Aunque parezca egoísta, hay un motivo obligándome a no prestar a nadie la secreta música de la
intérprete y compositora Ayesha Radh. Ni a mis mejores amigos. Durante un
tiempo, fue necesario el silencio sobre su obra, su vida, su pensamiento
místico y su desconcertante discografía circulando solo entre determinadas
personas. Entre algunos grupos, desafortunadamente propietarios de los derechos
y hasta de las enseñanzas Nada-yoga de
la angelical cantante. Sendero que conduce del sonido audible al sonido
inaudible o más ultrasutil.
Ahora, algo es permitido escribir
para manifestar en público el asombro, puesto que la música de Ayesha está
entre lo milagroso que ha ocurrido en mi vida. Su conciencia órfico-espiritual
impregna las metáforas devocionales y mántricas de sus canciones,
transformándolas en técnicas de meditación poco usuales en oriente y occidente.
Ningún tipo de música que hasta la fecha he escuchado, se parece al Nada-yoga
de Ayesha.
Con ninguna he logrado experimentar
los momentos de lucidez y beatitud, la percepción alerta que con ella vivencio.
Dejo constancia: no soy su discípulo. No pertenezco a ninguna secta oriental ni
mucho menos tengo maestros de ningún tipo. En materia de búsquedas interiores,
soy un irredento lobo estepario. Ningún gurú está interesado en mí y yo no
soportaría a ninguno entrometiéndose en mi solitario sendero. Ni Ayesha, aunque
su adolescente hija perturbe mi poesía, mi sexo, mi filosofía...
Es heterogénea la música devocional
que poseo. De India. China. Tibet. Japón. Bhajans, mantras, ragas de múltiples
comunidades religiosas orientales. La música sufí de Alí Khan Nusrat Fateh. Los
ghazales de Nashenas. Los cantos místicos de Shahjahan. Música islámica del
ritual Zikr. La hechizante obra musical de Zul-Funun (Bada-i guya). Los cantos
devocionales de Krishna Das. Todos me acompañan de día o de noche. En momentos
de racional intelecto ocupando mi obra. O en momentos de vacío, donde el
escritor desaparece por completo.
Sin embargo, ¿cómo no asombrarme, a
partir del conocimiento de dicha música y sus funciones sicológicas y
emocionales, sus cualidades místicas y sus efectos fisiológicos, con la voz y las
composiciones musicales de Ayesha? ¿Cómo no asombrarse uno con las mágicas
tonalidades de instrumentos raizales de
India acompañándola, en particular con el embriagador e hipnotizante sonido de las tablas, el sitar y la tambura,
en insólitas combinaciones que no habíamos escuchado ni siquiera en Ravi
Shankar?
Luego de escucharla, no son los
mismos el sonido del viento ni el alma de la flauta. En ocasiones, se acompaña
con la voz de su hija. La mirada de su hija. El movimiento de manos y brazos y
vientre de su hija... Los gestos lúbricos de la boca de su hija, Aishwarya
Devdas, iguales que cuando en la soledad de una finca quindiana, me ruega
incitante y voluptuosa que continúe leyéndole y releyéndole varias rubaiyyat de
Omar Jayyam.
Ayesha es el viento suave o
tempestuoso de la música. Y es la música del viento de las montañas del Quindío
o del Himalaya, cuando esta cantante decide revelar los secretos propios del
Nada-yoga, ese tántrico y sacro conocimiento ancestral con elementos
incorporados del mantra-yoga y del kundalini-yoga. ¿Cómo no asombrarse uno con
su magistralidad interpretativa, si luego de escucharla no son los mismos los
sonidos de la lluvia, ni el murmullo del río, ni el llanto del niño campesino
en horas de la noche? Es la lluvia haciendo música con la lluvia que no alcanzó a caer. Es la música haciendo
lluvia con la música que Ayesha y su
hija no alcanzaron a interpretar.
Al escuchar a Ayesha, practicante de
Nada-yoga, otras son la neblina de Salento o de Génova, otras las cigarras y los
amaneceres cuando viajo hacia Barcelona, mi sitio de trabajo.. Otros son los
salmos de las hojas desprendiéndose de los árboles. Otro es el concierto del
tulipán africano que encuentro por las veredas de Calarcá y con cuyas flores
adorné la cabellera larga de Aishwarya.
No vuelven a ser los mismos Bach,
Mozart o Vivaldi. Tampoco vuelve a ser el mismo Paganini, cuando escucho la
sublime voz de la nad yogini Ayesha Radh. Si algunas de las múltiples técnicas
de meditación que me han otorgado tienen validez en la medida que las practico,
la relacionada con la música de Ayesha y el ritual de Maithuna con su hija, sin
ninguna duda, ha sido la más efectiva en
mis búsquedas y realizaciones.
Cuanto es melodioso en la naturaleza,
tras escuchar cualquiera de las composiciones de Ayesha, adquiere ritmos que no
habíamos escuchado, cual si de la escala conocida surgieran otras, de carácter
intramolecular. Con Radh no sucede lo afirmado por Gandhi: "La música de
la vida corre el riesgo de perderse en la música de la voz". En esta, la música de la vida se encuentra
en su voz. Es su voz. Su música es de
vibraciones en espacios donde solo debía existir el silencio, la respiración de
Dios o el vuelo del pequeño insecto multicolor.
¿Cuáles metáforas emplear para dar
una mínima idea del efecto de su música? Ella es el suspiro de los quartz. Es
la oración de los leptones. Es la luz declarándole su amor a la especie humana
mediante ecuaciones religiosas. Es un computador de décima generación
canalizando los cantos de Orfeo. Ayesha...¡eres un coro de ruiseñores
vocalizando cantos gregorianos! Hari Om. Hari Om. Hari Om.
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