jueves, 17 de mayo de 2012

EL TRINO DEL DIABLO



Si usted es apático a las célicas sonoridades del violín, no lea esta anécdota sobre el extraño origen de una de las más famosas sonatas para dicho instrumento, el preferido del diablo según relatan los demonólogos. Su protagonista fue Giuseppe Tartini (1692 – 1770) músico en cuya vasta obra resaltan más de 150 conciertos para violín. Autor de varios tratados de música. Su perfecta afinación y la destreza de su arco, alcanzaron cimas de inconocible magistralidad. Una de sus particularidades, era la destreza con que hacía los trinos y los dobles trinos.

Su más famosa obra se llama El trino del diablo. Hoy por hoy, cuando se  endilgan a este los desvaríos que comete el hombre, tal composición adquiere contemporaneidad al reconocérsele al oscuro condenado algunas de sus virtudes estéticas, compartidas por él con determinados artistas a lo largo de la historia, como lo sucedido al aventuroso músico italiano. Le prevengo: no se deje incitar por esta glosa ni por afectos hacia las implicaciones sicológicas y órficas del violín. Evite escuchar el cautivante contenido de tal sonata porque puede despertarle fuerzas dormidas que tal vez l convenga dejarlas así. Por suerte, no le encontrará fácil aunque por ahí circule, perturbadora, plena de místicas evocaciones, entre lo mejor de la música clásica, rememorando epopeyas religiosas a los solitarios del espíritu.

Cuando tenía 21 años de edad, circunstancias amorosas obligaron a Tartini a huir de su hogar. Vestido de peregrino se dirigió hacia Roma. En el transcurso del viaje se alojó durante unas semanas en el monasterio de Francisco de Asís donde practicó austeridades con los monjes y mediante monacales rigores cristianos moderó su impetuoso carácter. Una noche, en la contemplativa paz de su celda, soñó que el diablo entraba a la austera habitación, tomaba su violín y con un estilo extravagante, incitador, desconcertante por la características de la ejecución, interpretaba hasta sus mínimos detalles una fantástica pieza musical que hechizó a Tartini, quien desde el sueño asistía embriagado de dicha al desarrollo del mágico concierto. Tan pronto finalizó, el diablo sonrió retador para que despertara y repitiera cuanto él había hecho.

Tartini despertó sobresaltado. Con las notas de la sonata repercutiendo en su mente y  su corazón, se precipitó hacia el violín, dispuesto a no dejar perder la más pequeña nota de su luciferina experiencia. Aunque reprodujo gran parte de la onírica vivencia, otro porcentaje fue imposible traerlo hasta la vigilia creadora. Compuso allí, en el sacro ámbito del monasterio, la Sonata del diablo o El trino del diablo, como se  conoce en la actualidad. Obra de innovaciones técnicas e inauditos recursos formales  marcando el principio de una época para el arte del violín. Los efectos encerraban habilidades desconocidas por los violinistas de aquel tiempo (1713).

Así narró Tartini, al astrónomo Lalande, su experiencia:

Una noche en 1713, soñé que había hecho un pacto con el diablo, sometiéndolo a mi servicio. Mis deseos eran satisfechos por tal criado a quien le di un violín para que interpretara algunas bellas melodías. Mi asombro no tuvo límites al escucharle una sonata singular y hermosa como jamás pudiera concebir. La ejecutó con superioridad e inteligencia. Experimenté tanta sorpresa y arrobo, que perdí la respiración. Esta sensación violenta me despertó. Tomé entonces mi violín con la esperanza de reproducir cuanto escuché pero fue en vano. La pieza que produje es la mejor que haya compuesto, pero es inferior a la soñada. Hubiese roto mi violín y abandonado para siempre la música, si no me hubiera sido posible experimentar los goces de que ella me procuraba.

Doscientos noventa y nueve años después de compuesto El trino del diablo, afloran indescriptibles emociones en quienes escuchamos tal pieza con ceremonial reverencia.


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