Le cantaste a tu madre y a tu padre.
Los fantasmas no retornan, amigo Lennon. Yo todavía tengo a mi madre pero un
día no creí en lágrimas de mi padre y lo dejé solo, abatido sobre el largo
sillón en la biblioteca. Te cantaste, cuando esas memorias de madre lejana y
padre que no llegaba, no podían continuar en el silencio y suplicaban una
guitarra, una voz.
Solo queda la canción. Mother, producto
de un proceso sicoterapéutico del citado músico con Janov, creador de la
Terapia Primal, hoy por hoy desacreditada, mediante la cual los pacientes encontraban sus auténticos
sentimientos re-experimentando el dolor emocional.
Tienen que marcharse todos de nuestro
lado para reconocer uno la inminencia de la soledad. Cuatro fúnebres campanadas
iniciales tañen todavía, cuando tú y ellos siguen muertos. Cuatro campanadas
llamando a réquiem de la ternura, del te- dije- madre; te- dije- padre; te-
dije- hijo; no- te- dije madre; no –te-
dije- padre; no- te- dije- hijo, al cual solo acudo yo volviendo una y otra
vez sobre el tema, con lágrimas donde mi padre tampoco estaba cuando le llamé,
pero donde -ya adulto- tampoco estuve yo cuando él sollozó su último amor de
senectud.
Me descalabran esas campanadas. Ni tú ni ellos estuvieron cuando debían
estar. Por algún motivo, alguno se iba, despacio o corriendo, de frente o de
espaldas, cuando los demás lo necesitaban. Allí cerca, fue difícil no dejarse
impregnar por las distancias y cada uno, tu madre, tu padre, tú mismo siendo un
niño, cargaron caminos por donde los otros no iban.
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