martes, 8 de mayo de 2018

Netflix, ¡oh, Netflix!



¿Sófocles? ¿Shakespeare? ¿Balzac? ¿Dostoievski? ¿Kafka?


Desde remotos dramas griegos induciéndonos a la catarsis descrita por Aristóteles, hasta las crudas novelas contemporáneas de autores que conmueven al lector con turbulentas pasiones de sus personajes, al compararlos en argumentos, temas y complejidad sicológica, en ambientación de territorios donde, desplegando sus fatalidades, convulsionan como símbolos sociales de épocas y culturas, ninguno de los citados autores tiene el potencial suficiente para trastornarnos con emociones contradictorias, como determinadas series de Netflix, la más prominente religión tecnológica del entretenimiento cinematográfico. Sus audaces equipos de trabajo saben qué deseamos. Qué tememos. Con qué y con quiénes nos identificamos, espectadores anhelantes de arquetipos desde dónde equilibrar nuestra insignificancia. Receptores de nihilismos desesperados frente a la pantalla, episodio tras episodio, fascinados por la ficcional belleza de dicha narrativa crossmedia. “Algunas teleseries han construido, capítulo a capítulo, auténticas bibliotecas de narrativa, poesía y ensayo”, expresa Jorge Carrión en su libro de obligatoria lectura, Teleshakespeare. Netflix emplea fórmulas efectivas para despertar individuos. O sumergir en gratas somnolencias a la masa cautiva de sus programas. Series que despiertan infrecuentes adicciones al empujarnos hacia la médula irracional del alma humana con sus horrores y virtudes. En la medida que incorporemos las series de Netflix en nuestra cotidianidad, adquirimos conciencia de algo más allá de lo rutinario. O nos zombificamos, peor que los especímenes en The Walking Dead, a la deriva por ciudades y montañas. Admiro y rechazo a Netflix cuando los personajes de sus series me enrollan en la sicológica gama de sensaciones, malestares y alegrías, contraponiéndome con filosofías que mientras en los libros son desdibujadas, aquí tienen cuerpos apetecibles, escenarios envidiables y pasiones seductoras. Considero a Netflix el más recursivo Think Thank de emociones del hombre contemporáneo, simiente de una nueva forma de ver y aceptar o rechazar el mundo. Conoce a fondo nuestras frustraciones. Parece una escuela esotérica cuyos ceremoniales son los medios de información. Series entrelazadas o independientes, conectándose entre ellas con propósitos conocidos solo por los grupos tras de sus magistrales propuestas. Netflix, culto transhumanista que congrega sus fieles en los templos del televisor, el celular o el computador, para hacernos parte del ceremonial. Netflix es perfección del control de las emociones humanas. Hago parte de esos millones de personas que dejan de hacer otras actividades por quedarse varias horas siguiendo episodios en una o más series determinadas. Todo lo tiene cuantificado, cualificado para socavar la sensibilidad del ser humano. Cualquier manipulación de la sociedad, tiene mapas precisos en Netflix. Sus atractivas propuestas de alta calidad en fotografía, con referencias políticas, artísticas, sociológicas y científicas, sin descontar las históricas, son capaces de detenerle a uno la lectura de cualquier libro. Netflix, sendero visual hacia otras dimensiones del conocimiento moderno.

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