miércoles, 14 de marzo de 2012

PRIMERA ANTOLOGÍA TEXTALE DEL CUENTO ATÓMICO





INTRODUCCIÓN


                                               A la memoria de David Lagmanovich.                                                                                                     
                                                                           Para Carlos Paldao, por su dedicación al microrrelato.


Dentro de la minificción y sus reconocidas características de longitud textual, se presentan múltiples extensiones, circunscritas todas a las conocidas exigencias formales del género. Algunas de ellas se arriesgan a experimentar con la máxima sinopsis del texto, las ideas y la estructura. Entre tales formas del relato hiperbreve destaca la que decido nombrar como Cuento atómico, de cero a 20 palabras para contar una historia.

El clásico modelo propuesto es el mítico El dinosaurio, del narrador guatemalteco-mejicano Augusto Monterroso, brevísimo cuento de siete palabras al cual solo aventaja, dentro de la literatura, en profundidad y en capacidad para generar cada día más interpretaciones poéticas y filosóficas por todos los lugares del mundo, El viejo estanque, haiku del poeta japonés Matsuo Basho. Si se escribe como prosa, dicho poema se convierte en el más vigoroso, extraño y trascendente cuento atómico escrito hasta la fecha en la historia de la minificción. Expresa el claro punto de intersección de lo momentáneo con lo eterno y constante.

La acertada definición de André Bellesort sobre el haiku, puede ser válida para aproximarnos a la de Cuento atómico: "Exactitud disfrazada de ensueño; poesía de resplandores y de escalofríos; pequeñas chispas que comunican a los sueños vibraciones infinitas; preciosos abanicos que, en el mismo instante en que se los despliega y se los cierra, hacen pasar ante nuestros ojos el milagro de un gran paisaje". Sobre la rana del viejo estanque circulan centenares de ensayos, interpretaciones y traducciones. Solo al español, he reunido hasta la fecha cerca de cien versiones traídas del japonés, del inglés y del francés.

Ese de Basho, un poema de 17 sílabas, sí, pero en esencia un notable texto literario de intensa y sugerente elipsis poética y metafísica. Un evento y un personaje: el salto a un pozo de agua serena y la rana. Tres versos centrífugos y centrípetos con tanta trascendencia como las siete palabras de El dinosaurio. En un cuento atómico nos encontramos sin rodeos con elementos irracionales jamás explicados por su autor, a quien le basta con anunciar o sugerir. Esto, nada lejos de la observación del matemático Herman Weyl: "No es de extrañar que cualquier pedacito de la naturaleza que elijamos (estas gafas o cualquier otra cosa) posea un factor irracional que no podemos ni podremos explicar jamás y que lo único que podemos hacer es describirlo, como en la física, proyectándolo sobre el telón de lo posible". El telón del cuento atómico es la página en blanco, la capacidad de asombro del lector, la parte inferenciadora de su cerebro. Defino el Cuento atómico como una minificción de 0 a 20 palabras, sin cuantificar las del título, capaces de evocar, enfocar, visualizar y describir una situación determinada con personajes directos o indirectos, identificables en espacios y tiempos definidos. En ocasiones, al cuento atómico se le puede encontrar introducción, nudo y desenlace sintéticos, sin que tales elementos sean necesariamente visibles para la estructura del mismo. Aquí está la esencia del principio dramático de "las tres unidades": un hecho, en un lugar limitado, con un número restringido de personajes".

Este supremo minimalismo es perceptible en los cuentos atómicos, siempre y cuando se lean con atención, sin condicionamientos por los criterios literarios, formales y estéticos del cuento clásico, extenso. El cuento atómico es siempre minificción y esta se caracteriza por su extrema "brevedad y la presencia de ironía literaria, todo lo cual propicia una estructura paradójica y una relectura cuidadosa" según señala el teórico mejicano Lauro Zavala, notable estudioso del minicuento en lengua española. En su ensayo El cuento ultracorto: hacia un nuevo canon literario, Zavala propone tres tipos de cuentos breves: el cuento corto, de 1.000 a 2.000 palabras; el cuento muy corto, de 200 a 1.000 palabras, y los cuentos ultracortos, de 1 a 200 palabras.

Explica Zavala: "Esta clase de microficciones tienden a estar más próximas al epigrama que a la narración genuina. El crítico alemán Rüdiger Imhoff señala en su estudio sobre las metaficciones mínimas que para su comprensión cabal es necesario desviar la atención de las consideraciones genéricas acerca de lo que es un cuento, y dirigirla hacia el asunto más fundamental, que es la escala, es decir, la extensión de estos textos".

Dentro de la escala señalada por Imhoff, ningún cuento más representativo que el atómico, identificable por su brevísima extensión, la cual le hace reconocible a simple vista aún dentro de los cuentos ultracortos, pues no ocupa en la página más de tres renglones. Su impacto visual sobre el lector es instantáneo. Induce a la lectura, la relectura y la reflexión. Un cuento atómico puede ser leido muchas veces, repensado múltiples ocasiones gracias a su extensión, lo cual no sucede con los relatos largos.

Luis Barrera Linares, ensayista venezolano y erudito investigador de la historia y teoría del microrrelato, nombra como TU (texto ultracorto) a la "categoría literaria de diversa fisonomía discursiva que puede abarcar narraciones, poemas, epígrafes, epitafios, grafiti, adivinanzas, retahílas entre otros, pero cuya organización textual es completa (no fragmentaria) y no supera las cuatro líneas o las treinta palabras autosemánticas". Para mí, según lo propongo en esta Primera antología TEXTALE del cuento atómico a la cual invito en particular a cuantos Textaleros escriban microrrelatos y se ajusten a las normas requeridas, a los escritores registrados en REMES (Red Mundial de Escritores en Español) y en general a otros lectores y escritores navegando por estos espacios, el cuento atómico para ser considerado como tal debe ser un texto con fisonomía discursiva de relato que no supere las 20 palabras en español.

Es posible que al traducirse a otras lenguas uno de estos momentos narrativos, aumente o disminuya dicha cantidad. Cuando aumentan las palabras, deja de ser un cuento atómico. Los signos gramaticales no se cuentan. En sus anotaciones sobre el cuento, Julio Cortázar afirmó que este es para el escritor una especie de sistema atómico con un núcleo en torno al cual giran los electrones. Estos relatos microscópicos son los electrones de la intuición, puestos a la vista por la palabra.

De manera sintética y exigiendo mucho del lector, quien puede leerlo con ligereza debido a la forma misma del microrrelato, restándole importancia literaria, sin ahondar en sus significados o considerándolo un simple chiste, una anotación ingeniosa, el cuento atómico es de notoria fluidez semiótica que transgrede y distiende las fronteras no solo del cuento sino de la microficción misma. En una o dos líneas y en veinte o menos palabras, muchas veces mediante el solo título y la página en blanco, producto del extremo liubanofismo, el cuento atómico posee una situación narrativa única, formulada entre los elementos de anotada triada acción-espacio-tiempo. Algunos de los nombres aplicados al minicuento, pueden ajustarse también al cuento atómico: brevicuento, cuento diminuto, microcuento, cuento en miniatura, nanocuento, cuento instantáneo, relato microscópico, texto ultrabrevísimo, cuento fractal, cuento bonsai o ficción de segundos, entre otros, todos con igual capacidad de evocación.

Así parezca, el cuento atómico no es frase desprendida de un texto mayor. Sus autores lo han escrito y lo escriben como unidad independiente, autónoma en su historia, con un propósito definido y relatando siempre un suceso al cual parece dejársele inconcluso al lector, aunque para el cuentista ya está revelado dentro de la ultracorta estructura del cuento atómico.

Este, cuando es una historia precisa, sucinta, sugerente desde una imagen reveladora donde algo sucede a alguien en un ámbito específico, real o irreal, determinado o indeterminado, objetivo o subjetivo se convierte en la narratológica intuición de una realidad más profunda, más amplia, allende a los límites del lenguaje y la cultura.

John Barth, al referirse en un ensayo a la vieja y nueva ficción, afirma que esta puede ser minimalista en uno o varios aspectos, válidos aquí para la justificación teórica del cuento atómico. Declara Barth: "Hay minimalistas de unidad, forma y escala: palabras cortas, frases cortas, párrafos cortos e historias supercortas... Hay minimalistas de estilo: un vocabulario despojado, una sintaxis desnuda que evita el período y la cadencia, los predicados múltiples y las construcciones subordinadas complejas; una retórica desnuda que elimina por completo el lenguaje figurativo; un tono desnudo, sin emoción. Hay minimalismo de material: personajes mínimos, exposición mínima, mises en scéne mínimas, acción mínima". 

Aquí se retrata al cuento atómico -semejante ciento por ciento al haiku- hermano en prosa del fulgurante poema nipón. Los cuentos atómicos tienen como unidad básica, enmarcadora del texto, el renglón o máximo los dos renglones, donde la vista abarque en su mínima expresión posible todo el cuento. Los ojos perciben de manera instantánea el principio, el desarrollo y el final de la historia.

Los cuentos atómicos escogidos, y cuantos serán seleccionados entre los envíos que se nos hagan para el fortalecimiento cualitativo y cuantitativo de esta Primera Antología Textale del cuento atómico, integrarán un extenso corpus sobre tal subgénero de la minificción, configurándose desde el año 2000 con el propósito de mostrar la existencia de relatos microscópicos semejantes a El dinosaurio, los cuales, sin gozar de la suerte y reputación literarias acompañando por más de medio siglo a dicho texto, poseen igual o mayor fuerza narrativa, igual capacidad de sugerencias y similar intensidad alusiva; conmovedores por su realismo, inabordables algunos por su ambigüedad, gran parte de ellos inmersos en la fantasía y todos con innegables desafíos culturales para el lector.

Los cuentos atómicos tienen lugar concreto dentro de la literatura, a lo largo del desarrollo postmoderno del cuento y la historia de la minificción en lengua española, con sus múltiples propuestas y experimentaciones minimalistas. Este subgénero del microrrelato, es símbolo y producto de la visión intuitiva de la realidad. Es una práctica, cuando se escribe con conciencia tanto de la escritura por ella misma como del contenido expresado por esta, estética y espiritual por excelencia, donde el narrador se libera de los límites del lenguaje.

Experiencia del estado presimbólico donde importa no cuanto se dice, sino aquello no dicho pero esbozado en 20 o menos palabras estructuradoras del cuento. Son fundamentales para su efecto narrativo, para la sensación literaria y el impacto argumentativo, tanto la intensa y desconceptualizada relación entre lo dicho y lo no dicho, como lo expresado con lo no expresado, lo visible y lo invisible, lo metafórico y lo concreto.

Una sincera revelación para quienes deseen escribir cuentos atómicos: se puede hacer luego de la minuciosa, profusa, lúcida y desprejuiciada lectura de cuentos atómicos de incontables autores -profesionales o legos-, como también a partir de indagar en teoría y crítica del minicuento. En ambos casos, hay complementariedad y retroalimentación. El efecto de este tipo de refinado relato, para valorar su condición estética y su validez narrativa, lo describe con acierto el filólogo español José Luis González, al referirse al microrrelato especificando que su autenticidad estriba "en que aguante el pulso de dos lecturas al menos. En una primera lectura una obra de estas comprimidas dimensiones puede apabullar la vista con el relumbrón de su final, de su concepción, de su extraña e inapresable coherencia y su segunda lectura, cuando está descubierta la magia, el truco, la parte de atrás del escenario, puede añadir luces que no habían destacado en la primera elección".

Como ninguno otro, un cuento atómico puede leerse muchas veces sin fatiga, con creciente interés. En cada nueva lectura se puede entender mejor al acrecentarse sus sentidos e interpretaciones, sus alternativas de nuevos significados. Al lector atento, podrá inspirarle otras ideas estimulándole el deseo de escribir algo semejante. Como pocos géneros literarios lo hacen, el cuento atómico abre puertas del subconsciente para que el lector penetre con sus propias consideraciones, su bagaje cultural, su talento, sus cualidades de expresión escrita, en el territorio narratológico de tal forma minimalista literaria.

No es mi intención desarrollar aquí la historia del cuento atómico, citando autores y obras con textos que no transgredan el límite de las 20 palabras. Es vasta la bibliografía. Llamo la atención, por ser padre del cuento atómico, hacia el escritor francomejicano Max Aub y su libro Crímenes ejemplares (1956) obra donde el polifacético narrador incluye cerca de un centenar de microrrelatos con características propias del cuento atómico. A su vez, pionera también del subgénero, la narradora argentina Ana María Shua en su libro La sueñera (1984) tiene indiscutibles muestras de este. El dramaturgo, narrador, cineasta y místico chileno Alejandro Jodorowsky, en su obra El tesoro de la sombra (2005) incluye medio centenar de dichos relatos microscópicos con alto contenido filosófico y sicológico. En Falsificaciones (1966) del escritor argentino Marco Denevi, clásico del minicuento latinoamericano, hay varios atómicos. El venezolano Rigoberto Rodríguez, en Antifábulas y otras brevedades (2004), reúne microficciones inscritas dentro de la más auténtica expresión del cuento atómico. En otro libro, clásico y referente obligatorio del minicuento en lengua española, El gato de Cheshire (1965) del argentino Enrique Ánderson Imbert, hay varios cuentos atómicos.

Ánderson se refiere a sus microrrelatos así: “También mis cuentecillos son mónadas , átomos psíquicos en los que se refleja, desde diferentes perspectivas, la totalidad de una visión de la vida”. Si al vocablo “atómico” quisiéramos conferirle marco referencial en el tiempo y la literatura, tal fundamento descansaría en el prólogo de Enrique Ánderson Imbert a su citado volumen de puras intuiciones, donde la técnica le constriñó a darles  cuerpo dibujado en dos tintas, una deleble y otra indeleble. Los cuentos atómicos se escriben con tinta deleble. El argentino menciona, de manera metafórica, los átomos psíquicos. Para mí, cada cuento es un átomo físico concreto fuerza literaria comprimida pronta al estallido narrativo cuando se escribe y cuando se lee.

El cuentista y matemático mejicano Luis Felipe Hernández, con su libro Circo de tres pistas y otros mundos mínimos (2002) se sumó al agudo coro de los escritores de cuentos atómicos. Acopia una de las más significativas muestras de tales textos. Para Guillermo Samperio, Hernández es “un pulcro orfebre de la miniatura literaria”. En Colombia, donde la denominación de cuento atómico nace en Calarcá, Quindío, cultivan dicha forma narrativa el poeta y cuentista quindiano Alfonso Osorio Carvajal, el cronista calarqueño Hugo Aparicio y, de manera continua, rigurosa y metódica, el autor de este ensayo y compilador de esta antología, Umberto Senegal.

Es conocida por algunos la aseveración de Barthes sosteniendo que el texto literario no adquiere su sentido total, no llega a su expresión máxima sino cuando el lector, aportando sus experiencias, dejando de ser elemento receptivo, lo convierte en objeto de significado que necesariamente será pluralista. Sin poner límite a las propuestas interpretativas que pueda inspirar a sus lectores, el cuento atómico está más abierto que otras expresiones narrativas a la imaginación del lector.

Escogí el máximo de 20 vocablos solo para contrastarlos con aquella tradicional medida del cuento clásico donde algunos estudiosos y críticos cuantifican a la narración breve 20.000 palabras para ser leídas en un lapso de una a dos horas. Restamos 19.980 con el fin de llegar a un campo narrativo desde el cual pueda contarse una historia sin recurrir a tales excesos literarios. Novalis lo explica de manera racional cuando señala que “las diferenciales de lo infinitamente grande se comportan como las integrales de lo infinitamente pequeño, porque son una misma cosa”. Un cuento atómico es la integral visible de algo más pequeño. Es la dimensión narrativa escrita de lo intuitivo, soñado e imaginado.

El cuento atómico, como podrán verificarlo quienes desde hoy sigan la serie de textos seleccionados que con periodicidad aparecerán en TEXTALE, en conjuntos de veinte autores o veinte atómicos de un solo narrador cuando sea necesario presentarlos, lleva al extremo esa tendencia general del arte moderno donde se evitan las redundancias, es imperativo el rechazo de la ornamentación innecesaria, se eluden los desarrollos extensos y se rechaza lo ampuloso para destacar las líneas puras, el concepto transparente y la idea directa dentro del relato.

No está de más traer acá la opinión de W. Benjamin, quien amplía la afirmación de Valéry: “El hombre contemporáneo ya no trabaja en lo que no es abreviable”. Escribe Benjamin: “De hecho, el hombre contemporáneo ha logrado incluso abreviar la narración. Hemos asistido al nacimiento del short story que, apartado de la tradición oral, ya no permite la superposición de las capas finísimas y translúcidas, constituyentes de la imagen más acertada del modo y manera en que la narración perfecta emerge de la estratificación de múltiples versiones sucesivas”. Para no extender esta introducción, invito a aplicarle al cuento atómico cuanto Juan Armando Epple escribe sobre el cuento brevísimo: “En todo caso, el criterio fundamental para reconocerlos como relatos no es su brevedad sino su estatuto ficticio, atendiendo específicamente al estrato del mundo narrado. Creemos que lo que distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación narrativa única formulada en espacio imaginario y en su decurso natural”.

El objetivo de todo cuento atómico es el despojamiento de lo superfluo para revelar lo necesario, lo esencial en el relato. Un cuento atómico es holístico y fractal. Debe permitir una lectura satisfactoria como cuento o relato, permitiéndole al lector imaginar o recrear sentimientos, emociones, ensueños e ideas a partir de un evento sugerido.

MAX AUB (1)
(1903-1972)
(Francia- España-Méjico)

No tituló sus textos. La numeración acá incluida corresponde a mi selección, siguiendo el orden como aparecen en una de las ediciones de Crímenes ejemplares. No atañe a la obra.

l. Lo maté porque era de Vinaroz. 
(6 palabras).

2. -¡Antes muerta! –me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto! 
(13 palabras).

3. La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor. (19 palabras).

4. Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio. 
(18 palabras).

5. Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.
(10 palabras). 

6. Lo maté porque, en vez de comer, rumiaba. 
(8 palabras).

7. Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite. 
(19 palabras).

8. ¿Usted no ha matado nunca a nadie por aburrimiento, por no saber qué hacer? Es divertido. 
(16 palabras).

9. ¡Que se declare en huelga ahora! 
(6 palabras).

10. Lo maté porque me dieron veinte pesos para que lo hiciera. 
(11 palabras)-

11. Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella. 
(16 palabras).

12. Lo maté porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano! 
(14 palabras).

13. ERRATA.
Donde dice:
La maté porque era mía.
Debe decir:
La maté porque no era mía. (15 palabras).

14. Lo maté porque no pensaba como yo. 
(7 palabras).

15. Lo maté porque era más fuerte que yo. 
(8 palabras).

16. Lo maté porque era más fuerte que él. 
(8 palabras).

17. Lo maté porque me dolía el estómago. 
(7 palabras).

18. Lo maté porque le dolía el estómago. 
(7 palabras).

19. ¿Por qué había de emperrarse así en negar la evidencia? 
(10 palabras). 

20. Había jurado hacerlo con el próximo que volviera a pasarme un billete de lotería por la joroba. 
(17 palabras).



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