La rana saltó al viejo estanque.
Tras de ella saltó uno de los monjes,
sin despojarse de su hábito.
"No eres el iluminado",
dijo el Roshi, secándose con el dorso de su mano el agua que chispeó sobre su rostro.
Otro de los monjes, se arrodilló en
la orilla del estanque, introdujo sus manos en el agua y bebió un poco.
"Ofrécele a las ranas que no han
saltado ni saltarán jamás", ordenó el Roshi, "y tal vez comprendas
qué no es la iluminación".
El más joven de los discípulos,
quien detrás del Maestro escuchaba
alerta sus palabras, observando sus
gestos y traduciendo sus silencios de imprevisto le dio un empujón, arrojándolo
al estanque.
Desde allí, el sabio maestro
vociferó: "Si te quedas ahí, la pierdes. Si te lanzas, también la pierdes.
¡Pronto, haz algo!".
El discípulo cantó: "¡Croac,
croac, croac!".
Desmayadamente,
después
que el agua se apacigua,
de nuevo
se yergue el crisantemo.
Basho
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