Iniciaré el cuento con esta imagen: Decenas de gallinazos hambreados, volando en torno a la torre de la
iglesia.
Trece palabras. Al releerlas,
resuelvo hacer el primer cambio: Decenas de gallinazos hambreados vuelan
alrededor del campanario de la iglesia.
La oración se redujo a 11 palabras y
la torre se transformó en campanario. El verbo lo conjugo en presente.
Nueva lectura del texto. Titubeo
sobre la cantidad de gallinazos. Podría escribir 50 o 90, por ejemplo, para no
recargar el conjunto. Un lugar donde hay muchos gallinazos. El deseo de
escribir un dato verídico, ajustado a la realidad de dicha especie en un sitio
específico. ¿Busco una referencia concreta, relacionada con los gallinazos,
donde se mencione la cantidad de dichas aves
volando en grupo por un espacio preciso?
En mi imaginación, para el efecto
narrativo pretendido dentro del cuento, en realidad veo más de un centenar de
gallinazos y así quisiera escribirlo, pero pienso en lo ilógico dentro de la
naturalidad para imprimirle a la
introducción del cuento. No escribo: Un centenar de gallinazos. Reduzco la
imagen a unas decenas nada más y con este hecho infrinjo algo del proceso
personal de escritura. Comienzo a pensar en el lector. Hipotéticos lectores sin
importancia en este momento. Nunca tendré esos lectores. No viven, en este
momento donde la existencia es la del cuento en proceso de escritura.
Me contradigo. Sólo comenzándolo y el
cuento presenta dificultades en el
aspecto cuantitativo de los gallinazos. ¿Entonces qué sucederá más adelante,
con el desarrollo del mismo? Cada palabra es un inconveniente. Cada frase puede
transformarse de manera múltiple, prodigiosa, sin dejar avanzar el cuento. En
la primera frase, se detuvo el flujo de los eventos. Y aún no afronto problemas
y exigencias de la puntuación. Todavía no contrapongo las palabras con su orden
sintáctico y su musicalidad, tan importantes para mí.
He aquí dos posibles maneras de
puntuar la frase inicial: Decenas de gallinazos, hambreados, volando en torno a
la torre de la iglesia. Con tal forma de
puntuar, destaco el aspecto del hambre. Enfatizo el adjetivo hambreados e
imprimo un ritmo lento a la oración.
Segunda forma de puntuar: Decenas de gallinazos hambreados, volando en
torno a la torre de la iglesia. Predominio del verbo volar. La releo y su ritmo
me atrae más que el anterior. Es más ágil. El movimiento de las aves se apropia
del espacio narrativo. La acción de los gallinazos, resaltando su vuelo, se describe con mayor
dinamismo. El vuelo puede incluir el hambre. Si escribo hambreados, en la mente
y los ojos del lector surgen otras ideas diferentes a mi visión del cuento.
¿Cuál puntuación selecciono? Con sólo
13 palabras escritas son varios los problemas de escritura y desarrollo del
cuento encarados:
a. Puntuación
b. Uso de los verbos y su tiempo
c. Cantidad lógica de gallinazos en
vuelo
d. Elección arquitectónica, torre o
campanario
e. Ritmo que debo imprimirle al texto
Resuelvo dejar, sin limitarla, la
cantidad indefinida de gallinazos. ¿Algún lector podrá imaginar más de cien o,
por el contrario, limito al lector cuando le establezco una cantidad
determinada de tales aves?
Algo nuevo me inquieta, dentro de la
frase inicial: la altura de la torre de
la iglesia debe estar de acuerdo con el vuelo de decenas de gallinazos en torno
a esta. Habrá gallinazos que sobrevuelen tal lugar a mayor altura que otros,
para no chocar entre ellos.
Tal vez lo mejor es no escribir el
cuento. Pensaba en un microrrelato, pero los problemas se multiplican porque al
minicuento lo pienso muy refinado en su expresión. Entonces, ¿cuando es una
novela qué sucede? La irresponsabilidad del escritor no tiene términos. Para la
realidad, es imposible escribir una novela porque en cada frase que se va a relatar, las posibilidades de otras
situaciones y eventos suman millares.
O el escritor se decide a contarlo de
manera vasta, por limpio que parezca el estilo, por claro que parezca el
desarrollo de la novela. Y entonces hay entre líneas otras novelas, nuevos personajes, otras posibilidades de
acontecimientos no relatados, esperando allí una leve corrección para darle
otro sentido a cuanto iba a expresar el narrador.
He tomado una decisión: primero leeré
cuentos donde los personajes sean gallinazos. Indagaré sobre estos animalitos
semidomésticos. Los observaré volar y acaso sueñe alguna vez con ellos. Solo
después escribiré mi cuento.
-Una
sugerencia, amigo escritor, comience leyendo El misterio de las catedrales, de Fulcanelli. Debe replantear en serio la figura de una humilde
iglesia en el relato. Es más inquietante
la catedral. ¿O usted no es autor merecedor de catedrales en sus
cuentos? Sea menos provinciano, señor Senegal, despréndase de sus iglesias
municipales, de sus modestas parroquias y escriba en torno a una magnífica
catedral. Están llenas de símbolos. Lea a Fulcanelli y después hablamos.
Decenas de gallinazos hambreados
volando en torno a la catedral de Notre Dame…
¿O en torno a la Catedral de San Juan
Divino, en Nueva York?
¿O en torno a la Abadía de
Westminster?
¿O en torno a la Catedral de Colonia,
en Alemania?
¿O El Duomo, de Milán?
¿O la Catedral de San Basilio, en
Moscú?
¿O
Sant Patrick ´s?
¿O
Hallgrimskirkja, en Islandia?
Si elijo una de estas fastuosas catedrales,
tendré que cambiar los gallinazos por ángeles o demonios.
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