Si usted es apático a las célicas
sonoridades del violín, no lea esta anécdota sobre el extraño origen de una de
las más famosas sonatas para dicho instrumento, el preferido del diablo según
relatan los demonólogos. Su protagonista fue Giuseppe Tartini (1692 – 1770)
músico en cuya vasta obra resaltan más de 150 conciertos para violín. Autor de
varios tratados de música. Su perfecta afinación y la destreza de su arco,
alcanzaron cimas de inconocible magistralidad. Una de sus particularidades, era
la destreza con que hacía los trinos y los dobles trinos.
Su más famosa obra se llama El trino del diablo. Hoy por hoy, cuando
se endilgan a este los desvaríos que
comete el hombre, tal composición adquiere contemporaneidad al reconocérsele al
oscuro condenado algunas de sus virtudes estéticas, compartidas por él con
determinados artistas a lo largo de la historia, como lo sucedido al aventuroso
músico italiano. Le prevengo: no se deje incitar por esta glosa ni por afectos
hacia las implicaciones sicológicas y órficas del violín. Evite escuchar el
cautivante contenido de tal sonata porque puede despertarle fuerzas dormidas
que tal vez l convenga dejarlas así. Por suerte, no le encontrará fácil aunque
por ahí circule, perturbadora, plena de místicas evocaciones, entre lo mejor de
la música clásica, rememorando epopeyas religiosas a los solitarios del
espíritu.
Cuando tenía 21 años de edad,
circunstancias amorosas obligaron a Tartini a huir de su hogar. Vestido de
peregrino se dirigió hacia Roma. En el transcurso del viaje se alojó durante
unas semanas en el monasterio de Francisco de Asís donde practicó austeridades
con los monjes y mediante monacales rigores cristianos moderó su impetuoso
carácter. Una noche, en la contemplativa paz de su celda, soñó que el diablo entraba
a la austera habitación, tomaba su violín y con un estilo extravagante,
incitador, desconcertante por la características de la ejecución, interpretaba
hasta sus mínimos detalles una fantástica pieza musical que hechizó a Tartini,
quien desde el sueño asistía embriagado de dicha al desarrollo del mágico
concierto. Tan pronto finalizó, el diablo sonrió retador para que despertara y
repitiera cuanto él había hecho.
Tartini despertó sobresaltado. Con
las notas de la sonata repercutiendo en su mente y su corazón, se precipitó hacia el violín,
dispuesto a no dejar perder la más pequeña nota de su luciferina experiencia.
Aunque reprodujo gran parte de la onírica vivencia, otro porcentaje fue
imposible traerlo hasta la vigilia creadora. Compuso allí, en el sacro ámbito
del monasterio, la Sonata del diablo o El trino del diablo, como se conoce en la actualidad. Obra de innovaciones
técnicas e inauditos recursos formales
marcando el principio de una época para el arte del violín. Los efectos
encerraban habilidades desconocidas por los violinistas de aquel tiempo (1713).
Así narró Tartini, al astrónomo
Lalande, su experiencia:
Una noche en 1713, soñé
que había hecho un pacto con el diablo, sometiéndolo a mi servicio. Mis deseos
eran satisfechos por tal criado a quien le di un violín para que interpretara
algunas bellas melodías. Mi asombro no tuvo límites al escucharle una sonata
singular y hermosa como jamás pudiera concebir. La ejecutó con superioridad e
inteligencia. Experimenté tanta sorpresa y arrobo, que perdí la respiración.
Esta sensación violenta me despertó. Tomé entonces mi violín con la esperanza
de reproducir cuanto escuché pero fue en vano. La pieza que produje es la mejor
que haya compuesto, pero es inferior a la soñada. Hubiese roto mi violín y
abandonado para siempre la música, si no me hubiera sido posible experimentar
los goces de que ella me procuraba.
Doscientos noventa y nueve años
después de compuesto El trino del diablo, afloran indescriptibles emociones en
quienes escuchamos tal pieza con ceremonial reverencia.
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