viernes, 16 de marzo de 2012

EL CUENTO QUE NUNCA ESCRIBÍ




Iniciaré el cuento con esta imagen: Decenas de gallinazos hambreados, volando en torno a la torre de la iglesia.

Trece palabras. Al releerlas, resuelvo hacer el primer cambio: Decenas de gallinazos hambreados vuelan alrededor del campanario de la iglesia.

La oración se redujo a 11 palabras y la torre se transformó en campanario. El verbo lo conjugo en presente.

Nueva lectura del texto. Titubeo sobre la cantidad de gallinazos. Podría escribir 50 o 90, por ejemplo, para no recargar el conjunto. Un lugar donde hay muchos gallinazos. El deseo de escribir un dato verídico, ajustado a la realidad de dicha especie en un sitio específico. ¿Busco una referencia concreta, relacionada con los gallinazos, donde se mencione la cantidad de dichas aves  volando en grupo por un espacio preciso?

En mi imaginación, para el efecto narrativo pretendido dentro del cuento, en realidad veo más de un centenar de gallinazos y así quisiera escribirlo, pero pienso en lo ilógico dentro de la naturalidad  para imprimirle a la introducción del cuento. No escribo: Un centenar de gallinazos. Reduzco la imagen a unas decenas nada más y con este hecho infrinjo algo del proceso personal de escritura. Comienzo a pensar en el lector. Hipotéticos lectores sin importancia en este momento. Nunca tendré esos lectores. No viven, en este momento donde la existencia es la del cuento en proceso de escritura.

Me contradigo. Sólo comenzándolo y el cuento  presenta dificultades en el aspecto cuantitativo de los gallinazos. ¿Entonces qué sucederá más adelante, con el desarrollo del mismo? Cada palabra es un inconveniente. Cada frase puede transformarse de manera múltiple, prodigiosa, sin dejar avanzar el cuento. En la primera frase, se detuvo el flujo de los eventos. Y aún no afronto problemas y exigencias de la puntuación. Todavía no contrapongo las palabras con su orden sintáctico y su musicalidad, tan importantes para mí.

He aquí dos posibles maneras de puntuar la frase inicial: Decenas de gallinazos, hambreados, volando en torno a la torre de la iglesia. Con  tal forma de puntuar, destaco el aspecto del hambre. Enfatizo el adjetivo hambreados e imprimo un ritmo lento a la oración.  Segunda forma de puntuar: Decenas de gallinazos hambreados, volando en torno a la torre de la iglesia. Predominio del verbo volar. La releo y su ritmo me atrae más que el anterior. Es más ágil. El movimiento de las aves se apropia del espacio narrativo. La acción de los gallinazos,  resaltando su vuelo, se describe con mayor dinamismo. El vuelo puede incluir el hambre. Si escribo hambreados, en la mente y los ojos del lector surgen otras ideas diferentes a mi visión del cuento.

¿Cuál puntuación selecciono? Con sólo 13 palabras escritas son varios los problemas de escritura y desarrollo del cuento encarados:
a. Puntuación
b. Uso de los verbos y su tiempo
c. Cantidad lógica de gallinazos en vuelo
d. Elección arquitectónica, torre o campanario
e. Ritmo que debo imprimirle al texto

Resuelvo dejar, sin limitarla, la cantidad indefinida de gallinazos. ¿Algún lector podrá imaginar más de cien o, por el contrario, limito al lector cuando le establezco una cantidad determinada de tales aves?
Algo nuevo me inquieta, dentro de la frase inicial:  la altura de la torre de la iglesia debe estar de acuerdo con el vuelo de decenas de gallinazos en torno a esta. Habrá gallinazos que sobrevuelen tal lugar a mayor altura que otros, para no chocar entre ellos.

Tal vez lo mejor es no escribir el cuento. Pensaba en un microrrelato, pero los problemas se multiplican porque al minicuento lo pienso muy refinado en su expresión. Entonces, ¿cuando es una novela qué sucede? La irresponsabilidad del escritor no tiene términos. Para la realidad, es imposible escribir una novela porque en cada frase que  se va a relatar, las posibilidades de otras situaciones y eventos  suman millares.

O el escritor se decide a contarlo de manera vasta, por limpio que parezca el estilo, por claro que parezca el desarrollo de la novela. Y entonces hay entre líneas otras novelas,  nuevos personajes, otras posibilidades de acontecimientos no relatados, esperando allí una leve corrección para darle otro sentido a cuanto iba a expresar el narrador.

He tomado una decisión: primero leeré cuentos donde los personajes sean gallinazos. Indagaré sobre estos animalitos semidomésticos. Los observaré volar y acaso sueñe alguna vez con ellos. Solo después escribiré mi cuento.

-Una sugerencia, amigo escritor, comience leyendo El misterio de las catedrales, de Fulcanelli. Debe replantear en serio la figura de una humilde iglesia en el relato. Es más inquietante  la catedral. ¿O usted no es autor merecedor de catedrales en sus cuentos? Sea menos provinciano, señor Senegal, despréndase de sus iglesias municipales, de sus modestas parroquias y escriba en torno a una magnífica catedral. Están llenas de símbolos. Lea a Fulcanelli y después hablamos.

Decenas de gallinazos hambreados volando en torno a la catedral de Notre Dame…

¿O en torno a la Catedral de San Juan Divino, en Nueva York?
¿O en torno a la Abadía de Westminster?
¿O en torno a la Catedral de Colonia, en Alemania?
¿O El Duomo, de Milán?
¿O la Catedral de San Basilio, en Moscú?
¿O Sant Patrick ´s?
¿O Hallgrimskirkja, en Islandia?

Si elijo una de estas fastuosas catedrales, tendré que cambiar los gallinazos por ángeles o demonios.


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