jueves, 17 de mayo de 2012

LA MÚSICA DE AYESHA RADH






Aunque parezca egoísta, hay un motivo obligándome  a no prestar a nadie la secreta música de la intérprete y compositora Ayesha Radh. Ni a mis mejores amigos. Durante un tiempo, fue necesario el silencio sobre su obra, su vida, su pensamiento místico y su desconcertante discografía circulando solo entre determinadas personas. Entre algunos grupos, desafortunadamente propietarios de los derechos y hasta de las enseñanzas Nada-yoga de  la angelical cantante. Sendero que conduce del sonido audible al sonido inaudible o más ultrasutil.  

Ahora, algo es permitido escribir para manifestar en público el asombro, puesto que la música de Ayesha está entre lo milagroso que ha ocurrido en mi vida. Su conciencia órfico-espiritual impregna las metáforas devocionales y mántricas de sus canciones, transformándolas en técnicas de meditación poco usuales en oriente y occidente. Ningún tipo de música que hasta la fecha he escuchado, se parece al Nada-yoga de Ayesha.

Con ninguna he logrado experimentar los momentos de lucidez y beatitud, la percepción alerta que con ella vivencio. Dejo constancia: no soy su discípulo. No pertenezco a ninguna secta oriental ni mucho menos tengo maestros de ningún tipo. En materia de búsquedas interiores, soy un irredento lobo estepario. Ningún gurú está interesado en mí y yo no soportaría a ninguno entrometiéndose en mi solitario sendero. Ni Ayesha, aunque su adolescente hija perturbe mi poesía, mi sexo, mi filosofía...

Es heterogénea la música devocional que poseo. De India. China. Tibet. Japón. Bhajans, mantras, ragas de múltiples comunidades religiosas orientales. La música sufí de Alí Khan Nusrat Fateh. Los ghazales de Nashenas. Los cantos místicos de Shahjahan. Música islámica del ritual Zikr. La hechizante obra musical de Zul-Funun (Bada-i guya). Los cantos devocionales de Krishna Das. Todos me acompañan de día o de noche. En momentos de racional intelecto ocupando mi obra. O en momentos de vacío, donde el escritor desaparece por completo.

Sin embargo, ¿cómo no asombrarme, a partir del conocimiento de dicha música y sus funciones sicológicas y emocionales, sus cualidades místicas y sus efectos fisiológicos, con la voz y las composiciones musicales de Ayesha? ¿Cómo no asombrarse uno con las mágicas tonalidades  de instrumentos raizales de India acompañándola, en particular con el embriagador e hipnotizante  sonido de las tablas, el sitar y la tambura, en insólitas combinaciones que no habíamos escuchado ni siquiera en Ravi Shankar?

Luego de escucharla, no son los mismos el sonido del viento ni el alma de la flauta. En ocasiones, se acompaña con la voz de su hija. La mirada de su hija. El movimiento de manos y brazos y vientre de su hija... Los gestos lúbricos de la boca de su hija, Aishwarya Devdas, iguales que cuando en la soledad de una finca quindiana, me ruega incitante y voluptuosa que continúe leyéndole y releyéndole varias rubaiyyat de Omar Jayyam.

Ayesha es el viento suave o tempestuoso de la música. Y es la música del viento de las montañas del Quindío o del Himalaya, cuando esta cantante decide revelar los secretos propios del Nada-yoga, ese tántrico y sacro conocimiento ancestral con elementos incorporados del mantra-yoga y del kundalini-yoga. ¿Cómo no asombrarse uno con su magistralidad interpretativa, si luego de escucharla no son los mismos los sonidos de la lluvia, ni el murmullo del río, ni el llanto del niño campesino en horas de la noche? Es la lluvia haciendo música con la lluvia  que no alcanzó a caer. Es la música haciendo lluvia con la música que  Ayesha y su hija no alcanzaron a interpretar.

Al escuchar a Ayesha, practicante de Nada-yoga, otras son la neblina de Salento o de Génova, otras las cigarras y los amaneceres cuando viajo hacia Barcelona, mi sitio de trabajo.. Otros son los salmos de las hojas desprendiéndose de los árboles. Otro es el concierto del tulipán africano que encuentro por las veredas de Calarcá y con cuyas flores adorné la cabellera larga de Aishwarya.

No vuelven a ser los mismos Bach, Mozart o Vivaldi. Tampoco vuelve a ser el mismo Paganini, cuando escucho la sublime voz de la nad yogini Ayesha Radh. Si algunas de las múltiples técnicas de meditación que me han otorgado tienen validez en la medida que las practico, la relacionada con la música de Ayesha y el ritual de Maithuna con su hija, sin ninguna duda,  ha sido la más efectiva en mis búsquedas y realizaciones.

Cuanto es melodioso en la naturaleza, tras escuchar cualquiera de las composiciones de Ayesha, adquiere ritmos que no habíamos escuchado, cual si de la escala conocida surgieran otras, de carácter intramolecular. Con Radh no sucede lo afirmado por Gandhi: "La música de la vida corre el riesgo de perderse en la música de la voz".  En esta, la música de la vida se encuentra en  su voz. Es su voz. Su música es de vibraciones en espacios donde solo debía existir el silencio, la respiración de Dios o el vuelo del pequeño insecto multicolor.

¿Cuáles metáforas emplear para dar una mínima idea del efecto de su música? Ella es el suspiro de los quartz. Es la oración de los leptones. Es la luz declarándole su amor a la especie humana mediante ecuaciones religiosas. Es un computador de décima generación canalizando los cantos de Orfeo. Ayesha...¡eres un coro de ruiseñores vocalizando cantos gregorianos! Hari Om. Hari Om. Hari Om.



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