Diciembre, lunes l7
¿Quién me traerá hoy noticias, o una sola palabra compasiva, sobre la cantidad de hormigas ayer pisoteadas? ¿Y si alguien llegara en estropeado carruaje, a traerme noticias de hojas aún sin desprenderse de sus ramas? ¿O noticias del fruto maduro desaprovechado, sin importancia para nadie a pesar de su fragancia?
¿Qué preguntaría yo a una mujer, vestida de azul y con ojos grises, irrumpiendo en mi alcoba sin saludar para fustigarme noticias sobre la demolición de un viejo faro desconocido? ¿Quién me traerá hoy noticias de aquellos hombres expirando solos en sus estrechas zahúrdas, empujados a la nada por un tango inconcluso o un jazz insistente?
¿Quién vendrá hoy a revelarme, con perversa exactitud, hasta dónde inundó el mar con su rumor al hombre retirándose de la playa entre sollozos? ¿No hay alguno capaz de medir la profundidad de mis huellas entre el lodo y no exigir nada a cambio? ¿Quién me traerá hoy noticias de alguien danzando por los pasillos de un hospital, de la canción bailada y la hora hasta cuando la escucharon los enfermos insomnes?
¿Quién me dirá hoy qué sucede a los atardeceres calarqueños y a las plumas del gorrión, cuando se rompe la cuerda de un violín al final del concierto? En este momento de mi vida, ¿hay alguien dispuesto a traerme noticias de la hierática gitana, alta y enjuta, que siendo niño me aterrorizó con sus zarcillos de cobre, su largo cabello y los rechinantes colores de aquella larga falda desplegada por el viento?
¿Quién me traerá hoy noticias fidedignas de versos musitados por los poetas mientras agonizan? Abriría la puerta de mi hogar, convidándolo a seguir, aunque al final nada dijera. ¿Quién me traerá hoy noticias de niños que no alcanzaron a tener nombre y de ancianos siempre innombrables? Pero, en particular, ¿dónde está quien pueda traerme alguna noticia confiable de mí, sin llenarme de melancolía?
Diciembre, sábado 22
Cuídate. Es tras de una canción, cualquiera de tantos ritmos viviendo sin pagar alquiler en tus sentimientos, donde se ocultan demonios ansiosos de regresar a tu memoria y desde el pasado estropear tu presente. Pretenden ocupar espacios, cualquier resquicio del momento, instalándose en alguno de tus sentidos y si lo permites, en todos ellos. Cuídate. De esa música nostálgica enraizada en tristes o alegres reminiscencias, no querrás ni podrás protegerte. La invitarás a tu memoria, repetitiva, siempre tajando la nostalgia para desempolvar con ella adorables rincones de tu pasado.
La convidarás a diario para martirizarte, confiando en sus halagos. Tus demonios no se ven, agazapados tras la música, la letra, los ritmos y versos de la niñez, la juventud o la madurez, murmurándote algo perdido. Desde tales escondrijos te observan y poseen. No se ven, pero puedes intuirlos sobre el peso de la melancolía o flotando en esas lágrimas escondidas cuando escuchas tal música, si haces tuyas las palabras y sentimientos de otros. Esos demonios sordos de la música, bailan sonámbulos para ellos mismos tras la tonada que te derrumba y te crucifica en la silla, induciéndote a otra copa más de alcohol. A un recuerdo más viejo y desvanecido. Todos son ciegos observándote sin ojos porque los tienen en las guitarras, en la flauta, en el piano, en el violín, el clarinete o el tambor. Guitarra de ojo y ojo de flauta; piano de ojo y ojo de violín; clarinete de ojo y ojo de tambor.
Tus demonios vienen, saltan, cabriolan, brincan en la canción que te emociona y llena de fotos desteñidas tu memoria, para alimentarse de tus recuerdos. Cuídate, entonces, de todas esas canciones llenándote de dolor y angustia, devolviéndote al pasado. Y si tu exterior puede mancillarse, herirse o deteriorarse, tu interior siempre permanecerá puro e invulnerable aunque esos versos, esas lacerantes notas tristes de la canción, parezcan lastimar tu ser más profundo. Me sucede con La Campanella, de Paganini, por ejemplo. O Summertime, en la voluptuosa versión de Marcheeba. Igual con el pasillo Las acacias, interpretado por Garzón y Collazos: “…se marcharon unos muertos y otros vivos que tenían muerta el alma”.
Enero, martes 8
Lo descubrí después de profusos caminos y ciudades antiguas y modernas: no voy para ningún lugar. No vengo de ningún sitio ni me dirijo a puntos definidos, aunque deambule de aquí para allá despidiéndome o escuchando peregrinos adioses. Mi meta es el lugar donde estoy. Por tal motivo no me apresuro a vivir. La muerte tampoco me afana. Todo sabe esperarme, si aprendo a estar justo donde me encuentro. Una luna llena, por caminos de Salento. Un banano maduro cuando camino por Córdoba. Las luciérnagas al anochecer mientras bajo de Peñas Blancas. La ventana abierta de un balcón en Filandia. Un leño crepitando en la finca de don Delio y la Monita, mientras dos gatos observan desde un rincón de la cálida cocina.
Siempre llego a la hora indicada en el reloj de la existencia, en el instante preciso de la eternidad, justo para mí y para el mundo. Tampoco me devuelvo. En esta esquina, mientras gente y automóviles vertiginosos van quién sabe hacia dónde, tengo la certeza de no vivir de acuerdo con ningún conocimiento intelectual. Estoy aquí con mi cuerpo entero y con mi espíritu, recordando a Buda: “Debemos mirar los fenómenos como fenómenos, mirar la realidad aquí y ahora, y seguir el orden cósmico”.
Enero, sábado 12
Por entre el silencio de esta noche, ¿hacia dónde van Bach y el canto de los grillos en mi corazón? ¿Para dónde sigue solo, sin necesidad de compañía, mi corazón cuando Bach y los grillos se silencian? Pronto la noche estará más sola y taciturna. ¿En cuál lugar de la nada se encuentra Bach ahora? Puedo hacer mías las palabras de Keyserling: “Si yo pudiera pensar en conceptos claros y distintos cuanto Bach ha conseguido expresar en el lenguaje de la música, cómo se aclararían para mí muchas cosas…” Y si yo pudiera expresar con mis palabras cuanto revelan los grillos en su canto, tras del silencio nocturno hallaría el sitio donde Bach continúa escuchando su coral “Todos los hombres tienen que morir”.
Enero, martes 15
¬-¡Tienes derecho al milagro!
-Entonces no me expliques la flor.
-¡Y más aún, tienes derecho a la flor!
-No me describas el paisaje, por favor.
-¡Tienes derecho a la eternidad!
-Entonces déjame donde estoy, para vivirla con el paisaje y la flor.
Enero, domingo 20
“¿Cuál es tu religión?”, preguntan estas montañas cuando cubierto de neblina asciendo por ellas. “El tulipán florecido”, respondo. Y se llena de flores el sendero. De la cercana finca oculta entre árboles, llega el multiplicado canto de los gallos como salmo de mi religión.
Enero, jueves 24
Sentado bajo la penumbra del cedro -mientras nos desvanecemos del mundo, de Calarcá y del Quindío, este árbol y su sombra y yo-, agradezco la oscuridad de sus frondosas ramas cuando algunas hojas llegan a mi lado, como caen los días y los meses de mis años.
A pesar de todo, el canto de un ave en sus ramas recordándome que no soy nada. Existencia sin esencia real: comprenderlo bajo la sombra del cedro, en este momento cuando ya no está la canora avecilla, equivale al gran éxtasis, la excelsa felicidad no supeditada a religión alguna, permitiéndome aprehender la vida cósmica, la verdadera vida y el amor universal, sin buscarlos en libros de metafísica o textos religiosos. Ni mucho menos en discursos de otros hombres. El agradecimiento va más allá del árbol, del camino por donde llegué a la sombra de este árbol. Abarca otros caminos y otros pueblos, otras montañas distantes del Quindío.
Cerca de mis piernas, el repentino visitante me trae a la memoria un haiku de Issa:
¿Cuándo llegó aquí,
junto a mí,
este caracol?
El milagro nunca pretende ir más allá de la realidad. No puede ir más allá porque es la realidad misma. Cotidianidad revelada por los cinco sentidos y exaltada por el sentimiento poético. El cedro rosado, el caracol que vino de algún lugar, las hojas secas y la avecilla que ha vuelto al árbol, son el milagro sin fronteras ni medidas, sin pensamientos ni abstracciones ontológicas.
Febrero, lunes 6
Nada significativos son para mí el desdén o las ponderaciones de quienes están a mi lado. No hiere el primero ni acarician las segundas. Pronto se esfumarán unas y otros, sin ninguna boca para pronunciarlas y ningún oído para escucharlos. También yo tendré que irme y de ellos y de mí no habrá elogios ni diatribas. Sin olvidos, sin recuerdos, entre el desdén y la alabanza opto por el silencio de esta noche. Un silencio sin significados, sin literatura de por medio donde no hay nada más sagrado que la vida. Poco importa el menosprecio o la ponderación del hombre común, quien juzga a los otros no por sus logros interiores sino por sus actos aparentes, por su aspecto superficial o por cuanto se dice de ellos.
Febrero, miércoles 8
Pretenden cerrarme la puerta de la verdad. O abrírmela con sus dogmas y ritos, prodigándome la insípida bendición o negándome la mirada de sus altaneros maestros. Pretenden encender o apagarme el brillo de las estrellas, la refulgencia del sol y del silencio y del vacío, el continuo centelleo de la vida y del mundo iluminando mis ojos, porque rehuso mirar hacia donde ellos me señalan. Rechazo ser objeto de sus creencias y dogmas. Repudio sus iniciaciones, sus bautismos, grados y rituales. Tarde o temprano, cada creyente se frustra, busca otra vía, ansía nuevas esperanzas y adopta reglas para participar en otros juegos religiosos o espirituales. Las creencias no dan la verdad ni humedecen los labios con aguas vivas de la vida.
¿Dónde está el cerrojo de la luna? ¿Dónde alquilan o venden llaves para abrir la cristalina lluvia quindiana o entrar a las fértiles montañas de mi región? No necesito del Gita ni de La Biblia, del Corán ni del Tao para abrazar una palma en Cocora declarándole mi fe, mi amor y amistad, sin exigirle frutos ni edificarle al lado un santuario. Pretenden venderme a plazos, mediante favorables cuotas espirituales exigiendo sumisión, llaves y llaveros cuando no tengo el menor interés por entrar y mucho menos quedarme en las asfixiantes habitaciones donde celebran sus ceremonias. Es sólo en la libertad que algo puede manifestarse, dar sus frutos, asistir a la presencia del mundo en cualquier lugar.
Febrero, lunes 13
Si se extrañan al verme buscándote entre sombras, es porque consideran estar en la luz. Si se extrañan cuando te indago en la luz, es porque continúan en la sombra. Sin embargo, ni entre la sombra ni entre la luz te velas. Desde ambos me observas revelándome tus secretos con la luz de las luciérnagas
Del poeta japonés, Onitsura, un haiku:
¡Ven, ven! –le dije,
pero aquella luciérnaga
se fue volando.
Todo el texto es para degustar, finura, como diría un amigo, pero esa página de enero, martes 15, es gloriosa. Es un verdadero resplandor.Un diario de vida interior que convulsiona, como dijo André Breton al finalizar su Nadja:"La belleza será convulsiva o no sérá." Gracias, por compartir esta página.
ResponderEliminar