Daehaeng Kun Sunim |
Beatriz Preciado |
Diciembre 14. Armenia. Fría mañana de lluvia menuda. Me gustan los días fríos. Me gustan las mañanas lluviosas. Y la lluvia fina en cualquier mañana. Me gustan las mañanas. Y la lluvia a cualquier hora del día, pero esta fría mañana decembrina me gusta mucho más, porque bebo sin prisa un exquisito té chai.
Té yogui, llaman también a esta preparación de origen indio porque era usual recibirla durante pláticas del gurú tántrico Yogi Bhajan. Esta fría mañana de lluvia menuda, recogí en el Museo Quimbaya un envío de libros hecho desde Bogotá. Soy socio de la Red Nacional de Bibliotecas del Banco de la República. Libros de dos mujeres incompatibles entre sí. No sé cómo caben juntas en mis intereses literarios, en mis expectativas existenciales. En mis momentos de lectura, una junto a la otra, cualquiera de ellas antes y la otra después. Una puede ser el dulce sabor del té chai, y la otra es cantinela del agua sobre el pavimento de la calle. Más bien, el pavimento de la avenida.
Diciembre 14 en una tienda Juan Valdez.Toco los libros. Me tocan. Acaricio sus lomos y sus hojas. Leo párrafos de unos y otros, según mi costumbre, para familiarizarme con estos. Busco fragmentos al azar:
“En el marco del contrato contra-sexual, los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o mujeres, sino como cuerpos parlantes, y reconocen a los otros como cuerpos parlantes”.
Lo determina una de ellas. Su libro se llama Manifiesto contra-sexual.
Voy a cualquier página del libro de la otra mujer y encuentro:
“Vida tras vida, a medida que hemos ido evolucionando, el yo verdadero ha estado siempre con nosotros. Sin embargo, no lo sabremos a menos que intentemos averiguarlo. Date cuenta de que todo proviene del yo verdadero. El cuerpo físico es como las hojas o las ramas que salen de la raíz”.
Su libro se llama Ningún río que cruzar.
Las leo sin monomanías religiosas o filosóficas. Me seducen sus lenguajes, teorías y realizaciones, aunque no pertenecería a ninguno de los rebaños agrupados al lado de una y otra. Me impresionan sus vidas y los elementos elegidos por ellas para concretar sus propósitos con la sociedad. Cada una de estas dos mujeres desempeña, a conciencia, una tarea específica. Viven para cumplirla. La llevan a cabo por encima de todo, seguras de sí mismas. Los hombres, de manera desigual, son telones de fondo en sus vidas y obras. Una de ellas es casta. La otra, lesbiana activa, casada hace poco con una novelista francesa.
Persiste el frío de la mañana y ahora no hay lluvia. Irrumpen confiados dos niños indígenas, descalzos pordioseros de cinco y seis años de edad. Entran al local y sin tardanza salen risueños con un vaso de café con leche que les regala el administrador de la tienda. La belleza de la calle húmeda refresca mis ojos. Del té chai, resta un fondo meloso.
Otro fragmento fortuito, mientras observo al par de infantes entregarle el café con leche a su madre, afuera en el andén:
“¿Dónde se encuentra el sexo de un cuerpo que lleva un dildo? En sí, el dildo: ¿es un atributo femenino o masculino? ¿Dónde transcurre el goce cuando se folla con un dildo? ¿Quién goza? ¿Cuántos penes tiene un hombre que lleva un dildo? Si el dildo no es más que un sustituto artificial del pene, ¿cómo explicar que los hombres que ya tienen un pene empleen cinturones-pollas?”.
Pertenece al citado libro de la filósofa española Beatriz Preciado, experta en teoría Queer.
Ambas obras y ambas mujeres se tranforman en parte de mi oficio literario. Me enriquecen con sus perspectivas de vida. Juegos de párrafos para introducirme después en la lectura, cuando fotocopie los respectivos volúmenes, este fragmento corresponde al libro de la maestra zen coreana Daehaeng Sunim, una iluminada, considerada entre las mujeres contemporánes más sabias de dicha nación:
“Soñar es estar despierto, y estar despierto es un sueño. No consideres que tus sueños se encuentran separados de tus horas de vigilia. Si crees que el sueño y la vigilia son diferentes, no podrás conocer el lugar más profundo”.
Cada una es fiel a sus enseñanzas, por sobre cuestionamientos patriarcales. Y esto lo admiro en ambas. Por tal razón viajo a sus libros. A su manera, cada cual va más allá de ideologías diseñadas por la actual sociedad contra la mujer, desfiguradoras del auténtico espíritu femenino. Y a cada una la concibo en su universo, invitadora, seductora, sincera. Me emociono al escucharlas explicar y transmitir sus visiones del mundo, de la sociedad, del amor. Del sexo, en Preciado. De la naturaleza búdica, en Sunim. No suprimo de mis búsquedas, creencias o dudas a ninguna, aunque una sola rebosa mis ideales. Son dos mujeres a distancias enormes entre ellas y en sus estilos, en sus palabras, en las metáforas elegidas para revelar y cuestionar el mundo desde sus vivencias y aprendizajes.
La española Beatriz Preciado fue discípula de Jacques Derrida y se doctoró en teoría de la arquitectura en la Universidad de Princeton. Daehaeng Kun Sunim, coreana, logró su despertar en las montañas Ode-san del citado país y luego recibió orientación e iniciación del maestro Hanam Sunim. En oriente y occidente, este par de mujeres son significativas para millares de personas en nuestro mundo actual, buscando respuestas en los torbellinos de la naturaleza externa o en ignotos remansos del mundo interior. Son modelos de vida y acción para centenares de mujeres escuchándolas, con acceso a sus libros y enseñanzas, en universidades o monasterios, hechizadas por sus lenguajes. El lúcido discurso de Kun Sunim es el silencio, la realización de la mente esencial e intangible, más allá del tiempo y del espacio. En Beatriz Preciado, el discurso adopta el tono propio de los señalamientos postfeministas. La crítica deconstructivista demoliendo palabras y conceptos.
Entre otros, hojeo los bien encuadernados libros de estas admirables mujeres, en el apasible rincón de una tienda Juan Valdez. Escribo en una hoja de cuaderno notas a mano, para luego en el ritual tecnológico del computador lidiar con la forma del texto y la disposición de las palabras. Eslabono mi pensamiento con el de ellas. No las niego. Cada una explica algo que comprendo y de alguna manera enriquece mi vida intelectual, sin necesidad de confrontar sus pensamientos. Mi interrogante es siempre, en estos casos, ¿cómo es posible que aniden en mi cerebro ideas tan antagónicas? ¿Cuál es el proceso para asimilarlas sin crear contradicciones en mis puntos de vista? Lo ignoro.
Personajes tan heterogéneos departen sus crencias conmigo sin perturbar mi equilibrio interior. No hay dudas: es la fruición del conocimiento. La información llevándome a franjas de mi cerebro y mi alma a las cuales, de otra manera, no puedo acceder. Sunim y Preciado. De la primera, no es su nombre de pila, es el de iniciación. A la segunda, lesbiana y paradigma intelectual de la cultura Queer, le gusta ser llamada Beto. La iluminada maestra de zen y la ideóloga del postfeminismo. Serena aquella, caótica esta. Comprensiva la primera, sabia heredera de la tradición budista Hanmaum, en Corea. Devastadora la segunda y con discursos transgresores de lo moral.
Daehaeng, es mujer de palabra diáfana y profunda, sin tecnicismos ni rodeos literarios. Preciado, es prototipo de cuanto está próximo al discurso vacío. Ese desarrollo de ideas y argumentos, sustentaciones y críticas con un lenguaje ininteligible y de rebuscadas complejidades seudocientíficas, propio de aquellos ideólogos postmodernistas desenmascarados por el físico Alan Sokal en su libro Imposturas intelectuales. Permítame azotarlo con una breve muestra de tal discurso, desplegado por la española en su ensayo Con terror anal:
“Encontraremos en Hocquenghem, por ejemplo, lecturas que hoy llamaríamos queer de la crítica de la reducción de la economía libidinal a mecanismos psicofamiliares esbozada en El anti-Edipo pero también de la noción de interpelación tal y como Althusser la elabora en La ideología y los aparatos ideológicos del estado o de la teoría de la des-sublimación represiva, de Marcuse. Pero esta relación no es unidireccional: la filosofía postestructural es, a su vez, la inflexión que produjeron las disciplinas tradicionales (filosofía, antropología, sociología, historia) las retóricas de la diferencia, el análisis de la opresión y la resistencia a la norma que introducen los movimientos micropolíticos”.
Si usted entendió este puto párrafo, lo felicito. Yo-no-comprendo-nada. Al leerlo, escucho palabras en apariencia inteligentes que nada me explican. Me embrollan cuanto tengo enredado, empequeñeciéndome, menguándome, mermándome, aminorándome, achicándome, rebajándome, encogiéndome, comprimiéndome, reduciéndome frente a la elevada erudición y capacidad intelectual de Beatriz Preciado. Yo solo veo a una escritora luciéndose frente a su ignorante público: yo, por ejemplo. Típico discurso vacío el de Preciado.
Kun Sunim dice, a su vez: “La sabiduría y la energía mecesarias para encargarte de todo a lo que te enfrentes están ya dentro de ti. Si vas de un lado a otro buscando algo externo, no podrás aprovechar las soluciones ilimitadas que se hallan en tu interior”. Guardo los libros y salgo de la tienda, aprovechando que ya no llueve. El té chai me gustó. La fría mañana me gusta.
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