domingo, 5 de agosto de 2012

UN PIONERO DEL MINICUENTO LATINOAMERICANO



 


La Perorata y otras historias (Medellín, 1967) del escritor calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez, fue el primer libro de minificciones publicado en Colombia.

Uno de los primeros en Latinoamérica también, con amplia y cíclica serie de minicuentos demarcando la base del texto no superior a la página o con menor extensión que esta. Sin rodeos, lo enunciaría décadas más tarde el teórico mejicano Lauro Zavala: “Minificción es la narrativa que cabe en el espacio de una página”. Dividido en siete secciones: Primeras historias, Los hombres, Los animales, Horizontes, Charadas, Los órganos y Otras historias, reúne cuentos integrados de concisa unidad estructural o ciclon cuentístico, según lo denomina Forrest Ingram. O secuencia cuentística, como define a este tipo de estructura Gerald Kennedy. Su único antecedente fue el libro de otro calarqueño, Luis Vidales, quien bajo el nombre de Estampillas incluyó en su libro de poesía Suenan timbres (Bogotá, 1926) 20 minificciones. Con La Perorata y otras historias, de manera palmaria Lopera Gutiérrez se erige como el más representativo pionero de la minificción colombiana, al publicar una obra consagrada en alto porcentaje a dicho género con 52 cuentos, de los cuales cuatro exceden la anotada longitud propia de la minificción. En esta reedición, primera que se hace 43 años después de ser impresa por Ediciones Papel sobrante, de Medellín, Colombia, bajo la dirección de John Álvarez García y con un consejo editorial encabezado por los escritores antioqueños Manuel Mejía Vallejo y Darío Ruiz Gómez se excluyen, con autorización del autor, diez cuentos por razones de adaptamiento formal y de paginaje a las exigencias editoriales de Cuadernos Negros.

Esta premeditada mutilación, que no afecta la intención narrativa original, reitera la idea del ciclo cuentístico minificcional planteado por Forrest y que, aplicado a los minicuentos de Lopera, muestra su importancia histórico-literaria. Los textos de La Perorata poseen diversos elementos característicos del minicuento tradicional, su estructura lógica y secuencial rematando en final sorpresivo. En ellos se encuentran la anécdota resumida al máximo, su directo carácter narrativo, prosa sencilla y precisa, lo humorístico próximo a la sátira, el bestiario, las relaciones intertextuales y el poético efecto de la instantaneidad comprimida en un suceso cualquiera.

Este libro del escritor quindiano fue una singularidad cuentística en la época donde no existían referentes teóricos que contribuyeran a darle claridad a un narrador sobre las técnicas y modos de construcción de tan refinadas piezas narrativas. Lopera Gutiérrez debe ubicarse en la historia del microrrelato latinoamericano junto con autores representativos de la llamada por Violeta Rojo, segunda generación de minicuentistas, que incluye escritores para quienes tal forma narrativa era una opción individual, y que partiendo de los años 30 llega hasta los 70 con autores destacados como Julio Torri, Borges, Monterroso, Arreola, Denevi, Cortázar, Cabrera Infante y Anderson Imbert.

Para cuantos en su época pudieron acceder a los minicuentos de Enrique Anderson Imbert, por ejemplo a los Casos, de El Grimorio (1961) pero en particular las fantásticas minificciones de su hermoso libro El gato de Cheshaire (1965), este fue uno de los paradigmas literarios para introducirse en la escritura de tal forma narrativa. Leyéndolo, cualquier lector apasionado deducía qué era un minicuento, de dónde partía y hasta dónde llegaba, qué decía y cómo lo expresaba. Bastaba dejarse permear por la sutileza de sus imágenes, por la encantadora irracionalidad de los eventos o por su caudalosa intertextualidad, para intuir, descubrir y aprehender la esencia de los componentes formales del minicuento. Lopera escribió sus minificciones entre 1965 y 1966 publicándolas en Medellín el 14 de febrero de 1967. Anterior a su libro, por esta década sólo estaban Jorge Luis Borges con El Hacedor (1960); Julio Cortázar, con Historias de Cronopios y de Famas (1962). Marco Denevi, con Falsificaciones (1966); Arreola, y su Confabulario total (1962); analizando tal panorama bibliográfico se valora la trascendente propuesta narrativa de Jaime Lopera por aquellos años, ignorada por todos los historiadores del minicuento en Latinoamérica y que pasó inadvertida hasta para la crítica colombiana. Con esta reedición, se pretende llenar dicho vacío, soldando tal eslabón del microrrelato colombiano a la cadena de la minificción hispanoamericana.

Dentro de la bibliografía del minicuento latinoamericano -lo enfatizo- donde por desconocimiento craso del libro de Lopera Gutiérrez no existe la menor referencia al mismo, esta obra suya sobresale como uno de los primeros volúmenes no ocasionales, no combinados. Y que se dedica exclusivamente a presentar minificciones sin mezcla de otros textos. Posee múltiples elementos característicos del género cuando apenas germinaba.

Sin proponérselo, Jaime con sus minificciones, varios de ellas de 4,5,6,7 y 8 renglones (en la primera edición) se anticipa a sustanciales formulaciones teóricas sobre forma y contenido, respecto a categorías que del minicuento se expondrían más adelante, al escribir un coherente, sólido y bien hilvanado y estructurado conjunto de microrrelatos llenos de modernidad en su estructura y en cada uno de sus componentes, saliéndose de parámetros del cuento que por los años se escribía en Colombia e Hispanoamérica. Algo es archiconocido: no era valorado el escritor de minificciones y sus textos nada significaban para los críticos o historiadores del cuento. Tímidas y discretas viñetas con las cuales se buscaba resaltar o complementar otros textos.

Aunque efectivas y orientadoras, no fueron muchas las influencias literarias que a Lopera le indujeron a privilegiar un molde narrativo nada común entre los cuentistas jóvenes que daban a conocer sus trabajos por aquel lapso. “Este libro nació como fruto de una soledad”, señala Lopera al mencionar su obra. Y agrega: “La Perorata fue mi primer contacto con la literatura escrita y el género del cuento”. Del minicuento, porque sin tener conciencia de las proporciones de su trabajo, preparaba los cimientos de la minificción colombiana y con su libro entraba a conformar ese menguado pero representativo conjunto de obras que, finalizando los años 60, marcaría un hito en la historia del minicuento hispanoamericano, a las cuales me referí atrás. Confiesa Jaime en carta enviada a la editora de Cuadernos Negros, Leidy Bibiana Bernal: “Dado que ya conocía los cuentos de Borges, de Cortázar, de Max Aub, de Arreola y de Monterroso, amén de Enrique Anderson Imbert y Fausto Masó, se me ocurre que con ellos se forjaron las huellas de mi estilo”. No era mucho el material literario que podían confrontar los escritores de minicuento por los años 60, ni de fácil consecución los títulos que en diferentes naciones se publicaban.

Tal vez por esta razón La Perorata pasó inadvertida. Sin embargo, es el tiempo propicio para rescatarla y darle sitio privilegiado en la historia de la minificción hispanoamericana. Podemos concluir con estas palabras del veterano teórico David Lagmanovich, profesor y periodista argentino, quien puntualiza en la nota preliminar de su libro El microrrelato hispanoamericano (Bogotá, 2007): “Pero llegó el momento –no podía ser de otra manera- en que editores y críticos comenzaron a reconocer la realidad que habían ignorado: la de una clase de textos brevísimos que, si por un lado no caben en las categorías literarias tradicionales, por el otro gozan cada vez de más lectores y parecen anunciar o afirmar los rasgos centrales de la modernidad”. Este es otro de los aportes del Centro de Investigación y Difusión del Minicuento, Lauro Zavala, al VI Congreso Internacional de Minificción que se realizará en Bogotá el próximo mes de octubre.





2 comentarios:

  1. Excelente comentario al libro de Lopera. Tampoco yo sabía. Es un aporte muy valioso para la historia de la minificción y del minicuento en Colombia.
    Un saludo, Umberto.

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  2. Un abrazo, apreciada y admirada Nana.

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