EL ABRIGO
La
primera semana el personal de la oficina fue incapaz de reprimir comentarios acerca
de su abrigo. Había cumplido la solicitud para cubrir esa vacante. No encontró
motivos para convertirse en el centro de atracción de los empleados, del
gerente y cuantos allí llegaban. “Es un regalo de mi hermana, lo heredé con la
promesa de no arrancarle los botones de madera”, murmuraba aunque ninguno
prestara atención a sus balbuceos y a sabiendas de nunca haber tenido una
hermana.
Un
mes más tarde, su abrigo no atraía el interés de nadie. Descansó de las miradas
interrogantes y las bocas burlonas. En su apartamento el ritual de la comida se
acentuaba cada día, al llegar a la alcoba se despojaba del abrigo extendiéndolo
sobre una cuerda de cabuya para no mancharlo. Apagaba la luz y sentándose en el
suelo esperaba en silencio. Una, dos horas a lo sumo. Con un poco de compasión
por su apetito, hermanados en la soledad no era necesario aguzar el oído para
escucharla salir del sifón. Mientras la rata olisqueaba nerviosa, el
desabotonaba su camisa.
Alguna
vez imaginó ser él quien salía de la alcantarilla y la rata quien esperaba allí
sentada, con el abrigo chorreando agua, ansiosa por contarle que la señorita
Virgelina, de contabilidad, se esforzaba menos cada día por ocultar su
embarazo. Daba vueltas en torno suyo, subiendo siempre por la pierna derecha.
Roía en diferentes partes del cuerpo. No la veía. Le bastaba saber que era el
ser más allegado a él. Los primeros días, luego de vencer la repugnancia y el
temor, pensó que podría enamorarse de ella pero rechazó tal fantasía seguro de
que tan pronto le pagaran su primer su primer salario, abandonaría esa
miserable buahardilla. En otra ocasión, para que los escuchara hablar se detuvo
un instante tras la puerta de su cuarto, cuando la escuchó salir del sifón dijo
casi gritando: “¡Eres tú, mamá! ¿Mamá, eres tú? Estoy feliz con tu visita y si
te quedas me atreveré a llegar mañana cinco minutos tarde al trabajo”.
Por
su peso sobre el hombro y por la lentitud con que roía el lóbulo de la oreja
izquierda, dedujo que había engordado. Cada vez se llevaba una porción mayor de
su cuerpo. Nadie lo advertía en la oficina. Por eso resolvió asistir al trabajo
sin el abrigo, atento a las menores reacciones de sus compañeros. Tal vez
alguien viera las dentelladas y preguntara por cortesía, respecto a los poco
que restaba de su cuerpo. Su amigo, el poeta José Corrales, le envió de Nueva
York la antología de poetas cubanos que Felipe Lázaro cumplió para la Editorial
Betania, de Madrid. Allí encontró el retrato de su compañera, escrito por Jorge
Valls. Lo escribió con su letra menuda y lo llevó a la oficina, esperanzado en
que al leerlo alguno de los empleados opinara algo que le permitiera descubrir
algún indicio.
Venía del estiércol
trepando por un chorro de orina;
su cara tersa y mojada,
sus ojos aterradamente viles.
Vino del caño de la letrina;
corría endiabladamente de las muertes
que habitaban el palo y las entrañas.
Una salpicadura miserable
me ofendía las piernas.
Luego un susto me contrajo la carne.
Saltó y huyó, la cola larga y calva, el
bigote asqueroso,
mucilaginoso,
Yo no quise matarla porque estaba viva,
y era mi hermana,
lo que más se me parece,
mi hermana la rata,
que se perdió de un brinco
en el vientre abierto de la cloaca.
Ninguno
notó la falta de su abrigo. Y aunque leyeron el poema, aparentaron
indiferencia. Simularon no comprender nada. Aquella mañana…todos llegaron
cubiertos con amplios y gruesos abrigos semejantes al del hombre. Llovía desde
la madrugada.
Comprendió
por qué en esa sección solicitaban con frecuencia nuevo personal. Por la noche
llegó a su habitación más temprano que de costumbre. Nervioso por el trabajo
inconcluso en la oficina se acostó junto al sifón, pensando en el día siguiente
cuando no llegara a ocupar su lugar frente a los demás empleados recordando el
aviso a la entrada, al cual nunca prestó atención y que ahora se llenaba de
significados al sentir el bigote mucilaginoso por su cuello, y el fétido
aliento causándole náuseas al
confundirse con el suyo: “Se necesita empleado con abrigo”.
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