En el manifiesto Dada, publicado en 1918, luego de la Primera Guerra Mundial terminar con la vida de varios millones de posibles lectores de poesía, Tristán Tzara escribió: “Hay una literatura que no le llega a la masa voraz. Obra de creadores, procedente de una verdadera necesidad del autor, y para él. Conocimiento de un supremo egoismo, donde se ajan las leyes”. La de Carlos Alberto Agudelo Arcila no está lejos de esa poesía que se escribe no para buscar editores sino por necesidad vital del autor. Sus poemas se acumulan hace más de 20 años y en el reciente lustro han aumentado en cantidad y calidad, en decantamiento y profundidad filosófica de su expresión verbal. Es uno de los poetas, en este sector de Colombia, con disciplina, vocación y búsquedas dentro del lenguaje, más prolíficos y menos publicados. Su obra inédita crece día tras día, se decanta en la madurez intelectual y en las apasionadas lecturas del poeta, hombre de infatigables reeescrituras, poeta auténtico sin ansiedades publicitarias, sin el desespero de notoriedad literaria que caracteriza a tantos escritores de provincia y de capital.
Carlos ya encontró su lenguaje y su estilo, sus temas y sus ritmos, las palabras justas para expresar sus cuestionamientos existenciales y filosóficos,sus certezas estéticas y el decurso cotidiano de la creación poética, y lo refina y concreta todo en centenares de poemas de diversa extensión que conforman su producción literaria de los recientes dos lustros.
Su dedicación a la poesía la conocemos y la valoramos pocas personas.En sus viajes diarios a la poesía de otros poetas para reafirmar su identidad poética, para encontrar en ellos las mismas señales de angustia que lo inducen a rupturas con la lógica y a la mezcla de planos de pensamiento e imágenes que, en apariencia, no pueden combinarse, somos pocos quienes le hemos seguido. Entre los escritores del Quindío y del Valle del Cauca, es notorio el receloso reconocimiento de su talento poético, de sus propuestas literarias en contravía de toda tradición. Contra las leyes de la lógica y socavando la inmovilidad del pensamiento al buscar el ritmo de lo inmediato, lo actual y aleatorio en versos, imágenes y poemas de gozo frenético en lo visual.
Uno de los libros inéditos más coherentes donde se encuentra con alma y cuerpo completos Carlos Alberto, es el titulado Aforismos que olvidó Bretón, obra donde se reflejan la filosofía, la estética y la poética de este autor a través de un lenguaje con visible cercanía al dadaís,o y al surrealismo, asimilando de estos lo mejor de sus características pero sin perder su identidad, siempre en la línea de sus particulares modos de ver el mundo y de expresarlo con el verso y los versículos cuestionando con humor el arte, la sociedad, la religión, la política y los políticos y la poesía misma.
Esta es una breve muestra de dichos aforismos poéticos que como tributo a Bretón. Agudelo relaciona con este, emparentándolos con los que aquel escribió en compañía de Eluard, en el libro La santísima trinidad, de estructura semejante. Carlos ha escrito cerca de 5.000, mediante los cuales podemos formarnos una imagen del poeta que mediante la agilidad, la contundencia minimalista, la bofetada con la imagen y la agudeza poética de tales versículos, dada o surreales, puesto que oscilan entre ambos movimientos poéticos, provocan y socavan el sentido común, desestabilizando las rigideces poéticas, todas las normas y la ortodoxia sobre lo que debe ser el poema.
Agudelo no pertenece, ni busca alinderarse en ninguno de los movimientos literarios creados por Tzara o Bretón, ni mucho menos pretende revivir, renovar o darle extensión en el tiempo y la poesía colombiana a tan importantes expresiones poéticas europeas. Cuando se sumerge en las lecturas de su subconsciente; cuando acompañado por el eco interno de poemas que lo deslumbran, de imágenes que lo llenan de luminosas perplejidades y del lenguaje que se le metamorfosea en protéicas figuras, no puede impedir acceder a los mismos universos de creación literaria, de experimentación poética y de rupturas con la racionalidad que también vivieron Tzara y Bretón, el dadaísta y el surrealista.
Siendo tan personal su poesía, Carlos a lo largo de toda su obra, por el tratamiento de los temas, por la materia verbal con que elabora sus poemas, por el tipo de lenguaje que emplea y por las recurrencias a tópicos propios de los citados movimientos, puede emparentarse con ellos y encontrársele múltiples elementos de acercamientos con las búsquedas que ambos impulsaron. Esta es una selección de su extensa producción poética minimalista. Con versos que se reducen a la menor expresión de imágenes, palabras, ideas y ritmos, en una ágil poética del silencio enmarcada por la metáfora. Gracias a esta síntesis, Agudelo subvierte la estética de la lógica y transfigura lo cotidiano, el mundo normal con que a diario nos encontramos. No hay duda de que con estos aforismos poéticos Agudelo participa del fenómeno cultural estudiado por Elisa Calabrese quien pone en tela de juicio el concepto de totalidad quelos artistas,en este caso los poetas, realizan al escribir obras-detalle, poemas-fragmento a través de cuyas mínimas estructuras manifiestan la deconstrucción de la categoría parte-todo empleando en su lenguaje palabras, imágenes, ideas donde se manifiesta como nueva categoría poética laparte,entendida como detalle o fragmento.
Cada uno de estos aforismos o versículos tiene unidad total: comienzo, mitad y final, en una bien elaborada poética de la producción de detalles.Se puede reafirmarlo con palabras de John Cage: “No tengo nada qué decir, y lo estoy diciendo, y eso es poesía”. Estos aforismos tienen mucho para decir y lo revelan con la poesía. No tengo nada para comprobar, ni para postular y lodigo con mis versículos, afirma Agudelo cuando lee parte de su producción en múltiples escenarios del Quindío, del Valle del Cauca, Caldas, Risaralda o Tolima, en pequeños círculos que valoran su trabajo.
La persistencia de Carlos Alberto para señalarnos con sus aforismos poéticos otras realidades, nuevas dimensiones de la cotidianidad, desvanecen las normas del sistema lingüístico como instrumento de comunicación de lo objetivo y como señal concreta de lo real. Es oportuno recordar a Octavio Paz cuando afirma que “a partir de Une saison en enfer, nuestros grandes poetas han hecho de la negación de la poesía, la forma más alta de la poesía: sus poemas son crítica de la experiencia poética, crítica del lenguaje y el significado, crítica del poema mismo”.
Esto se descubre en la primera lectura de todos y cada uno de los versículos puros y cristalinos, luminosos y plurisignificantes de Agudelo Arcila.Los aforismos que olvidó Bretón, es una obra poética de madurez literaria en la cual su autor junto con su alucinante y embriagadora novela inédita Un martes de nunca llegar, arriba a notables niveles de experimentación con el lenguaje mediante la técnica del automatismo escritural y con las abstracciones irracionales de imágenes y metáforas. Como estos que acá se incluyen, tiene inéditos varios centenares más escritos en uno de los pueblos vallecaucanos más áridos para la poesía, más ajenos e indiferentes a su labor de poeta y sembrador de literatura.Autor de algunos centenares de aforismos filosóficos publicados en dos libros y en periódicos y revistas del Quindío. Agudelo escribe minicuentos y cuentos atómicos donde descansa un poco de su desbordada sinestesia, de sus rupturas con la normalidad y de abrirle grietas enormes al tradicional quehacer poético en Colombia y en estos lugares del país. Para el lector atento, esta muestra será una clara señal del trabajo que con la palabra y sus sentidos lleva a cabo Carlos Alberto.
¿Aforismos? ¿Breves poemas? ¿Pinceladas verbales? Son chispazos poéticos que al caer en la página convertidos en palabras y versos, forman un río de lava que serpea por la sintaxis, sobre las convenciones literarias, sobre la cotidianidad poética de la época.Los olvidó Bretón. Los olvidó Eluard. O tal vez escaparon de los sueños de Hugo Ball, de Tristán Tzara, Marcel Jank, Jean Harp o Hans Richter. Lo cierto es que Carlos, en momentos de lúcido automatismo literario los atrapa de pies a cabeza y prepara con ellos un coctel semiótico que brinda a quienes quieran y puedan beberlo. Gracias a fantaseos poéticos que e n Carlos no son juegos pasajeros sino búsqueda de toda su vida, desde cuando inició su trayectoria en el Taller Literario del Quindío, Agudelo recuerda todos aquellos versículos surreales que Bretón olvidó. Mejor aún: los que no quiso escribir, aquellos que nopudo parir o que, de alguna forma, legó para la memoria inconsciente y colectiva de la humanidad. Para que con el paso de los años tuviera acceso a ellos un poeta de extraña sensibilidad conectado a las cósmicas vibraciones de los archivos akashicos de la poesía surrealista. O dada. Es lo mismo cuando es la sensibilidad poética de Carlos el elemento que ahonda en la fuente de la poesía.
Como dinámico medium escribiente, Carlos recupera de su memoria y del sutil archivo del surrealismo, versos e imágenes que no requieren de épocas prtecisas, ni de modas o momentos históricos para resaltar por su belleza, por la contundencia ilógica de sus imágenes, por las insólitas sonoridades de palabras que se organizan más allá de normas, preceptos y dogmas habituales, gracias al despliegue lúcido de un automatismo síquico apuntando hacia el poema breve.
En Siete manifiestos Dadá, el poeta rumano Tristan Tzara escribe: “Dadá tiene 391 actitudes y colores diferentes según el sexo del presidente”. Agudelo Arcila, quien conoce los múltiples colores del azul, se emparenta con esas 391 actitudes características del poeta dadísta y las multiplica en cerca de 2.000 versículos de los cuales los incluidos en este volumen son una muestra. Los versículos surreales y que nosotros observamos más bien como una muestra dadá más refinada, próxima al surrealismo sin querer adoptar sus especificaciones literarias, son versos de extensión indefinida, sin rima, no supeditados a moldes formales, proclives al desarrollo de lo ilógico y lo absurdo, donde el desbordamiento de la imaginación, el azar convocado para que se transmute en metáfora y el natural automatismo,obligan a los lectores igual que obligan al autor, a cuestionarse las realidades artísticas tradicionales.
Sólo cuando se lee la totalidad de este singular trabajo poético de Carlos Alberto Agudelo Arcila, se puede apreciar en toda su magnitud poética la inquietante y perturbadora ruptura del escritor con los lenguajes poéticos actuales en Colombia. No sigue caminos ni se los traza a nadie. Una forma de hacer poesía y de vivirla, muy propia. Dadaísta o surrealista según se lea y asimile, de acuerdo con la capacidad de cada lector para introducirse, sin formulismos, en otras dimensiones de la palabra y del verso.
En su introducción al drama surrealista Las tetas de Tiresias, Apollinaire dice: “Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la rueda, que no se parece a una pierna”. A estos aforismos poéticos donde ni las ideas quieren ser aforísticas en el sentido tradicional del término, ni lo poético se aferra al breve molde apotegmático para mostrar algo, se deben acercar sus lectores con la filosofía expuesta por Apollinaire en tal acerto. Cuando el hombre quiso imitar la acción creadora de Dios, inventó la poesía dadá y la surrealista, que en nada se parecen al verbo ordenador de este. De tal manera se revelará el propósito literario de Agudelo y el valor estético de su trabajo literario. Quedan por conocer muchos otros de sus aforismos, originales como estos, llenos de evocaciones y sugerencias, de rupturas, de creatividad onírica. No dudo de que si Bretón y Eluard los hubiesen leido, habrían incluido buena parte de estos en el libro de la Inmaculada Concepción. Y si estuvieran vivos, habrían rogado a Carlos que incluyera los de ellos en este trabajo.
Esta es una página de jugoso deleite, donde se recrea la amistad, la admiración, el ardor estético, la pasión por la palabra y el encuentro con todo y con todos.Es un recreo con el morral enciclopédico, la traza lugareña y un amplio sentido de universo para conversar y versar.
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