miércoles, 8 de febrero de 2012

POESÍA









EL ÚNICO PAR DE MISERABLES




                                                                                 Yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas
                                                                                 cosas ridículas,
                                                                                 verifico que no tengo igual en este mundo.
                                                                                 Toda la gente que conozco y habla conmigo
                                                                                 jamás ha cometido un acto ridículo.
                                                                                 Fernando Pessoa: Poema en línea recta.




Bueno, Fernando,
fuiste el primero en confesarlo y hoy, también yo,
con pudor frente a los pudibundos,
me desnudo para que sean dos, por lo menos dos,
sólo dos en un mundo con millones de personas,
los únicos corruptos y los únicos fracasados,
los únicos miserables,
las únicas basuras humanas entre incontable
gente virtuosa,
al lado de tanto consentido de Dios y de la vida.


Tú y yo,
el único par de miserables tantas veces cerdos
y canallas irredimibles entre hombres rectos,
entre hombres salvos que ya tienen asegurado
un lugar en el cielo,
mientras nosotros
hasta en el mundo continuamos exiliados.


Yo y tú:
tantas veces desentonando entre ángeles
y virtuosos, creo
que podremos mirarnos directo a los ojos
sin ruborizarnos.
A los dos nos quedará el consuelo
de pensar —no pensamos;
de soñar —no soñamos;
de imaginar —tampoco imaginamos,
miserables que somos, que alguno de los dos
puede ser mejor o peor que el otro.
No deja de ser una vaga esperanza
nuestro miserable optimismo, Fernando,
en medio de tanta gente que sí sabe pensar,
que sí sabe soñar, que sí sabe imaginar,
que nunca tiene un mal pensamiento,
el hecho de considerar que alguno de los dos
sea un poco más miserable que el otro.


Espalda contra espalda, iremos
por el universo de los virtuosos incomodándole
su éxtasis a tanto redimido, sin ruborizarnos.
Porque hasta el más miserable está obligado
a reconocerlo: todos ellos son santos
o están en camino de serlo, o hace tiempo
son mucho más que santos, mientras nosotros
día tras día, nos volvemos más repugnantes
y pecadores.


Sobre todo cuando me juzgan, Fernando,
no levanto mis ojos sórdidos
hacia estas humanas potestades
para no empañarles la pureza.
Mucho me extraña que la vida haya sido capaz
de brotarnos juntos
para compartir el planeta con seres tan puros,
seres tan inmaculados que nunca saben qué es
una tentación, cómo nos adoptan de fácil los pecados.


Somos los condenados y sacrificados
por todos los dioses y por todos sus sacerdotes
y profetas y creyentes.
No me engaño, Fernando Pessoa,
y creo que tampoco alguien estaría dispuesto
a prestarle su inteligente filosofía
a un miserable como yo,
para que se defendiera de gente inocente,
de gente que nunca ataca primero.
No hay dudas de que me hicieron
con el único objeto de contrastar con mi bajeza
la nívea pureza de sus vidas.
Sí, Fernando, creo ser el único malvado
porque así me lo repiten todos los días
quienes llevan en su destino la dicha de ser
perfectos, intachables,
íntegros, honrados, triunfadores, realizados,
justos, dignos y bondadosos.


Leyendo tu confesión, encuentro que no fui el único
al que la naturaleza hizo al revés
como me lo gritan quienes en sus ojos de ángel
no tienen briznas de paja ni vigas.
¡Qué bien!
Resulta entonces que Dios omnipotente
se equivocó dos veces: la primera, cuando te hizo;
la segunda, cuando me hizo.
Es un consuelo, ¿verdad, Fernando?...
No estamos solos entre tanto virtuoso.
No estamos solos, entre tantos elegidos
no estamos solos, Fernando.
¡Qué pena, nosotros dos creando
tanta carga de maldad
en un mundo de gente tan virtuosa!







CANCIÓN DE CUNA
PARA DESPERTAR A SALVADOR DALÍ



Los cuernos de la fragante rosa
se marchitaron. Sus cuernos se marchitaron
cuando la sonrisa del niño anunció
el descarrilamiento del tren.
Cuernos marchitos cuando la sonrisa del niño.
Marchitos cuernos cuando del niño
                            la sonrisa anunció
                            el descarrilamiento del tren.
Era un miércoles.
Era.
Y del libro más antiguo salían,
sin cesar salían y salían
sin cesar,
las polillas hacia el santuario en ruinas.
Santuario en ruinas
                          y sonrisa del niño
                          y tren
                          y cuernos.
La fragante rosa húmeda sobre el tallo.
                         Cuernecillos elásticos.
                         Cuernecillos como de caracol escurriéndose
entre los pétalos.
Y la sonrisa del niño junto al oscuro túnel por donde los
rieles siempre se pierden. Una paloma gris sale
volando del túnel mientras la sonrisa se congela en la
cara del niño. Sólo la paloma sabe que no es un niño
sino una niña.


Pero sólo la niña sabe
que ya no es niña,
cuando su lengua flota entre la boca del poeta.
La paloma no sabe
que la niña está desnuda.
                        No lo sabe la rosa
                        y fuera de la niña
                        y del enamorado poeta
nadie hay en la casa que pueda atemorizarse con los
cuernos de la fragante rosa púrpura.


Los cuernos marchitos,
justo dos horas antes del tren penetrar el túnel
y antes de la paloma gris
anidar en la rizada cabellera de la sonriente niña.
Desde los siete años de edad,
                      ahora tiene once
                      y pronto tendrá veinte
si continúa besando como lo hace
y no seca pronto ese dulce hilillo
de sangre que alcanza la rodilla,
la niña sube a la colina desde donde se ven las dos bocas
del túnel.


Una por donde el tren es deglutido
y otra por donde la montaña lo expele.
Desde los siete, la niña, -paloma y poeta saben
que no es una niña cuando finge dormir bocabajosube
a la colina, al exacto lugar desde donde su padre se
arrojó, ebrio, entre las fauces del estridente ferrocarril.
Sube la niña y en la colina sonríe
aunque el tren no aparece todavía.
No tiene sonido
                     la sonrisa de la niña.
                     La fragante rosa
                     no tiene agua
(y si está un poco húmeda es porque la niña
lloró antes de abandonar la casa.
Lloró sobre la rosa mientras la paloma gris
entraba al túnel huyendo del halcón).


Con once años, la niña desnuda sube a la colina.
Espera que el tren, anunciándose a lo lejos
entre y salga del túnel.
Dos años ensayando esa sonrisa.
Viene el tren.
Se aproxima el tren
mientras el poeta despierta,
descubre su ropa en el suelo
y abandona la cama gritando
el nombre de la niña.
Viene el tren.
Marchitos cuernos.
Viene.
Rosa fragante.
Viene.
Es un pequeño caracol que sale de la rosa.
Y se desliza por el tallo.


Desnudos, la niña y el poeta regresan a la casa.
Los cuernos de la fragante rosa
tienen ahora la consistencia del marfil
por culpa de ese beso...








LÁGRIMAS PARA PIANO Y ACORDEÓN




Para los días lluviosos, demasiado lluviosos,
a los hombres capaces de soledad les propongo
salir sin paraguas, con un libro de Raymundo Lullio
en las manos, a buscar un viejo piano
por las compraventas de la ciudad.


Para los días demasiado lluviosos,
propongo pensar sólo en un viejo
y enorme piano de cedro.
Con obsesión,
en los días lluviosos añorar, desear, apasionarse
por un desafinado piano del cual
podremos imaginar cualquier historia...
Por ejemplo, que su primer propietario
fue un viejo veterano de la primera guerra mundial.
Imaginar que perdió sus manos en un día
demasiado lluvioso como el nuestro.


Propongo, a los hombres demasiado lluviosos
en un día de soledad, entrar a la compraventa
más lúgubre —todas lo son cuando
frente a sus vitrinas uno observa
seres humanos empeñando relojes,
martillos, palustres, anillos
de matrimonio, serruchos, bicicletas,
televisores— y solicitar que les muestren un piano.
Es posible que en ninguna compraventa
de su pueblo, un hombre capaz de soledad
en un día lluvioso, encuentre pianos.
Pero como está obsesionado por uno de cedro negro
que el viejo ex combatiente vendió para poder pagar
el alquiler de su apartamento,
preguntará en voz alta, para sobreponerse
al ruido del agua sobre el techo:
¿Hay pianos para la venta?
Cuando después de recorrer todas las prenderías
de la ciudad, diez o veinte años más tarde
(usted habrá envejecido, pero el día demasiado
lluvioso
seguirá siendo el mismo de cualquier día de su niñez),
usted encuentre por fin el anhelado piano,
le propongo suplicarle al propietario de la compraventa
interpretar alguna pieza con una de las guitarras
o de los empolvados tiples que cuelgan del cielorraso.


Suplíquele en un día lluvioso. Le propongo suplicar.
Y si tiene que llorar no tema mostrarse poco varonil
por culpa de tales lágrimas.
El viejo veterano de la primera guerra,
cuando regresó a su apartamento
luego de vender el piano,
lloró varios días consecutivos.
A nadie tenía en la vida.
Ese piano era su único familiar.
Y lloró hasta cuando lo condujeron
a la casa de reposo mental, donde continuó
llorando hasta cuando le hallaron muerto.
Bajo la almohada ocultaba
varias fotos arrugadas de su piano.


Cuando el propietario de la prendería
decida interpretar la solicitada pieza,
baile despacio por entre las vitrinas,
sin sacar las manos de los bolsillos.
Luego intensifique el ritmo del baile
hasta alcanzar el que experimentó Alexis
en la película Zorba el griego.
Finalice su danza. No mire el piano
porque puede comenzarle una crisis de llanto.
Agradezca la gentileza del prendero.
Convídelo a tomarse un café en su habitación
donde le pondrá, hasta el amanecer, varios discos
de Nana Mouskouri, en especial Tierra viva.
Para los días lluviosos.
Para esos días de lluviosa soledad
en que es imposible no saberse viejo.
El libro de Lullio que debe llevar en la mano
es El libro del amado y del amigo.
Y no olvide apagar la luz de su alcoba.
No olvide contener sus lágrimas
hasta donde sea posible,
cuando el prendero salga de su casa
con su viejo acordeón,
feliz del buen negocio que hizo con usted.

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