OCURREN MARIPOSAS DEL CINABRIO
Umberto Senegal
Domingo por la mañana. Ocurre
algo como esto: el húmedo azul de las colinas, hace más benévolo el ardor del
matutino sol, intensificando el silencio del campo. Camino solo, por senderos del
Cinabrio, vereda de Pijao, población quindiana del sosiego. Primer pueblo latinoamericano
afiliado a la red mundial de ciudades sin prisa. ¿Dije solo? Desde su libro Vida de poeta, me acompaña Robert Walser:
“¿Le parecen sospechosos el placer de
viajar a pie y algo tan bellamente unido a él como es el amor a la naturaleza?”.
Desinvolucrado de los torcijones políticos que abruman mi departamento; sintiendo
más allá de las palabras la magnificencia del paisaje; abrigado por la luz del
amanecer; con los tornasoles cordilleranos transfigurándose en verdes veroneses
o jades y verdes chartreuse y esmeraldas, fenómeno visual de nuestras montañas,
el prodigio con las mariposas del Cinabrio puede sucederme en cualquier vereda quindiana.
Irrumpe una mariposa amarilla, con manchas azules. No sabes de dónde salió ni cómo
te encontró. Comienza a seguirte. Vuela a tu lado haciendo círculos alrededor
de ti. Caminas como si no la hubieras visto, atento a su rutilante aspecto. Te
desentiendes de ella, no por displicencia,
sino para evitar ahuyentarla. Para que siga contigo. Y ocurre algo como esto:
metros más adelante, surgen cuatro mariposas de idéntica variedad, menores y mayores. No imaginas de dónde pueden venir. Germinan
del aire. O de la luz. O de la fragancia de los naranjos cercanos. Como orientándote
hacia un sitio específico. Ocurre algo como esto: tales danzarinas etéreas que
vienen contigo desde un kilómetro atrás, sin apartarse, son un milagro del
paisaje en Pijao. Ya no puedes pensar en coincidencias. Danzan para mí. Me
ofrecen su presencia. Por escéptico que seas, no puedes negarlo. Y ocurre algo como esto: tu júbilo, sus
colores y su vuelo. Perciben que caminas sin prisa. Te detienes. Susurras algo
a las mariposas. Hay que hablarles. Entonarles un prolongado sonido silábico. Expresarle
al paisaje de Pijao tu admiración, porque es un acto chamánico que te concede
el camino de la solitaria vereda. Cinco mariposas que no se desvían con las
corrientes de aire a tramos. Ocurre algo como esto: las mariposas, luego de acompañarme
durante veintitrés minutos y escuchar mi voz, se alejan, volando juntas en la
misma dirección. Mis mariposas del Cinabrio. Nabokov hubiese atrapado alguna,
para darle su nombre como lo hizo con otra. El lenguaje y las palabras aladas
del paisaje en Pijao, a quienes lleguen sin prisa, les revelarán secretos del
paisaje. Ocurre algo como esto: desde un potrero cercano, un campesino levanta
el brazo y me saluda en silencio. Le hubiera llamado Basho. Thoreau.
Krishnamurti. Francisco de Asís. Walser. Pero solo musito: “¡Nooteboom! ¿Nooteboom?”.
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