Eran dos las
ranas, saltando hacia el sereno estanque en la ermita del poeta Bashoo.
Nacieron y crecieron juntas. Croaban cuando era necesario croar, silenciándose justo
en el tiempo para silencios y cantos apagados entre la yerba o las albercas.
Croaban en
cualquiera de las estaciones. Y al amanecer croaban y croaban al anochecer. Con
luna llena, menguante o creciente, croaban. No sé las otras, pero este par de
ranas en mi historia croaban sin saber nada del haiku. Ignoraban la presencia
de poetas asombrados, escribiendo breves estrofas para plasmar la
transitoriedad del mundo, la excelsitud del instante, la simplicidad de la vida
y el decaimiento de las cosas.
Uno de ellos se
llamaba Issa. Con Issa o sin él, croaban las ranas cuando era tiempo para croar
aunque nadie escuchara sus melancólicas cantilenas. Issa escribió más de 200
haikus sobre ranas. Quince le dedicó al sapo, a las pulgas más de cien y sobrepasó
los dos centenares sobre insectos de luz. La vida trató con dureza a Issa, a
quien Blyth, teórico e historiador del haiku japonés, consideró “el más japonés de los poetas de haiku, o
quizá de todos los poetas japoneses”. A pesar de su destino siempre en
manos del sufrimiento y la agonía, consideró la vida más importante que el arte
y fue en la existencia cotidiana donde buscó y descubrió la belleza.
Cuando las dos
ranas resolvieron salir de su escondite para vivir en un sitio más fresco,
tampoco sabían que en la ermita del poeta estaba, de paso hacia el templo
Chookeiji, el maestro zen Bucchoo, sosteniendo inexplicable diálogo con aquel.
Bucchoo preguntó a Bashoo: “¿Cuál es la
ley de Buda, antes de que el musgo verde brotara?”…
Saltando sobre
el blando musgo verde, sin preocuparse por la ley de Buda, solo una de las dos
amedrentadas ranas peregrinas llegó al viejo estanque. Buscando un sitio para
protegerse , se zambulló rápida mientras su compañera sucumbía entre las afiladas
garras de un raudo y hambreado buitre, elevándose con ella hacia las cercanas colinas, mientras el poeta
respondía a su maestro: “Al zambullirse
una rana, ruido de agua”.
El mundo es un efímero rocío
y en cada gota,
¡qué violentas quimeras!
Issa
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