- No voy para ningún lugar. No me encamino hacia ningún sitio, aunque
parezca andar hacia allá. Mi designio
como poeta es el territorio donde siempre estoy. Por tal motivo nunca me acelero.
Todo sabe esperarme, si resuelvo estar donde me encuentro. Llego siempre a la
hora justa, en el instante correcto para mí y para el mundo cuando no tengo
afán por llegar ni zozobra por el regreso.
- Yo también.
- Elijo escuchar el silencio: con sus sigilos conversa mejor y revela más
de cuanto los hombres comunican con palabras.
- Yo también.
- Mediante el sexo, me experimento en el cuerpo y el erotismo del otro. A
la vez, identifico a este a través de
mí. En pareja me sucede igual. El frenesí de la experiencia recíproca, da energía
a mi relación y me concede particular sensibilidad
de fácil transmisión a la otra persona.
- Yo también.
- ¿Hay algo en la mujer que yo pueda distinguir y
comprender, distinto a su sexo? ¿Hay
algo expresado, musitado, acariciado por ella más allá de su sexualidad? Cuando
hombre y mujer, en íntima reciprocidad, son conscientes de tal circunstancia
física el uno en el cuerpo del otro, dan el paso preliminar para trascender sus
cuerpos y sus sexos sin negarlos, sin repulsarlos
en aras de algún dogma, alguna moral o cualquier patrón sexual de la época.
- Yo también.
- Lo substancial para el individuo, es el total de vida capaz de manifestarse
a sí mismo. Su comprensión crece con las expresiones de vida irradiadas desde cada
pensamiento, con cada palabra suya, a través de acciones y silencios consigo mismo. Por cuanto se refiere a lo
erótico, lo significativo en el sexo no es el amor ni son los sentimientos.
Importa es la cantidad de energía, vitalidad y consciencia conservadas y manifestadas
por los cuerpos. Lo demás viene por añadidura.
- Yo también.
- Hay demonios creadores por todo rincón del mundo y del hombre. Esperan
las palabras apropiadas, los sonidos modulados o guturales evocándolos e invocándolos
desde el verso, la música o la pintura. Todos ellos son demonios íntimos,
aguardando los conjuros y metáforas, los
hechizos y mantras, las indulgencias y
perversidades, las afirmaciones e incertidumbres
para despedazar las puertas del entendimiento y del asombro en el hombre.Tales demonios
pernoctan a tu lado aunque no los veas ni presientas.
Residen en tu respiración aunque los niegues o soslayes. Hay demonios en la
flor y la lluvia. Indeterminados demonios entre libros de magia y volúmenes de
poesía. Demonios creciendo, multiplicándose entre ecuaciones y teoremas.
Demonios expectantes entre conjeturas matemáticas. Encantadores demonios en
ríos y montañas, en árboles, en las palabras tiernas y el sexo desenfrenado. Tales
demonios invaden también el ciberespacio y buscan ser llamados a la
cotidianidad por los hombres. Aguardan ser convocados en un poema, en algún
espacio de internet o en la sosegada meditación. Caminan por calles de pueblo o ciudad, disfrazados de sombras. O
de niebla. O de hojas secas y viento.
Son equilibristas sobre guaduales del Quindío y para la ocasión se tornan
verdes. Entre las cinco y seis de la mañana, dos de ellos se dejan ver en uno
de los guaduales de la carretera que conduce de Barcelona a Caicedonia. Pueden vivir
en recónditas grutas o en el pensamiento cotidiano de una persona. Viven en la ternura
o en el resentimiento. Saltan de tu interior al mundo exterior y de este pueden
precipitarse, sin previo aviso, en tus miradas, tu corazón o tu conciencia. Hay
demonios que no te llaman, esperan siempre tus llamadas.
- Yo también.
-Si en el comprimido nivel donde desempeñas tus deberes lesionas a quienes
se encuentran en categorías inferiores a las tuyas, ¿qué pasaría si te
permitieran desempeñar cargos superiores o te ascendieran a cotas mayores sin
estar preparado internamente?
-Yo también.
-El hielo es el mordizco del agua.
- Yo también.
- Escribir es pretender enlazar un bisonte de planicie entre una estampida
de estos. Atrapas uno, si tienes éxito, y consideras entonces haber apresado la
revoltosa manada. Más peligroso todavía: el lazo que empleaste para atrapar al
bóvido, era de seda.
- Yo también.
- Ese predicador, con sus aullidos e intimidaciones
como evidencias de Dios o la verdad; con sus ofrecimientos del paraíso en el
otro mundo y del perdón en este, con sus inculpaciones salmodiadas donde
convierte en infierno los placeres de la vida, ahoga tanto sus propias ideas como el irrisorio juicio, la libertad y la
voluntad de quienes lo escuchan
concediéndole alguna credibilidad y dejándose hechizar por sus emociones
verbales. Ese orador, le predica a otros catequistas.
- Yo también.
- Bien porque la transforme en microscopio o la aproveche como telescopio,
gracias al instrumento natural de la flor descubro, orientándolo hacia el lugar
preciso, a Dios donde se oculta o se revela. Jardines, boscajes y montañas son
mis laboratorios para fabricar la piedra filosofal.
- Yo también.
- En última instancia, cuanto leí es infructífero para mi espíritu. Hasta
los libros de contenidos espirituales, cuya discrepancia con los otros fue
inducirme a descubrir dicha inutilidad en aquellos.
- Yo también.
- Nunca es Dios tan incumplido, como cuando las promesas las hace en su
nombre un pastor o un sacerdote.
- Yo también.
-Tanto profundicé dentro de mí con la lectura de libros, que ahora tengo un
vacío enorme.
- Yo también.
- Mi metafísica soledad y mi sed de absolutos, por fortuna tienen sus
límites. Se apaciguan cuando saboreo una fruta o beso a esa mujer. Y se olvidan
o menguan… cuando le hago el amor.
- Yo también.
-Tanto le platiqué de amor para seducirla, que terminé creyéndomelo. Y
cuando ella afirmó no amarme , fui yo quien experimentó dolor.
- Yo también.
- Algo turbio hay en Dios con tanto intermediario mercadeando en su nombre cuando
estos vociferan, citan versículos, juzgan desde sus particulares
interpretaciones y construyen iglesias para presentárselo a los tontos devotos.
Y algo más sospechoso en los mediadores,
con el silencio de Dios. Cuando habla uno de ellos, el otro no se encuentra por
ningún lado.
- Yo también.
- Esa caterva de predicadores obstaculizando con sus bramidos los susurros
de Dios, me inducen a imaginarlo un inepto para ofrecer Él mismo sus productos. Si
me atengo a las explicaciones de aquellos, le supongo poco hábil para promocionar
su creación. Timorato y crédulo al delegar su labor en sacerdotes y pastores.
En teólogos. O en realidad su creación no es efectiva para garantizar la imagen
de creador. Sus sacerdotes, pastores, teólogos, filósofos, religiosos y
fanáticos de todo tipo, versados en negocios de espiritualidad, menos en
fomento interno de Dios, la ofrecen demasiado costosa o la regalan sin acertar jamás
con el valor establecido por Dios mismo.
-Yo también.
- Siempre sobrarán evidencias categóricas para llenar de dudas las afirmaciones,
negaciones y dudas de un individuo, lo cual garantiza que dichos argumentos y
quienes los exponen, sean dignos de confianza.
- Yo también.
- Aquel individuo se emperifolla de complejidad verbal para velar sus
pensamientos simples. A este otro, le basta su verbal sencillez para expresar
ideas y pensamientos complejos. Al comunicar algo, este último es el hombre fundamental
en cualquier relación.
- Yo también.
- Los secretos de la existencia se descubren con la directa manifestación de
las cosas. En particular, con la presencia de árboles e inadvertidos brotes de
flores y yerbas. La barrera para comunicarnos con ellos, nace de la incompatibilidad
entre su lenguaje y el nuestro, de la distancia entre el vegetal y el ser
humano, salvable cuando el poeta, el filósofo, el místico o el artista, imaginan
e intuyen. Si conjeturar sirve para
acercar dos lenguajes distantes, la intuición es entonces el comienzo de un vocabulario capaz de ser entendido por
ambas partes: plantas y hombres. A partir de tal imaginación vertida en poemas,
pinturas, música o divagaciones metafísicas, se descubren letras, sonidos,
símbolos y contenidos en el árbol y la naturaleza, facilitando la comunicación
entre ambas categorías.
- Yo también.
- Lo ajeno, es mío cuando lo siento. Lo mío es ajeno cuando también lo
sientes, si sabes apropiártelo para darle atributos a lo tuyo. Con internet,
hoy por hoy, lo propio nunca volverá a ser privativo en el total sentido de la palabra. Lo mío es tuyo
y de otras personas. Lo de otros puede volverse mío. Lo tuyo me pertenece y
nada es mío. Las ideas, en el transcurso del siglo XXI , se fusionarán en la demoRed. Cada vez será más arduo
presentar algo tuyo como tuyo en su totalidad. Tus rasgos en el estilo, en las
ideas, en los temas y la manera de emplear un lenguaje para exponerlos, dependerán
de la originalidad de otros y viceversa. Tus ideas se enriquecerán con pensamientos
de otras personas las cuales, a su vez, enriquecerán las suyas con millares de
personas más ahí, en la demoRed, esperando
quién las fecunde y a quién fecundar.
- Yo también.
- Placenteros cosquilleos, desde las galaxias hasta
los quarks, deben provocarle al buen Dios las tentativas de muchos matemáticos para
reducirlo a un sistema de ecuaciones diferenciales. Cosquilleos que, de alguna manera, Dios retransmite al poeta.
- Yo también.
- Tan yermos estaban el hombre sin nombre y el árbol sin frutos en la
llanura, y tan solitarios se descubrieron en la ilímite extensión de sus soledades, que el hombre arraigó en el
sitio por donde caminaba y el árbol se desarraigó y fue a buscarlo para envolverle
con sus ramas sin hojas. El hombre olvidó los colores de las aves y en el
árbol estas nunca volvieron a construir
sus nidos.
- Yo también.
- Todo cuanto pienso decir, al expresarlo carece ya de la intensidad y los matices
que tenía mientras lo pensaba. Se me esfuma
la poesía, de lo pensado. Adquiere gamas diferentes al decirlo. No tengo más
alternativas: regreso al silencio o continúo mintiendo.
- Yo también.
- Si descubriste gracias a la palabra hasta dónde se remontan los
colibríes, no menosprecies con la palabra el vuelo de las mariposas porque del
cielo puede bajar un dragón y soplar fuego sobre tu cabeza o sobre tus
palabras, poeta engreído.
- Yo también.
- En tu respiración cohabitan la mariposa, el colibrí y el dragón. También
aquí, fuera de tu cuerpo y de tu alma, fuera de tu sensibilidad cuando respiras.
Y seguirán cuando ceses de respirar.
- Yo también.
- Cuando estés agonizando, ninguna filosofía, ninguna religión, ninguna
esperanza y ninguna fe tendrán solidez suficiente para agarrarte a ellas.
Ninguna es tan consistente como la presencia
de esta pequeña flor mientras vives. Con su forma, su coloración y su perfume, te invita al vacío sin complejidades ni
abstracciones metafísicas mientras llegas al punto de encuentro con tu muerte.
Ni tú ni esa flor juntos irán más allá de ella, la cual, con todo su poder, en este
momento es incapaz de quitarte la flor que observas y te observa.
- Yo también.
- Si manifiesto que es algo complejo,
demandarán que sea sencillo para exponer
la experiencia. Si declaro que es obvio,
querrán explicaciones enmarañadas para darle credibilidad a cuanto señalo. Si guardo
silencio, siento congoja por ellos.
Tienen la poesía y no ven ni escuchan. Escribo entonces un haiku y sigo de
largo. Sin palabras. Sin explicaciones bajo la luna llena que salió temprano.
Tampoco tienen tiempo para la brevedad de tal poesía. O desean un poeta
entreteniéndolos con elucidaciones, con
extensos cuadros de lo fugaz. Si el mundo mismo no te ilumina las 24 horas que
vives en él, ¿quién podrá iluminarte? Si algo extraordinario te deja
indiferente con sus incontables milagros cotidianos, ¿qué podrá estimularte a
reconocer la presencia de lo trascendental donde estás parado?
Cuando recurras a la montaña para encontrar la entrada a tu santuario
interior, siéntate al lado de un angosto hilo de agua oculto por la yerba y
escúchalo. Si quieres, introduce tus manos en el agua y habla con ella. Doña Carmen Elisa Ortiz Amaya, la verdemántica de Génova, Quindío,
con quien tuve la dicha de sostener algunas esotéricas pláticas y de la cual
daré a conocer en este espacio detalles sobre su singular y casi extinto método
de adivinación, exigía lavarse las manos en el más reducido hilillo de agua que
se encontrara por allí cerca, friccionándote además con siete hojas de
yerbabuena antes del ceremonial. No puedo dejar de recordar aquí lo relatado
por el neurofisiólogo y místico Jacobo Grinberg-Zylberbaum en su libro Curaciones
chamánicas, Pachita, el milagro
de México (Biblioteca Fundamental Año Cero, España, 1994) quien anota una
respuesta de Bárbara Guerrero, Pachita,
a un operado del corazón: “¡Primeramente Dios, y para arriba, buen
hombre! Cuando vea agua en un arroyo, corte una flor roja y vea cómo el agua se
la lleva. Esa es una buena medicina”.
- Yo también
- ¿Dónde están los seis patriarcas del zen? Daruma, Yeka, Sisan, Doshin,
Gunin y Yeno. A diario los identifico en esta gente pasando apresurada y ciega
por mi lado. Cuando deseo congratular su memoria, se transforman de nuevo en
todos aquellos pobres individuos víctimas insconcientes de los proyectos y
acciones del Instituto Tavistock. Sin
embargo, cargan con los patriarcas en alguna parte del corazón, de su
adormilado cerebro. Estos van con ellos
y sonríen, compasivos. ¿Dónde fueron, en este momento, los antiguos patriarcas
del zen que me saludaron hace un momento?
- Yo también.
- No quiero ni puedo participarte en este momento la flor y el abismo donde
resido. Mi abismo florece en otras simas
y mi flor se desvanece entre su propio perfume. Solo puedo acercarte a ellos si aprendes a extasiarte con el aroma del precipicio
y las honduras de la flor. Solo eso puedo. Solo eso quiero. Si no tienes prisa
por el mundo, por este camino de vereda, tal vez encontremos tus propios
abismos y tus propias flores. Hay muchas, hay tantas…
- Yo también.
- Qué fácil remolca la mariposa en su vuelo, a la catedral. Hablo de una
catedral real, de componentes reales. Ese tipo de catedrales donde los cristianos entran a buscar a Dios, a
solicitar perdón por sus pecados, a monologar con sus íconos preferidos, a
prender alguna veladora o a implorar cualquier cosa. Estoy aquí, con mis manos
humedecidas por la dulce agua escurriéndose
de la sandía que mastico, en una esquina del sitio donde quedaba la catedral,
observando la mariposa, leve, brillante, perderse a lo lejos con la catedral detrás de sus alas, sujeta de un hilo de telaraña. Grávido en el andén, escupiendo pepitas de
sandía, me reconozco incapaz de volar, de acompañarla en su vuelo, o dejarme arrastrar
también, como la catedral con todos sus símbolos y su cemento, con sus dogmas,
con su arquitectura gótica. Tal vez otra
mariposa… no sé, o algún colibrí en esta ciudad de cemento.
- Yo también.
- Tú también, él también, nosotros también, ellos también.
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