INTRODUCCIÓN
A
la memoria de David Lagmanovich.
Para
Carlos Paldao, por su dedicación al microrrelato.
Dentro
de la minificción y sus reconocidas características de longitud textual, se
presentan múltiples extensiones, circunscritas todas a las conocidas exigencias
formales del género. Algunas de ellas se arriesgan a experimentar con la máxima
sinopsis del texto, las ideas y la estructura. Entre tales formas del relato
hiperbreve destaca la que decido nombrar como Cuento atómico, de cero a
20 palabras para contar una historia.
El
clásico modelo propuesto es el mítico El dinosaurio, del narrador
guatemalteco-mejicano Augusto Monterroso, brevísimo cuento de siete palabras al
cual solo aventaja, dentro de la literatura, en profundidad y en capacidad para
generar cada día más interpretaciones poéticas y filosóficas por todos los
lugares del mundo, El viejo estanque, haiku del poeta japonés Matsuo
Basho. Si se escribe como prosa, dicho poema se convierte en el más vigoroso,
extraño y trascendente cuento atómico escrito hasta la fecha en la historia de
la minificción. Expresa el claro punto de intersección de lo momentáneo con lo
eterno y constante.
La
acertada definición de André Bellesort sobre el haiku, puede ser válida para
aproximarnos a la de Cuento atómico: "Exactitud disfrazada de ensueño;
poesía de resplandores y de escalofríos; pequeñas chispas que comunican a los
sueños vibraciones infinitas; preciosos abanicos que, en el mismo instante en
que se los despliega y se los cierra, hacen pasar ante nuestros ojos el milagro
de un gran paisaje". Sobre la rana del viejo estanque circulan
centenares de ensayos, interpretaciones y traducciones. Solo al español, he reunido
hasta la fecha cerca de cien versiones traídas del japonés, del inglés y del
francés.
Ese
de Basho, un poema de 17 sílabas, sí, pero en esencia un notable texto
literario de intensa y sugerente elipsis poética y metafísica. Un evento y un
personaje: el salto a un pozo de agua serena y la rana. Tres versos centrífugos
y centrípetos con tanta trascendencia como las siete palabras de El dinosaurio.
En un cuento atómico nos encontramos sin rodeos con elementos irracionales
jamás explicados por su autor, a quien le basta con anunciar o sugerir. Esto,
nada lejos de la observación del matemático Herman Weyl: "No es de
extrañar que cualquier pedacito de la naturaleza que elijamos (estas gafas o
cualquier otra cosa) posea un factor irracional que no podemos ni podremos
explicar jamás y que lo único que podemos hacer es describirlo, como en la
física, proyectándolo sobre el telón de lo posible". El telón del cuento atómico es la página en blanco, la
capacidad de asombro del lector, la parte inferenciadora de su cerebro. Defino
el Cuento atómico como una minificción de 0 a 20 palabras, sin cuantificar las
del título, capaces de evocar, enfocar, visualizar y describir una situación
determinada con personajes directos o indirectos, identificables en espacios y
tiempos definidos. En ocasiones, al cuento atómico se le puede encontrar
introducción, nudo y desenlace sintéticos, sin que tales elementos sean
necesariamente visibles para la estructura del mismo. Aquí está la esencia del
principio dramático de "las tres unidades": un hecho, en un lugar
limitado, con un número restringido de personajes".
Este
supremo minimalismo es perceptible en los cuentos atómicos, siempre y cuando se
lean con atención, sin condicionamientos por los criterios literarios, formales
y estéticos del cuento clásico, extenso. El cuento atómico es siempre
minificción y esta se caracteriza por su extrema "brevedad y la
presencia de ironía literaria, todo lo cual propicia una estructura paradójica
y una relectura cuidadosa" según señala el teórico mejicano Lauro
Zavala, notable estudioso del minicuento en lengua española. En su ensayo El
cuento ultracorto: hacia un nuevo canon literario, Zavala propone tres
tipos de cuentos breves: el cuento corto, de 1.000 a 2.000 palabras; el cuento
muy corto, de 200 a 1.000 palabras, y los cuentos ultracortos, de 1 a 200
palabras.
Explica
Zavala: "Esta clase de microficciones tienden a estar más próximas al
epigrama que a la narración genuina. El crítico alemán Rüdiger Imhoff señala en
su estudio sobre las metaficciones mínimas que para su comprensión cabal es
necesario desviar la atención de las consideraciones genéricas acerca de lo que
es un cuento, y dirigirla hacia el asunto más fundamental, que es la escala, es
decir, la extensión de estos textos".
Dentro
de la escala señalada por Imhoff, ningún cuento más representativo que el
atómico, identificable por su brevísima extensión, la cual le hace reconocible
a simple vista aún dentro de los cuentos ultracortos, pues no ocupa en
la página más de tres renglones. Su impacto visual sobre el lector es
instantáneo. Induce a la lectura, la relectura y la reflexión. Un cuento
atómico puede ser leido muchas veces, repensado múltiples ocasiones gracias a
su extensión, lo cual no sucede con los relatos largos.
Luis
Barrera Linares, ensayista venezolano y erudito investigador de la historia y
teoría del microrrelato, nombra como TU (texto ultracorto) a la "categoría
literaria de diversa fisonomía discursiva que puede abarcar narraciones,
poemas, epígrafes, epitafios, grafiti, adivinanzas, retahílas entre otros, pero
cuya organización textual es completa (no fragmentaria) y no supera las cuatro
líneas o las treinta palabras autosemánticas". Para mí, según lo
propongo en esta Primera antología TEXTALE del cuento atómico a la cual
invito en particular a cuantos Textaleros escriban microrrelatos y se ajusten a
las normas requeridas, a los escritores registrados en REMES (Red
Mundial de Escritores en Español) y en general a otros lectores y escritores navegando por
estos espacios, el cuento atómico para ser considerado como tal debe ser un
texto con fisonomía discursiva de relato que no supere las 20 palabras en
español.
Es
posible que al traducirse a otras lenguas uno de estos momentos narrativos,
aumente o disminuya dicha cantidad. Cuando aumentan las palabras, deja de ser
un cuento atómico. Los signos gramaticales no se cuentan. En sus anotaciones
sobre el cuento, Julio Cortázar afirmó que este es para el escritor una especie
de sistema atómico con un núcleo en torno al cual giran los electrones. Estos
relatos microscópicos son los electrones de la intuición, puestos a la vista
por la palabra.
De
manera sintética y exigiendo mucho del lector, quien puede leerlo con ligereza
debido a la forma misma del microrrelato, restándole importancia literaria, sin
ahondar en sus significados o considerándolo un simple chiste, una anotación
ingeniosa, el cuento atómico es de notoria fluidez semiótica que transgrede y
distiende las fronteras no solo del cuento sino de la microficción misma. En
una o dos líneas y en veinte o menos palabras, muchas veces mediante el solo
título y la página en blanco, producto del extremo liubanofismo, el
cuento atómico posee una situación narrativa única, formulada entre los
elementos de anotada triada acción-espacio-tiempo. Algunos de los nombres
aplicados al minicuento, pueden ajustarse también al cuento atómico:
brevicuento, cuento diminuto, microcuento, cuento en miniatura, nanocuento,
cuento instantáneo, relato microscópico, texto ultrabrevísimo, cuento fractal,
cuento bonsai o ficción de segundos, entre otros, todos con igual capacidad de
evocación.
Así
parezca, el cuento atómico no es frase desprendida de un texto mayor. Sus
autores lo han escrito y lo escriben como unidad independiente, autónoma en su
historia, con un propósito definido y relatando siempre un suceso al cual
parece dejársele inconcluso al lector, aunque para el cuentista ya está
revelado dentro de la ultracorta estructura del cuento atómico.
Este,
cuando es una historia precisa, sucinta, sugerente desde una imagen reveladora
donde algo sucede a alguien en un ámbito específico, real o irreal, determinado
o indeterminado, objetivo o subjetivo se convierte en la narratológica
intuición de una realidad más profunda, más amplia, allende a los límites del
lenguaje y la cultura.
John
Barth, al referirse en un ensayo a la vieja y nueva ficción, afirma que esta
puede ser minimalista en uno o varios aspectos, válidos aquí para la
justificación teórica del cuento atómico. Declara Barth: "Hay minimalistas
de unidad, forma y escala: palabras cortas, frases cortas, párrafos cortos e
historias supercortas... Hay minimalistas de estilo: un vocabulario despojado,
una sintaxis desnuda que evita el período y la cadencia, los predicados
múltiples y las construcciones subordinadas complejas; una retórica desnuda que
elimina por completo el lenguaje figurativo; un tono desnudo, sin emoción. Hay minimalismo de material: personajes mínimos,
exposición mínima, mises en scéne mínimas, acción mínima".
Aquí
se retrata al cuento atómico -semejante ciento por ciento al haiku- hermano en
prosa del fulgurante poema nipón. Los cuentos atómicos tienen como unidad
básica, enmarcadora del texto, el renglón o máximo los dos renglones, donde la
vista abarque en su mínima expresión posible todo el cuento. Los ojos perciben
de manera instantánea el principio, el desarrollo y el final de la historia.
Los
cuentos atómicos escogidos, y cuantos serán seleccionados entre los envíos que
se nos hagan para el fortalecimiento cualitativo y cuantitativo de esta Primera
Antología Textale del cuento atómico, integrarán un extenso corpus sobre
tal subgénero de la minificción, configurándose desde el año 2000 con el
propósito de mostrar la existencia de relatos microscópicos semejantes a El
dinosaurio, los cuales, sin gozar de la suerte y reputación literarias
acompañando por más de medio siglo a dicho texto, poseen igual o mayor fuerza
narrativa, igual capacidad de sugerencias y similar intensidad alusiva;
conmovedores por su realismo, inabordables algunos por su ambigüedad, gran
parte de ellos inmersos en la fantasía y todos con innegables desafíos
culturales para el lector.
Los
cuentos atómicos tienen lugar concreto dentro de la literatura, a lo largo del
desarrollo postmoderno del cuento y la historia de la minificción en lengua
española, con sus múltiples propuestas y experimentaciones minimalistas. Este
subgénero del microrrelato, es símbolo y producto de la visión intuitiva de la
realidad. Es una práctica, cuando se escribe con conciencia tanto de la
escritura por ella misma como del contenido expresado por esta, estética y
espiritual por excelencia, donde el narrador se libera de los límites del
lenguaje.
Experiencia
del estado presimbólico donde importa no cuanto se dice, sino aquello no dicho
pero esbozado en 20 o menos palabras estructuradoras del cuento. Son
fundamentales para su efecto narrativo, para la sensación literaria y el
impacto argumentativo, tanto la intensa y desconceptualizada relación entre lo
dicho y lo no dicho, como lo expresado con lo no expresado, lo visible y lo
invisible, lo metafórico y lo concreto.
Una
sincera revelación para quienes deseen escribir cuentos atómicos: se puede
hacer luego de la minuciosa, profusa, lúcida y desprejuiciada lectura de
cuentos atómicos de incontables autores -profesionales o legos-, como también a
partir de indagar en teoría y crítica del minicuento. En ambos casos, hay
complementariedad y retroalimentación. El efecto de este tipo de refinado
relato, para valorar su condición estética y su validez narrativa, lo describe
con acierto el filólogo español José Luis González, al referirse al microrrelato especificando que su autenticidad estriba
"en que aguante el pulso de dos lecturas al menos. En una primera lectura
una obra de estas comprimidas dimensiones puede apabullar la vista con el
relumbrón de su final, de su concepción, de su extraña e inapresable coherencia
y su segunda lectura, cuando está descubierta la magia, el truco, la parte de
atrás del escenario, puede añadir luces que no habían destacado en la primera
elección".
Como
ninguno otro, un cuento atómico puede leerse muchas veces sin fatiga, con
creciente interés. En cada nueva lectura se puede entender mejor al
acrecentarse sus sentidos e interpretaciones, sus alternativas de nuevos
significados. Al lector atento, podrá inspirarle otras ideas estimulándole el
deseo de escribir algo semejante. Como pocos géneros literarios lo hacen, el
cuento atómico abre puertas del subconsciente para que el lector penetre con
sus propias consideraciones, su bagaje cultural, su talento, sus cualidades de
expresión escrita, en el territorio narratológico de tal forma minimalista literaria.
No
es mi intención desarrollar aquí la historia del cuento atómico, citando
autores y obras con textos que no transgredan el límite de las 20 palabras. Es
vasta la bibliografía. Llamo la atención, por ser padre del cuento atómico,
hacia el escritor francomejicano Max Aub y su libro Crímenes ejemplares (1956)
obra donde el polifacético narrador incluye cerca de un centenar de
microrrelatos con características propias del cuento atómico. A su vez, pionera
también del subgénero, la narradora argentina Ana María Shua en su libro La
sueñera (1984) tiene indiscutibles muestras de este. El dramaturgo,
narrador, cineasta y místico chileno Alejandro Jodorowsky, en su obra El
tesoro de la sombra (2005) incluye medio centenar de dichos relatos
microscópicos con alto contenido filosófico y sicológico. En Falsificaciones
(1966) del escritor argentino Marco Denevi, clásico del minicuento
latinoamericano, hay varios atómicos. El venezolano Rigoberto Rodríguez, en Antifábulas
y otras brevedades (2004), reúne microficciones inscritas dentro de la más
auténtica expresión del cuento atómico. En otro libro, clásico y referente
obligatorio del minicuento en lengua española, El gato de Cheshire (1965)
del argentino Enrique Ánderson Imbert, hay varios cuentos atómicos.
Ánderson
se refiere a sus microrrelatos así: “También mis cuentecillos son mónadas ,
átomos psíquicos en los que se refleja, desde diferentes perspectivas, la
totalidad de una visión de la vida”. Si al vocablo “atómico” quisiéramos
conferirle marco referencial en el tiempo y la literatura, tal fundamento
descansaría en el prólogo de Enrique Ánderson Imbert a su citado volumen de
puras intuiciones, donde la técnica le constriñó a darles cuerpo dibujado en dos tintas, una deleble y otra
indeleble. Los cuentos atómicos se escriben con tinta deleble. El argentino
menciona, de manera metafórica, los átomos psíquicos. Para mí, cada cuento es
un átomo físico concreto fuerza literaria comprimida pronta al estallido
narrativo cuando se escribe y cuando se lee.
El cuentista
y matemático mejicano Luis Felipe Hernández, con su libro Circo de tres
pistas y otros mundos mínimos (2002) se sumó al agudo coro de los
escritores de cuentos atómicos. Acopia una de las más significativas muestras
de tales textos. Para Guillermo Samperio, Hernández es “un pulcro orfebre de
la miniatura literaria”. En Colombia, donde la denominación de cuento
atómico nace en Calarcá, Quindío, cultivan dicha forma narrativa el poeta y
cuentista quindiano Alfonso Osorio Carvajal, el cronista calarqueño Hugo
Aparicio y, de manera continua, rigurosa y metódica, el autor de este ensayo y
compilador de esta antología, Umberto Senegal.
Es
conocida por algunos la aseveración de Barthes sosteniendo que el texto
literario no adquiere su sentido total, no llega a su expresión máxima sino
cuando el lector, aportando sus experiencias, dejando de ser elemento
receptivo, lo convierte en objeto de significado que necesariamente será
pluralista. Sin poner límite a las propuestas interpretativas que pueda inspirar
a sus lectores, el cuento atómico está más abierto que otras expresiones
narrativas a la imaginación del lector.
Escogí
el máximo de 20 vocablos solo para contrastarlos con aquella tradicional medida
del cuento clásico donde algunos estudiosos y críticos cuantifican a la
narración breve 20.000 palabras para ser leídas en un lapso de una a dos horas.
Restamos 19.980 con el fin de llegar a un campo narrativo desde el cual pueda
contarse una historia sin recurrir a tales excesos literarios. Novalis lo explica
de manera racional cuando señala que “las diferenciales de lo infinitamente
grande se comportan como las integrales de lo infinitamente pequeño, porque son
una misma cosa”. Un cuento atómico es la integral visible de algo más
pequeño. Es la dimensión narrativa escrita de lo intuitivo, soñado e imaginado.
El
cuento atómico, como podrán verificarlo quienes desde hoy sigan la serie de
textos seleccionados que con periodicidad aparecerán en TEXTALE, en conjuntos
de veinte autores o veinte atómicos de un solo narrador cuando sea necesario
presentarlos, lleva al extremo esa tendencia general del arte moderno donde se
evitan las redundancias, es imperativo el rechazo de la ornamentación
innecesaria, se eluden los desarrollos extensos y se rechaza lo ampuloso para
destacar las líneas puras, el concepto transparente y la idea directa dentro
del relato.
No está de más traer acá la opinión de W. Benjamin, quien amplía la afirmación de Valéry: “El hombre
contemporáneo ya no trabaja en lo que no es abreviable”. Escribe Benjamin: “De
hecho, el hombre contemporáneo ha logrado incluso abreviar la narración. Hemos
asistido al nacimiento del short story que, apartado de la tradición oral, ya
no permite la superposición de las capas finísimas y translúcidas,
constituyentes de la imagen más acertada del modo y manera en que la narración
perfecta emerge de la estratificación de múltiples versiones sucesivas”. Para
no extender esta introducción, invito a aplicarle al cuento atómico cuanto Juan
Armando Epple escribe sobre el cuento brevísimo: “En todo caso, el criterio
fundamental para reconocerlos como relatos no es su brevedad sino su estatuto
ficticio, atendiendo específicamente al estrato del mundo narrado. Creemos que
lo que distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación
narrativa única formulada en espacio imaginario y en su decurso natural”.
El
objetivo de todo cuento atómico es el despojamiento de lo superfluo para
revelar lo necesario, lo esencial en el relato. Un cuento atómico es holístico
y fractal. Debe permitir una lectura satisfactoria como cuento o relato,
permitiéndole al lector imaginar o recrear sentimientos, emociones, ensueños e
ideas a partir de un evento sugerido.
MAX
AUB (1)
(1903-1972)
(Francia-
España-Méjico)
No
tituló sus textos. La numeración acá incluida corresponde a mi selección,
siguiendo el orden como aparecen en una de las ediciones de Crímenes
ejemplares. No atañe a la obra.
l.
Lo maté porque era de Vinaroz.
(6 palabras).
2.
-¡Antes muerta! –me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto!
(13
palabras).
3.
La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al
techo mientras hacía el amor. (19 palabras).
4.
Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad.
Sin remedio.
(18 palabras).
5.
Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.
(10 palabras).
6. Lo maté porque, en vez de comer, rumiaba.
(8
palabras).
7.
Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto.
Todo tiene su límite.
(19 palabras).
8.
¿Usted no ha matado nunca a nadie por aburrimiento, por no saber qué hacer? Es
divertido.
(16 palabras).
9.
¡Que se declare en huelga ahora!
(6 palabras).
10.
Lo maté porque me dieron veinte pesos para que lo hiciera.
(11 palabras)-
11.
Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para
ella.
(16 palabras).
12.
Lo maté porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!
(14
palabras).
13.
ERRATA.
Donde
dice:
La
maté porque era mía.
Debe
decir:
La
maté porque no era mía. (15 palabras).
14.
Lo maté porque no pensaba como yo.
(7 palabras).
(7 palabras).
15.
Lo maté porque era más fuerte que yo.
(8 palabras).
(8 palabras).
16.
Lo maté porque era más fuerte que él.
(8 palabras).
(8 palabras).
17.
Lo maté porque me dolía el estómago.
(7 palabras).
(7 palabras).
18.
Lo maté porque le dolía el estómago.
(7 palabras).
(7 palabras).
19.
¿Por qué había de emperrarse así en negar la evidencia?
(10 palabras).
20. Había jurado hacerlo con el próximo que volviera a
pasarme un billete de lotería por la joroba.
(17 palabras).
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