“Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Deje de sonreír en este
recinto, señor Augusto Monterroso y preste atención a cuanto se le demanda. Hay
normas vigentes para las mascotas y sus propietarios. Para este tipo de
mascotas y para este género de propietarios. Esas siete palabras de su
minificción, de su novela como le
encanta definirla en público al averiguarle por el género al cual pertenece,
crearon, crean y crearán numerosos problemas literarios, críticos y
lingüísticos entre sus lectores. David Lagmanovich, admirador suyo y uno de
quienes han intentado domar al dinosaurio, asegura que en realidad son nueve,
contando las del título.
Ha transcurrido más de
medio siglo desde cuando usted le abrió las puertas echándolo a dar largas y
poderosas zancadas por la literatura, por antologías de cuento breve y extenso.
Sí señor, no escuchó mal. Dije ex–ten–so,
lo repito con mayor énfasis, EX–TEN–SO,
porque su incómoda mascota ha provocado más comentarios y sumado más folios que
otros animales, con excepción de la rana de Basho y la mariposa de Chuang
Tsé. Sin previo aviso, su encubierta
lagartija sabe introducirse en universidades, congresos de minificción,
internet, cine, dibujos animados o talleres de literatura. Pero, sobre todo,
entre el discurso vacío de críticos y eruditos exegetas de la narrativa
hispanoamericana.
Más de medio siglo con
ese minúsculo saurio desbocado por la literatura en lengua española. Lo suyo es
más grave de cuanto imagina. ¿No pudo ocurrírsele otro animal? Una ardilla, un
psychrolutes microporos, un ornitorrinco, un aye aye, un rinoceronte, un
uakarí, un gato, un cálao trompetero, una urraca, una tortuga mata mata, un
topo de nariz estrellada, una vaca, una mancuspia o un mermudio quindiano.
¡Tantos para elegir y apadrina un dinosaurio! Voy a ser impertinente con usted,
don Tito, pues no merece consideración alguna quien traslada desde el Jurásico
o el Cretácico un dinosaurio y nos lo echa encima, como si nada. De alguna
manera, equiparo la magnitud del animal con su personal estatura, aunque nunca
lo afectó ser chaparrito. No sonría, es en serio.
–…
Sí, puede intervenir,
señor Monterroso…
–Este es un dinosaurio
que está dando la vuelta al mundo y en ningún momento se está quieto. Mi cuento
ha tenido una gran fortuna. Está traducido a muchos idiomas y he recibido
bastantes comentarios sobre él. Mucha gente solo me conoce por ese cuento y
todos los demás míos al parecer, ya no les interesan. Creo que está bien, algo
es algo.
–…
–El hecho de que usted
recuerde que yo alguna vez dije que me parecía una maldición haber escrito ese
cuento breve, bueno… uno dice muchas cosas de paso. Ahora considero que no se
trata de una maldición ni una bendición. Lo que yo quería expresar es que
cuando se escribe un cuento de determinada forma o tema, y tiene éxito, la
mayoría de la gente se detiene ahí y tiende a clasificarlo a uno como “el autor
del cuento breve o el cuento humorístico” o como “el humorista” o “el cuentista
breve”.
–…
– En alguna ocasión,
conversando con Juan Villoro sobre mi dinosaurio, este cometió la torpeza de
agregarle una Y al comienzo del texto
y me lo hizo sonar como obra de Tolstoi. Por fortuna, han aparecido personas
como Francisco Rodríguez Criado, quien
enseña a la gente 31 maneras de tuitear El dinosaurio. Una de ellas: “Despertó y el dino estaba allí”. Seis
palabras. Me lo dejó igual al de Hemingway.
–…
– Eso era todo cuanto
tenía para decir. Puede continuar…
Permítame informarle, aunque
no venga directo al caso, sobre la especulación de la curadora y artista visual
norteamericana Laura Cottingham. En su ensayo, ¿Pero qué tienen de malo estas chicas malas?, considera que las
manchas pictóricas de Paul Jackson
Pollock, en particular cuantas fueron producto de su técnica del dripping, se
originan en el recuerdo que tal exponente del expresionismo abstracto tuvo de
su padre orinando sobre una roca. En consecuencia, para el proceso que nos
concierne no los descarto a su abuelo de pija pequeña ni a usted, viéndole
masturbarse, como raíz inconsciente del microrrelato. Siguiendo los sutiles
planteamientos de la señora Cottingham, tal vez de una escena como esa u otra
semejante, nació la idea de adoptar al dinosaurio como protagonista de su
epopeya. O su mamá, Augustito, lo amamantó solo con la teta derecha. Demasiado
rigurosa, literaria y metafóricamente esta imagen, hasta modificársele en
dinosaurio. Suposiciones, claro, pero… ¿todo lo escrito sobre su animal no son
ideas semejantes? En la Edad Media, los teólogos escolásticos se habrían
preguntado: ¿cuántos dinosaurios pueden pararse juntos en la punta de una
aguja?
Distinguido escritor,
deje de sonreír y preste atención. Desde 1959 su dinosaurio, usted y los
dinozoofílicos perturbaron a innumerables lectores de cuentos y microrrelatos
sus conceptos literarios, lingüísticos, políticos, sicológicos, académicos y
narrativos. Los críticos continúan divagando. Permítame leerle, prueba
acusatoria, estas deducciones del gran paleontólogo mejicano Laurosaurio Zavala:
Pero ¿cuál es, en síntesis, la razón por la que este
texto tiene tal persistencia en la memoria
colectiva? Después de leer los trabajos dedicados a su estudio,
podríamos señalar al menos diez elementos literarios:
1) la elección de un tiempo gramatical impecable
(que crea una fuerte tensión narrativa) y la naturaleza temporal de casi todo
el texto (cuatro de siete palabras),
2) una equilibrada estructura sintáctica
(alternando tres adverbios y dos verbos),
3) el valor metafórico, subtextual, alegórico,
de una especie real pero extinguida (los dinosaurios) y la fuerza evocativa del
sueño (elidido),
4) la ambigüedad semántica (¿quién despertó?
¿dónde es allí?),
5) la pertenencia simultánea al género
fantástico (uno de los más imaginativos), al género de terror (uno de los más
ancestrales) y al género policiaco (a la manera de una adivinanza),
6) la posibilidad de partir de este minitexto
para la elaboración de un cuento de extensión convencional (al inicio o al
final),
7) la presencia de una cadencia casi poética
(contiene un endecasílabo); una estructura gramatical maleable (ante cualquier
aforismo),
8) la posibilidad de ser leído indistintamente
como minicuento (convencional y cerrado) o como micro–relato (moderno o
posmoderno, con más de una interpretación posible),
9) la condensación de varios elementos
cinematográficos (elipsis, sueño, terror) y,
10) la riqueza de sus resonancias alegóricas
(kafkianas, apocalípticas o políticas).
Para no quedarme atrás
de Laurosaurio en este tipo de inteligentes acercamientos al texto, recurriré a la tabla de conceptualización
literaria inventada por el académico y escritor quindiano Carlos Alberto
Castrillón. Para mí, dicha epopeya de siete vocablos es estrategia diegética
fragmentaria donde el ethos denotativo transgrede lo temporal. Su
deconstrucción carnavalesca cuantitativa, representa la gesta del hombre postmoderno en la jungla
de internet. La síntesis narratológica sintagmática de El dinosaurio, es el
despertar de un ser indefinido, indeterminado, impreciso, vago, incierto,
confuso, neutro, abstracto, ambiguo, borroso, indefinible, nebuloso, equívoco,
dudoso, incoloro, sugerido y esbozado, como literario rechazo ontológico en la
filosofía occidental hacia los extensos relatos narrativos; sintética obsesión
epistemológica por fragmentariedades y fracturas narratológicas donde predomina
la inferencia espacial polisémica. Irónica, pero trascendente puesta en piezas
de las jerarquías de conocimientos y valores representados por el tamaño del
animal elegido, El dinosaurio es secuela
y origen de cuanto contribuye a una
formación de otros sentidos y negación de la lógica en los procesos históricos.
Su sentido mimético, siempre estará subordinado a palimsestos hermenéuticos
plurilingüísticos poco explícitos. Solo Alan Sokal conoce la totalidad de mi
ensayo sobre El dinosaurio, fundamentado en la concepción fractal de las
mónadas cuánticas, la teoría de cuerdas
y el nuevo esquema de cálculo para la gravedad de los hermanos Bogdanov.
Esto deja en claro que no estoy contra su cuento, don Tito.
¿Si ve a dónde pueden transportarlas ese
dinosaurio, si las personas resuelven montársele? Y no citamos aquí los
estudios de José Luis Martínez Morales y de Eduardo Moga, este último capaz de
afirmar sin ruborizarse que El dinosaurio “es la primera molécula de la primera
piedra del primer cimiento de la catedral más alta”.
Sus otros textos están
incómodos, es decir, resentidos con la sobrevaloración recibida por El dinosaurio, en menoscabo de todos ellos.
Fue afortunado por publicarlo lustros después del derrocamiento del
general Ubico, o si no usted y su mascota habrían terminado recluidos en un
zoológico de Guatemala. En una
guarnición militar del funesto dictador.
Ese dinosaurio suyo…
Póngase las gafas y no sonría. Su
dinosaurio, anda suelto por Hispanoamérica, sin barreras semióticas capaces de
frenarlo. No hay antología del cuento donde no se entrometa. Algún escarmiento
debe recibir usted por fomentar tanto libertinaje literario. La narrativa en
lengua española se llenó de dinosauritos bastardos. Nunca la brevedad había
sido tan descomunal, desbordada y ampulosa, carajo. Ya los jóvenes no quieren
escribir cuentos extensos.
Una confidencia, señor Monterroso: en mi
pueblo, el músico Marcelio Marulanda, de corpulencia igual a la suya,
desfallece sobre su enfermizo acordeón e interrumpe cualquier juerga de viejo
tango con Aníbal Troilo, “…tu palabra, tu
alma, tu sangre, tus ganas de nada”; con Julio Sosa, “… en su repiquetear la lluvia habla de ti”; con Ignacio Corsini, “…y al son de cien serenatas perfumó su corazón” o con Sofía Bazán,
“…compañero, qué preocupación es vivir
para la gente, que he nacido independiente y ando contra la corriente, sin
pararme a escuchar al que me viene a criticar”, cuando escucha hablar de
minicuentos. A Marcelio se le desafinan su acordeón, sus emociones y
composiciones, cuando observa las huellas del dinosaurio.
Si fuera un ligero insecto entre el millón de
especies descritas, o uno entre los 30 millones no definidas, como ocurre con
los señores Gregorio Samsa y Franz Kafka; o si fuera grácil mariposa según
sucedió con la historia del chinito taoísta, sería tolerable. Pero, fíjese
usted: nada menos que un dinosaurio. UN DINOSAURIO para nuestra época, señor
Monterroso.
Lo suyo excedió todo límite
de la desmesura narrativa. Asaltó el sueño de centenares de cuentistas.
Millares de lectores no despiertan como lo hacían antes de leer su cuento
atómico. Esperan vehementes algo junto a sus camas. La mayor parte de personas
desea despertar y encontrar un dinosaurio y no la mujer o el hombre que duerme
con ellas desde años atrás. Cuando yo despertaba, Gloria Inés Rodríguez Londoño
estaba allí, recordándome que las peores pesadillas son aquellas escapadas de
los sueños y convertidas en trajín hogareño. O temen hallar una bestia
semejante. Peor aún: despiertan entre la rutina de sus vidas laborales y no hay
vestigios de algún dinosaurio, de alguna curiosa lagartija.
Reconózcalo. Con su
texto zarandeó de la cotidianidad literaria a miles de lectores de cuentos, sin
referirnos a estudios críticos, interpretaciones poéticas, disquisiciones
semióticas, significados políticos, enredos filosóficos y parodias de toda
índole que ha estimulado. Demos gracias que su microrrelato no lo conocieron Julia Kristeva,
Lacan, Deleuze ni Baudrillard. Habrían enmarañado el caso. Por culpa de su
discriminante dinosaurio, se le condena a escribir una novela extensa, una saga
donde incluya todos los dinosaurios
que dejó por fuera de su historia. Puede sentarse, señor Augusto Monterroso,
mientras sirvo de vocero a estos…
Comencemos por los
subórdenes de dinosaurios: sauristiquios y ornistiquios, sin olvidar dentro del orden de los
sauristiquios los infraórdenes terópodos, sauropodomorfos y segnosaurios, con
las correspondientes superfamilias herrerasaurios y sus familias estauricosáuridos,
y herrerasáuridos; los celurosaurios, con sus familias de celofísidos,
halticosáuridos, celúridos, noasáuridos, compsognátidos, arqueopterígidos y
avisáuridos.
De igual manera, debe
tener presentes a los deinonicasaurios con sus familias de dromeosaúridos,
tericinosaúridos y troodóntidos; a los ornitomímidos, garudimímidos y
deinochéiridos. De los ovirraptorosaurios, no olvide los avimímidos, cenagnátidos,
avirraptóridos e ingénidos. Respecto a los carnosaurios, incluya sin dejar a
ninguna por fuera las familias de megalosáuridos, eustreptospondílidos,
torvosáuridos, alosáuridos, abelisáuridos, ceratosáuridos, barioníquidos,
espinosáuridos, driptosáuridos, tiranosáuridos, oblisodóntidos y los
itemíridos. Dentro de estos, no olvide los eustreptospondílidos como parte de los megalosáuridos.
En lo concerniente a
familias de sauropodomorfos, respetable cuentista, no deje de lado por ningún
motivo…¿me escucha, señor Monterroso?, no deje de lado a los prosaurópodos con
sus anchisáuridos, plateosáuridos, blicanosáuridos, melanosáuridos y
yunanosáuridos; de los saurópodos, no deje entre el tintero a los vulcanodóntidos, cetiosáuridos,
barapasáuridos, braquiosáuridos, chubutisáuridos, camarasáuridos,
titanosáuridos, diplodócidos, euhelopódidos y dicreosáuridos.
Para el orden de los
ornistiquios, incluya los infraórdenes de ornitópodos, tireóforos y
marginocéfalos, sin olvidar los fabrosáuridos. Le recuerdo que entre los
ornitópodos, dedicará amplio espacio para los hipsilofodónticos, los
driosáuridos, los tescelosáuridos, los lambeosáuridos y los
heterodontosáuridos. En cuanto a los tireóforos, recuerde la importancia de los
escelidosaurios, estegosaurios y anquilosaurios, con sus respectivas familias
de escutelosáuridos, huayangosáuridos y estegosáuridos.
Muy claro todo, señor
Augusto Monterroso. No debe ser excluyente. Por culpa de su dinosaurio estas majestuosas
familias no existen para la literatura. Son menospreciadas, relegadas a simas
del sueño, sin opciones de llegar por algún medio a la vigilia de alguien.
Además, ¿me escucha?, nos quedan los paquicefalosaurios con sus familias de
chaoyungosáuridos, paquicefalosáuridos y honalocefálidos. De los
ceraptosaurios, son esenciales, en algún capítulo de su novela, los psittacosáuridos, protoceratópsáuridos y
ceratopsáuridos…
¡Señor Monterroso!
¿Dónde está, señor Augusto Monterroso?
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