¿De dónde surgen determinados temas invitando a escribir, a consultar y compartir con
hipotéticos lectores a quienes tal vez el asunto mencionado los deje
indiferentes? Se materializan en todo lugar y conversación porque los temas convocan
siempre al escritor. Se presentan por sí mismos. Viajan desde diferentes
lugares de la realidad o la imaginación. Desde un libro, o desde un lugar
específico en ámbitos por donde transita el escritor. Sólo se requiere su
interés por cuanto le asombra, sin menospreciar objetos ni ideas, sin
subvalorar personas o circunstancias por distantes que parezcan de su
sensibilidad.
El escritor debe emocionarse con el tema y valorarlo desde disímiles
puntos de vista. El escritor en su oficio, debe repensarlo y recrearlo a partir
de la idea original. De la imagen generada en su habitación o por la calle o
desde el libro en sus manos. La búsqueda de información al respecto, debe ser
placentera y amplia, profunda, sin convertírsele en tarea forzosa e ingrata. Cuando un tema no
se abandona mentalmente y se integra a los sentimientos del autor y a su cotidianidad,
por frívolo que parezca atrae elementos enriquecedores de lo indagado.
Interesantes asociaciones no tardan en presentársele.
De esa trama para compartir,
emergen temas afines convirtiendo el acto literario, el hecho de la escritura,
en evento mágico, de incalculables variables sicológicas y lingüísticas, henchido de posibilidades poéticas y narrativas. Tales semejanzas reduplican
las perspectivas del tema, maneras de enfocarlo, sus relaciones con los géneros
literarios pero, en particular, nos sensibilizan con emociones, sentimientos e
ideas no previstos.
La anterior reflexión sobre
algunos elementos del proceso literario, vale como exordio para relatar mi
encuentro temático con los perros en Caicedonia, Valle del Cauca. Con el
escritor neodadaista Carlos Alberto
Agudelo Arcila, dialogábamos discurriendo sobre posibles títulos para uno
de sus tantos libros de poemas inéditos. Al cabo de algún tiempo y después de
varios títulos, entre juegos de retozonas palabras, vocablos canoros y
chirriadores, conceptos vagos, frases ostentosas y nombres improcedentes,
saltó, batiendo su larga cola, el de Perros
metafóricos, a raiz de la obsesiva aparición de estos en la rutilante
poesía de Agudelo Arcila. Perros como perros y perros como metáforas.
Perros como símbolos y perros para personificar variadas condiciones
del ser humano. A ambos nos atrajo el título. En ejercicio de memorización y a
partir de recordar en aquel momento el libro de poesía Los perros románticos, del chileno Roberto Bolaño, escudriñamos obras
literarias en cuyos títulos se utilizara la palabra perro. La atención recayó
en dicho ejercicio. La idea de perros bibliográficos en poesía, cuento y
novela, mutó en fantasmal perro literario deambulando por la sala, el corredor
y la cocina, mirándonos directo a los ojos, olisqueándonos los zapatos y retando
nuestra memoria. En ese momento, no recordamos más allá de seis títulos, entre
ellos: Los perros hambrientos, de
Ciro Alegría; Ojos de perro azul, de
Gabriel García Márquez; La ciudad y los
perros, de Mario Vargas Llosa; El
coloquio de los perros, de Cervantes y Los
perros de la guerra, de Frederick Forsyth. Bajo los sillones se echaba
Luna, perrita de la familia Agudelo atenta al palabrerío del par de escritores
ladrando para sus adentros. Subsistió el título: Perros metafóricos.
Breve como el de Bolaño y reflejando intenciones filosóficas y estéticas de
Carlos Alberto en su libro.
De regreso a Calarcá, como perro propio, la idea de estos animales en
títulos de obras literarias jadeó tras de mí, melosa e insistente, invitando a
buscar más libros en los citados campos cuyos títulos incluyeran la palabra perro, en singular, plural, femenino o
masculino. No excluí tal obsesión. Todo tema es sugestivo si se circunscribe en
un marco determinado, enriqueciéndolo con información clara. Para el juego de
la literatura, no hay temas trascendentes o vanales. La intensidad del texto
depende de la pasión puesta por el escritor. No puedo dejar de recordar, al
escribir sobre perros, tres chistecitos cándidos aprendidos en mi infancia.
El primero. Un perro aconseja a
otro: “Te ves muy desganado, debías ir donde el veterinario”. “Ya fui y me dijo
que orgánicamente estoy bien”. “Entonces visita al siquiatra”. “No, porque mi
amo me tiene prohibido subirme a los sofás”.
El segundo, un poco trágico. Un señor entró a una cantina y en voz alta
dijo: “¿Quién es el dueño del gran danés que está afuera? Mi chihuahua lo mató…
¡Se le quedó atrancado en la garganta!”.
Y el tercero… Un perro está en venta. Un cliente se acerca y el animal
le advierte : “Mi amo me pega y no me da de comer. Me tiene envidia porque he
ganado varios premios y medallas. No me deja dormir ni me lleva a pasear. Hoy
cumplo cinco meses sin aparearme”. El cliente, estupefacto, se dirige al dueño
diciéndole: “Oiga, este perro es una maravilla. ¿Por qué quiere venderlo?”. “Es
muy mentiroso y manipulador”, responde aquel.
Tan pronto llegué de Caicedonia
-por aquellos días no tenía internet en mi hogar- revisé el índice de
autores de la célebre Colección Austral, Espasa-Calpe de Madrid, entre cuyos
1.298 títulos del libro consultado solo encontré dos con la exigencia requerida: La señora
del perro, de Anton Chéjov y El perro
del hortelano, de Lope de Vega. Nada más, entre tan copiosa bibliografía. Encontré, sí,
cabras, toros, esfinges, leones, bueyes, sirenas, tigres, ciervos y ruiseñores.
Nuevos temas. Otras ideas solicitando atención y párrafos. Buscando aterrizar
en las páginas en blanco. Entre todos, el perro es el animal frecuente en
títulos de obras literarias. Prevalece sobre los demás animales. Conservo entre
mis notas de agenda y tareas para realizar, un fabuloso zoológico de títulos
con tales características.
En otros catálogos revisados, no encontré uno solo. Esto aumentó mi
interés por la indagación propuesta. Luego apareció internet, con sorprendentes
resultados y sitios semejantes a los del propósito en mente. Por allí trajinaban
jaurías protagonistas de obras
literarias antiguas y modernas. El mejor amigo del hombre no descansaba en el
hogar nada más. También hacía parte de su existencia en la literatura. El
placer literario de la consulta da intensidad al hecho de la escritura.
Revitaliza textos incrementando sus posibilidades de expresión. Un elemento
básico para el escritor en su oficio, debe ser la tenacidad con cuanto pretende
decir, con las palabras próximas a nacer o con aquellas en desarrollo.
No contemplo la posibilidad remota de un periodista, un columnista, un
poeta, cualquier trabajador de la palabra, afirmando carecer de temas para
escribir. Algo inaudito. Además de
internet, otras fuentes nutrieron mi
obsecación en jubiloso recorrido por libros y autores de varios siglos,
experiencia que no quedó solo dentro del
ámbito literario. En la calle, cuando observo perros y los relaciono con
fastuosos títulos encontrados, hay en
tal percepción otros niveles de fraternidad para con estos. Dejan de estar
distantes de mi conocimiento. Surge con ellos una familiar proximidad donde el
afecto nos hermana.
Mi imaginación los engalana con cualidades resaltadas por títulos de
los libros. En perros reales cercanos a mi rutina de profesor y escritor,
encarnan metáforas del afecto y la lealtad. Para mí es una fiesta cotidiana de sensaciones,
sentimientos e imágenes transformándome a cada perro en una revelación de la
vida. Este ejercicio, dándoselo a conocer a estudiantes de escuelas, colegios y
universidades, sensibles frente a tales compañeros del hombre, podría
convertirse en factor de inducción para la lectura y el respeto hacia los
perros parias. No recopilé títulos en otros idiomas. Solo en español.
Los perros llevan junto al hombre 14.000 años acompañándole y
justificándole su sentido de la amistad. ¿Cuál amante de los perros y la
literatura, extravagante y cariñoso, coleccionaría libros de cuentos, poesía,
novela, teatro y ensayo, donde los títulos tengan la palabra perro? Conozco
centenares de manías y decenas de maniáticos y colecciono coleccionistas de
todo tipo de objetos, pero tal vez el único capaz de hacerlo es Gog, personaje
excéntrico de dos satíricos libros del
escritor italiano Giovanni Papini. Entre las reglas de mi búsqueda, me propuse no incluir títulos de libros
ajenos a lo literario.Estos son algunos:
El perro rabioso, de Horacio Quiroga. Cuentos.
Corazón de perro, de Mijaiel Bulgakov. Novela.
Oscar, un perro entre los
hielos, de Nils Lied. Novela.
La balada de la playa de los
perros, de Cardoso
Pires. Novela.
Los perros de Riga, de Henning Nankell. Novela.
La dama de los perros, de María Eugenia Leefmans. Novela.
Perros héroes, de Mario Alfredo Bellatin. Novela.
Suerte de perros y otras
historias. José Fernández de la Sota. Cuentos.
El perro y la calentura, de Pedro de Espinoza.
El curioso incidente del perro
a medianoche, de Mark Haddon. Novela.
Los perros del paraíso, de Abel Posse. Novela.
La paseadora de perros, de Schnur Leslie. Novela.
Volveré con mis perros, de Ednodio Quintero. Cuentos.
La isla de los perros, de Patricia Cornwell. Novela.
La perromaquia, de Pisón y Vargas.
Perromaquia, de Nieto y Molina.
El perro de Baskerville, de Arthur Conan Doyle. Novela.
Los perros mudos, de Miguel Barnet. Fábulas.
Dos perros y una abuela, de Olga Morkman. Novela.
El perro acomplejado, de Altair Tejada. Cuentos.
Un perro amarillo, de Walter Mosley. Novela.
Perro blanco, de Romain Gari. Novela.
El perro canelo, de George Simenon. Novela.
El perro de Arturo, de Ginnete Anfousse. Novela.
El perro de colores, la oveja
negra y la liebre miedosa, de Irina Korschnow. Novela.
El perro de Dostoiewski, de Luis Martínez de Mingo. Novela.
El perro de Isabel, de Jesús Ballaz Zabalza. Cuentos. El perro de
Pablo y Ana. Cuentos.
Perro de mar Williams y el
norte congelado, este es el cuarto terrible cuento del espectro espeluznante, de Vivian French. Cuentos.
El perro de terracota, de Andrea Camilleri. Novela.
El perro del capitán, de Ricardo de la Vega y Oreiro. Teatro.
El perro del cerro y la rana
de la sabana, de Ana María Machado. Cuentos.
El perro diabólico, de Frederick Marryat. Novela.
El perro Dín-Dón, de Blanca de los Ríos. Novela.
Harry es un perro con las
mujeres, de Jules Feiffer. Novela.
El perro, el chivo y los
tigres, de Aquiles Nazoa. Cuentos.
El perro, el coyote y otros
cuentos mejicanos, de varios autores. Cuentos.
Un perro en la casa del amor, de Alex Fleites. Poesía.
El perro loco, de
José Luis Castillo. Novela.
El perro malo, de Enid Blyton. Cuentos.
Perro negro en Manila, de Alex Garland. Novela.
Relataré una anécdota de perros para hacer menos abrumador este canino desfile
de títulos, autores y géneros literarios donde predomina la novela. La encontré
en el Diccionario de rarezas,
inverosimilitudes y curiosidades, de Vicente Vegs, Barcelona, 1972, Editorial
Gustavo Gili. En la sección dedicada a la palabra perro, se cuenta la
historia “del fiel perrito alemán
llamado Schwarz. Su amo, un profesor de la Universidad de Heidelberg, le había
enseñado a ir al estanco y traerle una bolsita de tabaco.
Posteriormente, el
profesor se trasladó a otra ciudad, separada 128 kilómetros de la primera. Una
mañana, le ordenó al perro: “¡Ve por tabaco!”. El animalito se tiró al suelo
aullando y gimiendo, pero el profesor lo arrastró hasta la puerta abierta y el
perro partió. Pasaron tres semanas sin que regresara, apareciendo al cabo de
ellas, tembloroso y enflaquecido, llevando en la boca una bolsa de tabaco
cubierta de polvo, que dejó a los pies de su amo, muriendo después. Más tarde comprendió
el profesor que mientras él trató de que el perro fuera por el tabaco al estanco
más cercano a su nueva casa, el pobre animal creyó que debía ir al de
Heidelberg”.
Sigo con mi parcial lista:
Un perro negro, grande
y…peludo, de Andrés Guerrero. Novela.
Perro: o los bocados de la
calandria, de María Ángeles Mueso. Poesía.
Perro, perrito, de Daniel Penac. Cuentos.
El perro prodigio, de Richard Arthur Warren Hughes. Cuentos.
Pánico en la Scala: el perro
que ha visto a Dios, de Dino Buzzati . Novela.
Perro que no conozcas no le
pises el rabo, de Luis Martínez Alean. Proverbios y
refranes.
El perro que no sabía ladrar, de Gloria Fuertes. Cuentos.
El perro que nunca existió y
el anciano padre que tampoco, de Francisco Candel.
Novela.
El perro rastrero, de Francoise Sagan. Novela.
El perro sin terminar, de María Granata. Cuentos.
El perro tatuado, de Paul Maar. Cuentos.
Perro tiene sed, de Satoshi Kitamura. Cuentos.
Un perro tocando la lira y
otros poemas, de Euler Granda. Poesía.
El perro Viernes, de Hilary Mckay. Cuentos.
Perro y gato, de Ricardo Alcántara. Cuentos.
El perro y la golondrina, de Richard Creus. Cuentos.
Los perros de la risa amarilla, de Fernando Pinzón Pérez. Novela.
Perros de paja, de Rigoberto Gil Montoya. Novela.
Perros de paja: reflexiones sobre
los humanos y otros animales, de John Gray. Filosofía.
Perros de presa, de Juan Ramón Mercado. Cuentos.
Los perros del cortejo, de Rodolfo Relman.Poesía.
Los perros, el deseo y la muerte, de Boris Vian. Cuentos.
Los perros guardianes, de Paul Nizan. Filosofía.
Los perros ladran, de Truman Capote. Biografías.
El perro y la pulga, de Dimitr Inkiow. Cuentos.
El perro y las liebres, de Antonio Rodríguez Almodovar. Cuentos.
El perro ylosdemás, de Amelia Rodríguez.
Perromundo, deCarlos Alberto Montaner. Novela.
Los perros, de RobertCalder. Novela.
Perros ahorcados, de César Simón. Diario.
Los perros de Acteón, de Avel
Artis-Gener. Novela.
En mi agenda perrera gruñen decenas
de títulos más. Uno de ellos, Quién
patea un perro muerto, mi libro
de cuentos publicado en 2010 por la Biblioteca de autores quindianos. Solo en
castellano, el catálogo es voluminoso y muchos de tales encabezamientos inducen
a buscar y leer aquellos libros a los cuales se refieren. Escuchemos al
comediante Groucho Marx cuando asegura: “Fuera del perro, el libro es el mejor
amigo del hombre. Dentro del perro, quizá esté muy oscuro para leer”.
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