sábado, 27 de diciembre de 2014

Umberto Senegal




EL   AMIGO












No recuerdo por dónde llegó. Creo que fue por el techo. Tal vez se deslizó por el grifo, un día que lo dejé abierto hasta la madrugada. Desde cuando comenzó a pasearse por la casa, mi gato y mi perro prefieren evitarlo. No lo eché porque me pareció indefenso a pesar de su largo pico, sus garras marrón y su mirada de niño ofendido.



No recuerdo por qué vendí primero al perro y después al gato. Tal vez ni los haya vendido. Tampoco recuerdo qué se hizo la abuela. Parecía indiferente a la presencia del huésped, pero cuando este se adueñó de su silla ella se encerró en su habitación y no volvió a salir. O perdí a mi abuela cuando yo tenía cinco años, no sé. El gato y el perro debí regalárselos a alguien para no disgustarlo a él, aunque tampoco estoy seguro de haber tenido perro, gato y abuela.



Los primeros días o os primeros meses, no lo sé con seguridad, evitaba dejarse ver de quienes me visitaban. Los miraba por rendijas de las puertas, imitando la voz de la abuela se quejaba e insultaba para hacerlos despedirse antes de tiempo. Pensé que se ocultaba por timidez.  Me acostumbré a su presencia. Aunque no es grato a la vista, me acostumbré a verlo todo el día sentado en la silla, siguiendo con sus ojos mi ajetreo por la habitación.



Tal vez algún día lo acaricié sin darme cuenta, como acariciaba no sé si al perro, al gato o a mi probable hijo. Tal vez sea cierto, a él le gustaban los juguetes pero cuando escucha la voz de un niño lanza desesperados chillidos y desgarra las cortinas. Por eso creo que en esta casa nunca hubo niños.










Nos hicimos amigos y aprendimos a soportarnos, a compartir los mismos rincones de la casa, a gritar por turno, a desollar ratones y a escuchar los conciertos de Paganini sin derramar lágrimas. No recuerdo por qué nunca le vi comer. Tal vez imaginé que debía comer en otro lugar o que no comía. Mantenía siempre en la silla de la abuela. Es posible que mientras yo dormía, saliera por donde llegó a buscar su alimento o en otro sitio.







No recuerdo por qué le invite un día a la mesa. Tal vez fueron las primeras o las últimas palabras que cruzamos. Le dije: “Venga”. Dio varios saltos y se montó en la lámpara. Pensé: “Le fastidia la luz eléctrica y sin embargo se columpia en la lámpara. Quiere enojarme”. Pensé eso porque como se amañaba donde había alguna encendida alguna vela, me extrañó su comportamiento. No quiso comer carne aunque le gusta olerla. Tampoco le agradan los vegetales.







Ignoro si cuando llegó era gordo o flaco. Al caminar por el piso da la impresión de ser un poco pesado. Pero, ¿qué puedo afirmar respecto a peso, si cuando se adhiere a la pared o al cielorraso parece tener la fragilidad de una mariposa? Ensayé todo tipo de alimentos para aves, peces, niños, para ancianos y pesadillas sin éxito alguno. Lo del alimento para peces lo ensayé luego de  espiarlo cuando se sumergió en el tanque y se quedó allí varios días, durmiendo en el fondo. Fue la única oportunidad que tuve para retardarme en el bar de la esquina. Pensé: “desgarraría las cortinas si supiera que estoy escuchando música de Willie Colón”. Al llegar abrí la llave del agua a propósito y se despertó. Mirándome desde el fondo, saltó salpicándome de agua la ropa y brincando hasta la mesa de planchar se quedó allí mirándome burlón. Después… no sé qué ha sucedido después.




Tan confuso todo. Cada vez parece saber más sobre mí; y yo, menos sobre él y sobre mí. Lo  único que con certeza averigüé es que se alimenta de mi memoria. No recuerdo quién me lo dijo. Pudo haber sido una indiscreción suya. Eso creo, mas no estoy seguro. Desde ayer o desde el año pasado, no lo sé con seguridad, duerme enrollado sobre mis piernas.  Los dos ocupamos la silla de la abuela y de vez en cuando ladramos para recordar al perro.


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