martes, 13 de diciembre de 2011

RITUAL LITERARIO CON AMELIE NOTHOMB

Amelie Nothomb


Encontré la narradora europea Amélie Nothomb, a finales de enero de 2005. La lectura de la insípida noveleta de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, el precioso tiempo perdido con tal autor y dicha obra se compensaron al conocer, por esos días, detalles biográficos y bibliográficos de la escritora francobelga nacida en Kobe, Japón, en 1967. El descubrimiento de sus novelas, editadas en español por las editoriales Circe y Anagrama, revelándome a una virtuosa de la novela breve contemporánea como pocas despuntan en la literatura de finales del siglo XX y primera década del XXI, me indujo con vehemencia a escribir más de una docena de glosas críticas en torno a su novelística.

Junto con Marc Levy y Bernard Werber, Amélie figura entre los autores más vendedores en Francia, según clasificación del diario Le Figaro. No se puede quedar indiferente cuando una de sus novelas fundamentales, Estupor y temblores  (Anagrama, 1999) supera en ventas  los dos millones de ejemplares. Igual fenómeno sucede con  otras de sus novelas, sin ser una Best Seller tipo Norteamérica. Sus textos se han adaptado al cine, al teatro y la ópera. Nada mejor, para desintoxicarse de la leve literatura colombiana propalada por algunas editoriales interesadas sólo en lo económico, que volver el gusto y la sensibilidad hacia narradoras francesas como Nothomb. De sus 16 libros  publicados entre 1993  (El sabotaje amoroso) y 2010 (Ordeno y mando) el primero que leí fue Cosmética del enemigo (Anagrama, 2001) nouvelle de 97 páginas con la intensidad sicológica propia de un clásico como Dostoiewski en Nietochka Nezvanova, Pobres gentes o Una novela en nueve cartas. Una de las más dramáticas, la de Amélie Nothomb, en el sentido griego del término y aún de su estructura, sorprendente por su desenlace, dentro de la novelística francesa actual con otras dos narradoras transgresoras del lenguaje, los temas y las convenciones sociales, representantes de la literatura trash como Virginie Despentes (Fóllame, 1998) y Marie Darrieussecq  (Marranadas, 1996).

Cosmética del enemigo sirve como ancha puerta de entrada hacia las demás novelas de Nothomb, en particular las del período comprendido entre l993  y 2005, donde la narradora no parece estar sometida a prisas y seducciones económicas de las editoriales, a las lecturas cuantitativas de compradores fanáticos ni al tráfago publicitario restándole fuerza y originalidad a varios de sus más recientes títulos. Este es el primero de los artículos que me propongo escribir en torno a tal novelista. Mi propósito es introducir, en primera instancia, a los lectores quindianos exigentes, exquisitos y fastidiados con la superficial y deslucida narrativa colombiana o foránea inmersas en utilitaristas exigencias de la globalización, la hiperconcentración y banalización de la cultura y la literatura. No  es discordante citar aquí las palabras de  Juan Villoro, en su introducción al libro El optimismo de la voluntad, de Jorge Herralde:

“Un editor suele ser hoy en día un empleado que trabaja para un megaconsorcio español, con gerente alemán y capital japonés, un subordinado que debe acatar abstracciones como la curva de inflexión en las ganancias y responder a criterios que poco tienen que ver con la literatura”.

Amélie Nothomb, por su forma de vida, por la filosofía de sus personajes, por el ámbito misterioso y ambiguo en el cual enmarca su vida social, cultural, familiar y literaria no siempre ceñida a cánones convencionales ni a estereotipos del escritor renombrado;  por su admirable capacidad de trabajo, propiciada por el ayuno y el rigor alimentario como estímulos para la escritura lúcida; por los escándalos que ocasiona cada libro suyo entre quienes allí se reconocen y son puestos al descubierto, pero en particular porque es una joven mujer vociferando y denunciando sin contemplaciones y con elegante sobriedad de estilo, cuanto las sociedades  contemporáneas  encubren de sus nauseabundas instituciones Por esto y mucho más, Amélie es señalada como la “sale gosse”, chica mala, de la literatura francesa vanguardista.

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