sábado, 9 de abril de 2016

Textos publicados en la Crónica del Quindío



BEBAMOS CAFÉ, CON DARWISH
Umberto Senegal

¿Café árabe? Calienta el agua. Baja el fuego. Añade el café y deja a fuego lento. Cuando comience a hervir espera varios minutos y, después, retira del fuego. Deja asentar el café unos minutos. Luego añade las especias. Vuelve a poner al fuego y deja que hierva unos minutos más. Si dispones de una Dallah, vierte el café en ella para servir. Sirve poco, menos de la mitad de la taza. El poeta palestino Mahmud Darwish, en su libro autobiográfico Memoria para el olvido (1982), presenta conmovedoras páginas: por lo poéticas: por lo heridas: por lo desamparadas, sobre su cotidiano rito de beber café, interrumpido por los bombardeos descuartizando a Beirut en aquel momento. Agrégale cardamomo, jengibre, clavo o azafrán. Diferente al nuestro en su olor, fragancia y color. Mahmud se impacienta por prepararse un café antes de morir bajo la ofensiva de los Kfir israelíes. “Quiero una tregua de cinco minutos para el café”. Sus reflexiones existenciales sobre este, abarcan varias páginas del sombrío testimonio describiendo el ataque israelí a Beirut durante la Operación Sheleg, cuyo objetivo era demoler la infraestructura y bases de la OLP en el sur del Líbano. Es la más ecuménica elegía al café, en prosa poética, que escritor alguno haya publicado sobre tal bebida: anhelo de preparar y beberse un café mientras la muerte asedia. “Voy a impregnarme de su olor ahora, al menos para no sentirme como un borrego, para vivir un día más o morir de una vez, pero envuelto en el aroma del café”. Una década atrás, incluyó en su libro Amarte o no amarte, el majestuoso poema Sirhán toma café en una cafetería, exteriorizando su ostensible pasión por tal bebida. Mahmud lo recitaba de memoria. Quien lea el citado libro, no tomará café como lo hacía antes: algo le hará crujir su corazón. “Quiero sentir el aroma del café. Solo eso. Solo quiero el aroma del café. El aroma del café para controlarme, para erguirme, para dejar de arrastrarme y ser”. Entre misil y misil, Darwish abre una tregua de vida en el café “porque el café, la primera taza de café, es espejo de la mano. Y la mano que lo prepara revela el carácter del alma que le infunde el movimiento”. Monólogo con el pavor. Cuadros de guerra. Miradas desgarradoras para recordarle al mundo qué perpetraron, esos días, unos hombres contra Beirut. Contra los refugiados palestinos. “El café es geografía”, atestigua el poeta. Esta memoria para olvidos no permitidos, induce a encontrarnos con una de las mayores voces poéticas del siglo XX: Mahmud Darwish, el lenguaje más vivo, trascendente y humano de la poética árabe actual. “La poesía debería ser un himno a la gloria de la vida”, sostuvo siempre Mahmud.

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