domingo, 27 de mayo de 2018

Propongo reaccionar



No pertenezco a la oscurantista piara antitecnológica de ludistas o neoludistas. Soy ecuánime usuario de elementos tecnológicos que llegan a mis manos, facilitándome emplearlos en la medida de mis conocimientos y capacidad económica para adquirirlos.


Como escritor, distingo dos fases históricas en mi forma de escribir: antes de internet y con este. Procesos mecánicos que empleo al máximo, facilitándome procedimientos de escritura y corrección que años atrás me demoraban mucho tiempo concluirlos. Gozoso geek, me dejo seducir por ellos en mi computador. Hago evidente esto porque, de todas maneras, propongo reaccionar contra personas que cuando estás con ellas te postergan, dedicándose a conversar por sus móviles con otros individuos. Digitan como si no estuvieras presente. Propongo suspender el diálogo que sostengamos con ellas. No ser inferior a las exigencias que ese móvil hace a tu interlocutor. Reaccionar como persona cuya intimidad es interrumpida por la llamada que aquel recibió o hizo a tu lado. Perturbaciones desgajando acentuados diálogos, momentos de intimidad entre ambos, el expresivo entusiasmo de una compañía, una mirada o sentimientos de fraternidad. Si la persona con quien se comparte un espacio determinado hace o recibe varias llamadas, peor es la impresión de postergamiento. Entonces, te propongo irte. Abandonar sin sensiblerías a tu contertulio. ¿Seguirás esperando, paciente, reanudar la conversación donde el otro no recuerda qué estabas diciéndole? ¿Aparentas ser tolerante, aunque en tu fuero interno te planteas no frecuentar más a ese neozombi? Puedes reaccionar como lo hacen todos: sacar tu móvil y hacer lo mismo frente a esa persona. Precipitarte en igual fenómeno tecnológico deshumanizante. Te propongo dejar allí a esa persona que arrincona tu compañía. Despedirte despreciativo. Sin ningún protocolo, abandonarla allí donde está obsesionada con su objeto. Facilitar tu sitio al interlocutor cercano, pero distante de quien habla. Con mayor razón, si el sujeto no tiene la cortesía de disculparse por interrumpir el diálogo contigo. Te propongo reaccionar contra esta mecánica variedad de robotsapiens. Pero… si no te importa porque eres igual que ellos, te sugiero entonces no patalear. Hacer parte, tú también, del tecnológico condicionamiento. Incrementar el mazacote de personas, juntas en apariencia, con su centro de gravitación en la fascinadora pantallita. Te propongo no capitular tu sensibilidad con esos procesos naturales de nuestra época virtual. Si te complaces escuchando diálogos de otras personas, sus intimidades, lenguajes en clave contigo presente, regodéate entonces escuchando a tu interlocutor. Sigue la corriente de sus ideas. Sé tercero o cuarto en ese diálogo. Otra solución: cuando tu interlocutor termine de conversar por el celular y se proponga regalarte algún minuto de atención, manipula entonces tu cajita y dedícate a hablar con otra persona. Juega. Mira el Whatsapp, Facebook, fotos, mensajes. Podría proponerte otras actitudes pero… ¡están llamándome por mi smartphone!

Dos para un soneto


Dicen los dos versos iniciales: “Oscuro y fruncido como un clavel morado/respira, abrigado entre el musgo humildemente”.


Aunque el carnal soneto fue escrito a dúo por un par de homosexuales adictos al hachís, al ajenjo, el hadaverde y la absenta, además de sus implicaciones homofílicas, que a tantos agitan, otros podemos disfrutarlo también como entrañable descripción heterosexual. Pocos lugares del cuerpo femenino o masculino, por sus profundas particularidades para el placer, merecen no solo sonetos sino elegías, como esta puertecilla húmeda “aún del amor que fluye lentamente/por sus blancas nalgas hasta su borde orlado”. Metafórica evidencia de sus recíprocas sodomizaciones, el primero con 27 y el segundo con 17 años de edad, lo escribieron Verlaine y Rimbaud, parodiando a su amigo el poeta parnasiano Albert Mérat quien publicó un libro con 20 sonetos celebrando 20 partes del cuerpo de su amante. Los cuartetos iniciales pertenecen a Verlaine; a Rimbaud, los tercetos finales. Encima el primero y debajo el segundo, inducidos acaso por el lascivo deleite que experimentaban como pareja de alternos pedicadores. En su libro El tiempo de los asesinos, Henry Miller preguntó: “¿No hay acaso algo tan milagroso en la aparición de Rimbaud sobre la tierra, como en el despertar de Gotama o en la aceptación de la cruz por Jesucristo? De cualquier manera que se interprete su obra, está más vivo que nunca y el futuro le pertenece, aunque no haya futuro”. Sonnet du trou du cul, titularon aquellos el poema que, con primorosos tropos, explora inusuales relieves del cuerpo. Territorios para el placer y la sexualidad que, en poesía, pocos autores se han atrevido a tantear. Quienes conocen la lengua francesa, consideran intraducible tal soneto por su carga literaria de juegos de palabras, referencias de sentido nada fáciles de trasladar a nuestro idioma, vocablos con alternos significados cultos y populares y expresiones propias de las conductas parisinas de finales del siglo XIX. Redención literaria del socavón proscrito por el pudor poético, tal soneto compartido hace parte del llamado Álbum Zutique, donde se recogían textos y dibujos con que los integrantes de dicho grupo, entre ellos Rimbaud y Verlaine, ridiculizaban, mediante textos y dibujos, a los poetas parnasianos. Aquí figuran Los Estupros: tres sonetos de los cuales este, que ondula por entre mis lecturas y lujurias selectas, es el más notable. Disfruto las musicalidades de variadas traducciones, cada cual aportando consonancias que no tienen las otras versiones. Por mil sonetos retratando los ojos, el cabello, la boca, las manos, senos o nariz, no hay cinco que hagan la apología de dicha puertecita, temida y apetecida. Los sonetos lujuriosos, de Aretino; o el conocido texto de Quevedo sobre el ojo del culo, pueden ser dos referentes literarios sobre el tema.

¿Platón o Chul Han?


El cielo sobre Berlín, película dirigida por Wim Wenders con participación del poeta Peter Handke, es uno de los filmes preferidos por el filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han, quien dice: “Mis libros empiezan con Peter Handke o acaban con Peter Handke”.

Este, un poeta que discurre en verso o prosa; aquel, un filósofo contemporáneo cuyo lenguaje se llena, junto a neologismos y vocablos propios de nuestro siglo, de sugestivos vuelcos literarios que no encontramos en otros filósofos europeos, asiáticos o norteamericanos actuales. Fustigador del capitalismo, las injusticias socioeconómicas del trabajo y los desiguales senderos que sigue la tecnología, no solo piensa y escribe en alemán, también cuestiona como alemán. En El cielo sobre Berlín, Chul Han guía al espectador por fondos de su barrio y otros sectores de esta ciudad. Sus libros asumen en su estilo la misma melancólica mirada de Winders en dicho film sobre Berlín. En un documental sobre Chul, llamado igual que uno de sus libros: La sociedad del cansancio, el metódico filósofo diserta como Roshi zen: “Los ruidos desplazan siempre al silencio, al vacío”. Empero, ninguno de sus libros induce al silencio. Ni sus significaciones facilitan el vacío. De por sí, hay atrayentes afinaciones en los títulos: La expulsión de lo distinto, Topología de la violencia, La salvación de lo bello, El aroma del tiempo, La agonía del eros, La sociedad de la transparencia, La sociedad del cansancio. Para lanzarme entre silencios verbales o rechinamientos ideológicos a mis vacíos y, por ende, encontrarle razones al pavor, las perplejidades y la muerte, ¿leo filósofos remotos o modernos? ¿Busco amparo existencial en Platón, Schopenhauer o Hegel? ¿Busco sosiego en Wittgenstein o Chul Han? ¿Me refugio en la filosofía, muchas veces cercana al lenguaje vacío, de Byung o lleno mis sentidos con la poesía de otro surcoreano llamado Ko Un? Ilusorio, un minucioso recorrido por la historia de la filosofía profundizando en la lucidez o el delirio de sus exponentes notables. No alcanzan los años. Ni la juventud ni la madurez. Toda una vida de esperanzadas lecturas, no alcanza para ahondar en un solo filósofo o uno solo de sus libros. Byung-Chul Han, con el exotismo propio de un asiático domesticado por la axiología alemana, enjuicia elementos de la civilización occidental sin recurrir para ello a sus raíces orientales. En Filosofía del budismo zen, considera que “es posible reflexionar de modo filosófico sobre un objeto que no implica ninguna filosofía en sentido estricto”. Para sustento de su discurso crítico, introduce las ideas de lo disincrónico como atomización y dispersión de lo temporal, desarrollándolas mediante reiteradas fusiones de citas y autores que, con académica idoneidad y sistematicidad, teje y entrecruza con provocador estilo. “El dígito se aproxima al falo”, afirma en su libro Psicopolítica.

Mi guerillero preferido


“Siento la existencia como una imposición en el mundo”, confiesa en sus diarios, donde soledad e incomprensión fueron temas recurrentes. Me lo presentó el historiador Yuval Harari, en su libro Homo Deus.

Si esperas identificar mis predisposiciones políticas, te engañaste con el título. No señalo personajes que admiras o desprecias, escribo sobre mi guerrillero predilecto: Aaron Swartz. Joven genio, mártir del dataísmo. Hacktivista suicida a sus 26 años de edad quien se ahorcó para evadirse de las inicuas presiones del FBI. A los tres años de edad, comenzó a leer por su cuenta y, antes de los 10, comenzó a programar. Escritor, wikimedista, informático teórico, estudioso de sociología. Desde adolescente, audaz activista político luchando hasta su prematura muerte para que el acceso al conocimiento en internet fuera un derecho humano, y no un monopolio de las corporaciones ni del estado. Tanto para inmigrantes como para nativos digitales, en particular quienes en internet buscamos información en lugar de frívolo entretenimiento, Aaron debe encumbrarse, por su vida e ideales, por lo inconfundible de sus empresas, como uno de los mayores mártires del siglo XXI en la democratización y libertades en los espacios de internet. Su imagen y realizaciones crecerán, multiplicándose en la medida que se conozca más sobre su vida y su muerte. Si te interesa este genio suicida, comienza viendo en YouTube El hijo de Internet, conmovedor filme sobre su vida, por Brian Knappenberger. Aarón decidió ahorcarse, incapaz de resistir sicológica, social, política y profesionalmente las atrabiliarias presiones que sobre sus actividades ejercieron el FBI, las empresas y aquellas corporaciones alegando sentirse afectadas por su acometedora actitud dentro de la Red. Swartz dio su nombre a un enérgico, sucinto documento conocido como Manifiesto por la Guerrilla del Acceso Abierto, cuya redacción se atribuye a otras cuatro personas pero al que este joven, por su condición política, la sobresaliente imagen que había alcanzado y los nobles ideales que lo impulsaban, dio su nombre. Ningún internauta debe desconocer este incendiario documento. Aaron, con su revolucionaria visión de los derechos del individuo en el uso de internet, desafió en sus bases económicas al sistema, a todas aquellas insaciables empresas privadas o estatales que restringen, se apropian y lucran con la información que pertenece a todos. Dicho Manifiesto, la más sacra reivindicación del internauta del siglo XXI, fue publicada por Aaron a los 22 años de edad. “La información es poder. Pero como todo poder, hay quienes lo quieren mantener para sí mismos. La herencia científica y cultural del mundo completa publicada durante siglos en libros y revistas está siendo digitalizada y apresada en forma creciente por un manojo de corporaciones privadas”. Lloré por Aaron. Llorarás por Aaron. Llorarán los cíborgs, cavilando sobre el cumplimento de determinadas leyes.

Con Darío y Hans Urs


Minutos antes del fecundo encuentro leí y subrayé en el libro Filosofía del budismo zen, del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un elegante haiku de Basho, comentado por aquel.
Presagiaba el diálogo que acontecería en el café libro del escritor José Nodier Solórzano, La Casa: “El corazón deja que todo acontezca/hacia allí y hacia aquí,/como el sauce”. ¿Es el encuentro con determinados libros y autores, el que aviva el acercamiento entre personas semejantes? O por el contrario, ¿el diálogo entre personas afines sobreviene para que se nos revelen temas, libros y autores? Las aproximaciones son recíprocas mientras por ahí cerca, etéreo, el esotérico ángel de biblioteca sonríe con el encuentro por él propiciado. Me sucedió con Darío, a quien Carlos me presentó, luego de complacerse con varios mojitos, coctel preferido de Ernest Hemingway cuando entraba a La Bodeguita del medio, célebre bar de la vieja Habana. Darío, es decir, mi encuentro espiritual a través de sus palabras, con uno de los más trascendentales teólogos del siglo XX: Hans Urs von Balthasar. Mi repatriación mística al cristianismo, del cual he sido inmigrante, a través de la obra del pensador católico. Encuentros donde se materializan señales, sigilos y palabras con los libros y autores como puentes, hermanándonos en la información compartida. Este atardecer, ¿posiblemente alborada?, en La Casa, balsámico por la mezcla fragante del café y la aromática de yerbabuena. Diálogo informal no previsto, cargado de afectos literarios. Darío, presentándome a Urs. Yo, hablándole de Pachita, la asombrosa chamana de Méjico. Y de Jacobo Grinberg. Si Urs hubiese asistido a las curaciones de Pachita, habría observado en ella la presencia de Dios que vio también en su amiga la mística y visionaria Adrienne von Speyr. En las teorizaciones sobre Verdad, Bondad y Belleza como expresiones privilegiadas por Dios, que von Balthasar desarrolla en sus heterodoxos planteamientos teológicos, Pachita habría descubierto nuevas luces Crísticas iluminando sus virtudes chamánicas. No conocía yo a Urs, convocando aquí mis búsquedas interiores desde la reflexiva exposición de Darío. A Hans, sus contradictores le incriminaron por resaltar el aspecto seudomístico y ecuménico modernista. Von Balthasar afirmó: “La mirada goethiana debe ser aplicada al fenómeno de Jesús y a las convergencias de las teologías neotestamentarias”. Sublime idea, eje de su Teodramática. Le censuraron porque, al componer este los avances teológicos con categorías estéticas, filosóficas y dramáticas de diversas esferas contemporáneas, una facción retardataria de la iglesia católica consideraba su ecumenismo como apuesta de apostasía. Más atractiva se me hizo su teología al trazarme senderos donde la heterodoxia es brújula que me guía. A la manera de Buda, Urs recibió el llamado de su vocación bajo un árbol, en Selva Negra, Alemania, donde “Sentí el impacto de algo así como un relámpago”.

¿Lesbian chic?


Para leerme mejor, Caperucita, escucha el himno internacional de las lesbianas, Mujer contra mujer, de Ana Torroja: “Nada tienen de especial/dos mujeres que se dan la mano/el matiz viene después/cuando lo hacen por debajo del mantel”.
En la expresión pública de sus manifestaciones amatorias, las nuevas generaciones lésbicas rebasan las conductas de los varones homosexuales. No solo las butchs, lesbianas masculinas, sino las femeninas. Con simulada naturalidad chorreando desde las débiles corrientes de Yin que les circulan por su torrente sanguíneo, y desde lo más tórrido de su matriz hasta el marketing del sexo por las redes, o como transgresora moda para visibilizarse, son numerosas las jovencitas publicitando sus inclinaciones homoeróticas. Con sus preferencias sexuales activas o pasivas, flirtean, en actitudes que parecen retar al inigualable placer heterosexual, a la sociedad y sus modelos patriarcales o a los oscurantistas preceptos religiosos. No creo que, en alto porcentaje de ellas, tal actitud exhibicionista nazca de tomar conciencia de la homosexualidad femenina mediante el análisis de sus fundamentos sicológicos, biológicos, políticos o clínicos. Mucho menos -que les vendría bien para argüir sus inclinaciones- de estudiar obras por el estilo de Manifiesto contrasexual o El deseo homosexual, libros de la transgénero Paul Beatriz Preciado. Desde niñas de escuela hasta pomposas universitarias de lastimera condición intelectual, se entregan a tales escarceos sexuales. ¿Por qué no lo hacen los hombres, los sissies, o gais afeminados? Pocos varones homosexuales actúan con desenfado semejante. ¿Son más asustadizos, discretos o enclosetados que las mujeres? ¿Hay prejuicios entre estos, que las lesbianas han superado? Todos conocemos, y muchos disfrutan, una de las más generalizadas parafilias masculinas: observar dos mujeres practicando sexo. Tal vez, como secuela de dicha forma de voluptuosidad, incontables de las jovencitas que se exploran en un parque, o en un café, o caminan tomadas de la cintura frente a hombres y mujeres heterosexuales, solo desean lucirse, ejerciendo sin saberlo o a sabiendas, pautas propias del Lesbian Chic, concepto de marketing de la cultura pop que tanto influye sobre los milénicos. No me escandaliza el divertido fenómeno. Me induce a preguntar, ¿por qué razón las bolleras son menos temerosas que los gais, más directas mostrando en público sus inclinaciones? ¿Qué prejuicios tienen estos, que no los tienen ellas? ¿Nuestra sociedad es acaso más permisiva con las mujeres que con los hombres? ¿Son estas menos antiestéticas que los varones? ¿Es para nuestra sociedad más placentero y sugestivo ver un par de adolescentes mujeres besándose, que ver a dos baturros muchachos relamiendo sus lenguas? ¿Hay más elegancia en una pareja de ancianas mimándose y hablando de amor, que en un par de ancianos jurándose fidelidad eterna? Shakira y Rihanna, en el voluptuoso video Can´t Remember to Forget You, son ejemplo de ese teatral Lesbian Chic.

Caeiro: teólogo del paisaje


¿Crees en Dios? Lee entonces El guardador de rebaños. ¿No crees en Él? Entonces lee El guardador de rebaños.
Profundízalo si eres panteísta. O neopagano. O un poeta. O un lector de poesía. Encuentra en sus poemas, si eres caminante de montañas o paseante de tus interiores territorios, los paisajes del alma y de la tierra por donde reconoces, dentro de ti mismo, la magnitud humana de lo divino y la dimensión divina de lo humano, resaltadas por la poesía de Alberto Caeiro. Maestro zen: tan zen y maestro, que no fue maestro ni supo nunca nada del zen. Cada poema de este distintivo libro suyo, es versículo de una lúcida biblia pagana, de heterodoxa religiosidad no dogmática nunca escrita como tal por Caeiro.
El más luminoso libro de Pessoa, coreándome la soledad por veredas de mi región. Además de mis silencios y sobresaltos, que nunca concluyen por estos verdes caminos del Quindío, Dios, llámale así o no Lo evoques con nombre alguno, engalanado de naturaleza desde una mariposa, un geranio o un cedro irradiando poesía y vida, está presente en dicha obra de Alberto Caeiro de Silva. Sumario del más epicúreo panteísmo del que se tenga noticia en la poesía de los siglos recientes.
-¿Siempre va solo por el campo? -No, me acompaña Alberto, el guardador de rebaños. En cualquier sitio del camino, algún estambre o un viejo roble, me persuaden: -Si quieres comprendernos, abre el libro y escucha cuanto Caeiro te revela. Y lo abro entonces cabalísticamente, por cualquiera de sus páginas. Leo con estética religiosidad alguno de sus poemas, desde donde el joven visionario me explica: “El mundo no se hizo para pensar en él (pensar es estar enfermo de los ojos) sino para mirar hacia él y estar de acuerdo…”
Dentro de la fructuosa, casi mediumnímica producción de Fernando Pessoa, Caeiro, con el citado libro, cimienta el suceso literario más destacado de su heteronímico plectro poético. “Era el 8 de marzo de 1914, me acerqué a una cómoda alta, cogí papel y comencé a escribir de pie, que es como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas uno tras otro, en una especie de éxtasis que no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca volveré a tener otro igual.
Empecé con un título: El guardador de rebaños. De mí había surgido mi maestro”. Y el de los demás heterónimos, reconoce el poliédrico Pessoa al servir de canal para que se manifestara mediante su cuerpo, su cerebro y sus palabras, pero en particular con la afirmación literaria del sensacionismo, la voz y el espíritu panteístas más reveladores de altos misterios en la poesía universal: Alberto Caeiro: teólogo de la naturaleza: ontólogo del paisaje.

martes, 8 de mayo de 2018

Bliss no besaba en la boca




"...amigas de varios colores pasaban por mi cama de campaña sin dejar más historia que el relámpago físico..."


Josie Bliss, la voluptuosa joven birmana de piel oscura que acicalaba su cabello con hibiscos y alamandas, la siempre lúbrica Josie de anillos en los labios, quien inspiró con sus pasiones eróticos poemas a Neruda cuando este fue cónsul honorario en Rangún, Bliss, delirante remembranza de sexo derramado y mujer moldeada a su antojo por Pablo, en Residencia en la tierra, Extravagario y Memorial de Isla Negra, Josie, amorosa niña de Mandalay pronta para saltar, sin pudorosos estremecimientos, a pantera en celo, experta en lujuriosas técnicas ancestrales del tantra asiático y el budismo Theravada, todo lo consentía, las entradas de su cuerpo se hendían devoradoras, insaciables para Pablo, con la condición de que este no intentara besarla en la boca, golosa felatriz y maestra en el absorbente arte de adoratha, “nunca toleró que yo la besara, nunca permitió que yo posase mis labios sobre los suyos, o que mi lengua recorriese su hilera de dientes, o explorara el cofre de su boca, recuerdo la noche en que me dijo que yo podía disponer de su cuerpo, ocuparla incluso cuantas veces quisiera por su arrabal redondo y erguido, o desfogarme entre sus labios, si me placía, pero que no intentara besarla en la boca”, confiesa Neruda, que ha vivido y a quien luego de conocerle su actitud discriminatoria con su hidrocefálica hija Malva Marina, no doy fiabilidad en todo cuanto cuenta y canta, por ejemplo, los bosquejos poéticos que de Josie Bliss cinceló en los poemas a ella dedicados, lúbrica muchacha de Rangún tal vez no tan maligna ni obsesiva, ni tan criminal como la evoca el chileno, exteriorizando racismo y machismo cuando, refiriéndose a las birmanas, subraya, “las mujeres, material indispensable para el organismo, son de piel oscura, de un olor distinto”, prostitutas de Rangún que además de Bliss, se deslizaron por su lecho, “amigas de varios colores pasaban por mi cama de campaña sin dejar más historia que el relámpago físico”, jóvenes de sensualismo resuelto y complaciente, desbordadas, cuya menguada condición socio-económica las impulsaba a convertirse en efímeras amantes de banqueros, diplomáticos, comerciantes y empresarios británicos, con quienes buscaban alicientes de estabilidad y protección, como sostiene en su ensayo la socióloga Eda Cleary, honrando la imagen de Bliss, dejando en entredicho los ariscos retratos que Pablo bosquejó de Josie la cual, durante ocho meses, manejó con el mestizo latinoamericano energías sexuales que exigen a la mujer no dejarse besar la boca, labios relamiendo cualquier cálida y húmeda zona del cuerpo, menos este inmaculado territorio de tradiciones animistas donde la fusión de la boca masculina y la femenina, mezclando la inhalación y la exhalación, no estaban permitidas por razones de oscuro tantra.

Netflix, ¡oh, Netflix!



¿Sófocles? ¿Shakespeare? ¿Balzac? ¿Dostoievski? ¿Kafka?


Desde remotos dramas griegos induciéndonos a la catarsis descrita por Aristóteles, hasta las crudas novelas contemporáneas de autores que conmueven al lector con turbulentas pasiones de sus personajes, al compararlos en argumentos, temas y complejidad sicológica, en ambientación de territorios donde, desplegando sus fatalidades, convulsionan como símbolos sociales de épocas y culturas, ninguno de los citados autores tiene el potencial suficiente para trastornarnos con emociones contradictorias, como determinadas series de Netflix, la más prominente religión tecnológica del entretenimiento cinematográfico. Sus audaces equipos de trabajo saben qué deseamos. Qué tememos. Con qué y con quiénes nos identificamos, espectadores anhelantes de arquetipos desde dónde equilibrar nuestra insignificancia. Receptores de nihilismos desesperados frente a la pantalla, episodio tras episodio, fascinados por la ficcional belleza de dicha narrativa crossmedia. “Algunas teleseries han construido, capítulo a capítulo, auténticas bibliotecas de narrativa, poesía y ensayo”, expresa Jorge Carrión en su libro de obligatoria lectura, Teleshakespeare. Netflix emplea fórmulas efectivas para despertar individuos. O sumergir en gratas somnolencias a la masa cautiva de sus programas. Series que despiertan infrecuentes adicciones al empujarnos hacia la médula irracional del alma humana con sus horrores y virtudes. En la medida que incorporemos las series de Netflix en nuestra cotidianidad, adquirimos conciencia de algo más allá de lo rutinario. O nos zombificamos, peor que los especímenes en The Walking Dead, a la deriva por ciudades y montañas. Admiro y rechazo a Netflix cuando los personajes de sus series me enrollan en la sicológica gama de sensaciones, malestares y alegrías, contraponiéndome con filosofías que mientras en los libros son desdibujadas, aquí tienen cuerpos apetecibles, escenarios envidiables y pasiones seductoras. Considero a Netflix el más recursivo Think Thank de emociones del hombre contemporáneo, simiente de una nueva forma de ver y aceptar o rechazar el mundo. Conoce a fondo nuestras frustraciones. Parece una escuela esotérica cuyos ceremoniales son los medios de información. Series entrelazadas o independientes, conectándose entre ellas con propósitos conocidos solo por los grupos tras de sus magistrales propuestas. Netflix, culto transhumanista que congrega sus fieles en los templos del televisor, el celular o el computador, para hacernos parte del ceremonial. Netflix es perfección del control de las emociones humanas. Hago parte de esos millones de personas que dejan de hacer otras actividades por quedarse varias horas siguiendo episodios en una o más series determinadas. Todo lo tiene cuantificado, cualificado para socavar la sensibilidad del ser humano. Cualquier manipulación de la sociedad, tiene mapas precisos en Netflix. Sus atractivas propuestas de alta calidad en fotografía, con referencias políticas, artísticas, sociológicas y científicas, sin descontar las históricas, son capaces de detenerle a uno la lectura de cualquier libro. Netflix, sendero visual hacia otras dimensiones del conocimiento moderno.

Parecer bien



Por donde uno vaya o donde uno esté siempre hay que parecer bien. Parecerle bien a los demás, aunque no sepamos quiénes son los demás y lleguen y desaparezcan. Hay que parecer bien con los zapatos que calzas, con los tatuajes que cargas, con la forma de peinarte y gesticular. 


Parecer bien con los lugares donde entras a tomar un café o almorzar, y a descansar del esfuerzo que haces por parecer bien con el automóvil que compraste, o el sitio donde te hacen la manicure. Debes parecer bien con la forma de mover el culo al caminar, despreciando a los demás pero esperando que te aprecien. Con las marcas de tus camisas o tus blusas. Debes parecer bien con los libros que lees y los autores que prefieres y nombras a quienes no leen. Con la música que escuchas. Con la manera de opinar sobre los sucesos del día en tu pueblo y las noticias internacionales. No importa lo que en realidad eres, siempre hay que parecer bien en los actos públicos, en el odioso lugar donde trabajas, ante tus jefes y subalternos. Hay que parecer bien ante tus hijos, tu esposa y tu amante. Hay que parecer siempre bien a otros, quienes también, desde por la mañana hasta el anochecer, se desviven por parecer bien perfumándose, haciéndose los indolentes, creyéndose los más elegantes, sintiéndose los más hermosos, pensándose los triunfadores los elegidos los doctorados los de alta clase social los espirituales los vegetarianos los inteligentes políticos los salvados por Dios. Por donde uno vaya y sin saber por qué, parece que siempre hay que parecer bien, sentados o caminando, aprisa o despacio. Nadie quiere parecer mal ante los deformes, los feos o los ignorantes. No parecer mal a quienes parecen haber nacido solo para estorbar, para que quienes siempre buscan parecer bien, contrasten lo bien que parecen al lado de aquellos. Todos queremos parecer bien, aunque día tras día estemos peor con el tipo de gente que nos rodea. Y hay tantos, tan insensatos, tan torpes, que siguen queriendo parecer bien con cuanto en el pasado intentaron parecer bien, haciendo parte de grupos ecológicos, políticos, culturales, religiosos, deportivos, esotéricos, donde parecer bien frente a los otros creyéndose de mejores familias, sintiéndose más inteligentes, es lo único que importa. Parecer bien, aunque por la noche lleguen a sus miserables alcobas y se derrumben en la soledad de sus camas, donde intentarán dormir cansados de parecer bien. En sueños intentarán seguir pareciendo bien. Y ya muerto, alguno por compasión hacia ese individuo que siempre quiso parecer bien, querrá que el cadáver parezca bien. (Cali, junio 16 de 2017. Hotel Nevada, al amanecer, riñendo bajo la lluvia con Bukowski en su libro Ruiseñor, deséame suerte).