaban

para varios días y estos eran efímeros para el mes,

hoy, luego de aquellas noches y aquellas marchitas caricias,

los meses sobran para un minuto de amor

 o algún momento de ternura. Si al principio confundíamos

el sol con la luna, hoy la luna y el sol,

pero sobre todo el brillo de nuestros ojos,

son para nosotros colillas apagadas.

Si al principio todo nos parecía un comienzo sin fin,

hoy el final nos recuerda que tú y yo, es decir, ninguno,

porque en este momento no hay yo ni tú,

 volveremos a encontrarnos en los lugares donde al principio

solo había principios. Así de sencillo. Es normal

como siempre siempre.








LETANÍAS DE LA AMADA INMÓVIL



Hago todo lo posible por no moverme

Sométeme inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

Acaríciame inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

Ámame inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

Sedúceme inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

Desnúdame inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

 Bésame inmóvil

 Hago todo lo posible por no moverme

Despójame inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

Festéjame inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

Penétrame inmóvil. 

Hago todo lo posible por no moverme

Consérvame inmóvil

Hago todo lo posible por no moverme

No me excites ni me empujes ni me precipites

No me esfuerces ni me estimules ni me fustigues

Hago todo lo posible por seguir inmóvil y estar quieta en mi casa

aunque te apresures, te aceleres, te agites, te derrames.

                                           







VAMPIRÓTICOS


Lo sabemos. Pero nada puede hacerse cuando nuestros cuerpos

desnudos se buscan y desnudos se encuentran, aún bajo la ropa.

Lo sabemos cuando se arrullan entre ellos, inventándose

exclusivas caricias, complacencias extremas, minuciosidades

para la piel y el alma.

A veces, exclusividad del alma aunque no siempre…

Lo sabemos: esa reducida horda de vampiros y ángeles

haciendo también el amor a espaldas nuestras.

Los  descubrimos en diferentes tramos de nuestros cuerpos.

Están siempre

en aquellas comarcas de donde tú y yo nos hemos retirado, dispuestos

para el siguiente ascenso.

Alimentándose de nuestra humedad y nuestras palabras,

del silencio y la sangre que no sangra pero circula por fuera,

hacia sus bocas. Lo sabemos, ángeles y vampiros que nacen,

 desfallecen, mueren y reviven cuando nuestros cuerpos desnudos

 se encuentran y se anudan inventándose caricias

 entre hordas de ángeles y vampiros.









SAUDADE

La resonancia del pétalo

que cae sobre el agua, me ensordece

cuando lo comparo con el zarandeo

del tren, que en mi memoria resurge

del túnel al atardecer.










                                                           CONFESIÓN


Cuando tu beso se llena de bocas,

porque encuentra el mío capaz de colmarlas todas,

cuál clamor es más válido:

¿el del trémulo cuerpo o  el del alma confusa?

“Ambos”, dijiste antes de alargar el beso.










BREVE POEMA PARA CONCLUIR 

TODOS LOS POEMAS DE AMOR



¿Y ahora…qué?









AGUA, TÚ



Penetrarte, amiga, igual que la piedra
se hunde en el agua.

Penetrarte sin quedarme con nada tuyo
y sin que te apropies nada mío.

Penetrarte, yo piedra porque piedra nací
tú agua porque agua morirás.

Diferentes ambos: tú, abriéndote
para dejarme llegar hasta el fondo
donde posiblemente nos encontremos.

Y luego, sólo agua serena sin señales
de piedra, mientras continúo húmedo de ti.

En el fondo la piedra sola
y sola tal vez
junto a otras piedras solas.











CREO QUE ERA YANNIS RITSOS



No he visto la cara del poeta,
cuyos poemas cambiaron un poco mi vida y mi poesía.
Anoche, mientras leía los poemas de Kavafis 
traducidos directo del griego
por mi amigo Miguel Castillo,
Yannis entreabrió la cortina
procurando no atemorizarme.
Pienso que no quería distraerme de la lectura
de Una noche, Vuelve, Candelabro y Voces.
Sobre todo del poema Voces, de Kavafis,
porque en el cuarto verso:
“a veces hablan en nuestros sueños”, vi su cara.
Su rostro estaba allí, cerca de la cortina.
Creo que era Yannis Ritsos
porque me miró silencioso. Miró extrañado
no sé si por encontrarse esta noche
lejos de Monembasiá, en una alcoba atiborrada
de viejas revistas, o por reconocer en mis ojos
la misma tristeza  que nos legó
el viejo asceta alejandrino.
Estaba frío mi café, como para ofrecerle un sorbo.
Vino griego no había en mi casa. De ninguno.
Aquella mujer quebraba las botellas
y los vasos y rasgaba los libros
donde había poemas al vino.
Creo que a Yannis sí lo había visto.
Pero anoche, ese melancólico
anciano ocultándome que había fallecido
y que era Kavafis quien vivía,
me hizo olvidar por un momento
el libro que leía. No lo aseguro, pero creo que fue
Yannis Ritsos y pienso que yo también,
esa noche, debí haber sido yo,
a pesar de todo lo mío que se escondió
entre los poemas de Kavafis.


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