miércoles, 8 de agosto de 2012

ENTREVISTA PÓSTUMA CON JACQUES DERRIDA




                                          
 Umberto Senegal: Señor Derrida, tengo una confusión entre las palabras pensar y pesar, tal vez usted quiera…

Jacques Derrida:  “Ciertamente, para reconocerle una carga cuyo alcance intentaré pesar dentro de un momento, para sopesar entonces su gravedad, para aguantarla, cuando no para pensarla. ¿A qué se llama “pesar”? ¿A un pesaje? Tanto en latín como en francés, pensar es también pesar, compensar, contrabalancear, comparar, examinar. Para esto, para pensar y pesar, es preciso pues llevar (tragen, quizá), llevar en sí y llevar sobre sí. Suponiendo que pudiéramos apostarlo todo a la etimología  -cosa que yo no haría nunca-, está claro que no tenemos en francés la suerte de esa proximidad entre Denken  (pensar) y Danken (agradecer). Nos cuesta traducir preguntas como las que hace Heidegger en Was heisst Denken. Sin embargo, aunque no tengamos la suerte de esa colusión o ese juego entre pensamiento y gratitud, y aunque el intercambio del agradecimiento corra siempre el riesgo de ser una compensación, en nuestras lenguas latinas tenemos esa amistad entre pensar y pesar (pensare), entre el pensamiento y la gravedad. Entre el pensamiento y el llevar sobre sí”.

Umberto Senegal: Muy bien, me queda claro. No había caído en la cuenta de cuanto usted me especifica. Esa sutil diferencia entre el Denken y el Danken heideggerianos. Por un lado,  lo entiendo, pero por otro lado…

Jacques Derrida: Amigo Senegal, “no desplegaré aquí –no dispondré de tiempo para ello y he intentado ya hacerlo en otro lugar- protocolos de naturaleza teórica o metodológica. No diré nada en forma directa de la frontera infranqueable –aunque siempre abusivamente franqueada- entre, por un lado, indispensables enfoques formarles pero así mismo temáticos, multitemáticos, atentos, como tiene que estarlo toda hermenéutica, a los pliegues explícitos e implícitos del sentido, a los equívocos, a las sobredeterminaciones, a la retórica, al querer decir intencional del autor, a todos los recursos idiomáticos del poeta y de la lengua, etc, y, por otro lado, una lectura-escritura diseminal que, esforzándose por tomar en cuenta todo eso y dar cuenta de ello, respetar su necesidad, se dirige también hacia un resto o un excedente irreductible. El exceso de ese resto se sustrae a cualquier reunión en una hermenéutica. Vuelve necesaria esta hermenéutica, la vuelve también posible, entre otras cosas, la huella de la obra poética, su abandono o su supervivencia más allá de tal o cual firmante o de cualquier lector determinado Sin ese resto ni siquiera existiría el Anspruch, la conminación, el reclamo ni la provocación que canta o hace cantar en todo poema”.

Umberto Senegal: Tal excedente irreductible de naturales características hermenéuticas, me induce a pensar en su relación con el acontecimiento. Y vuelvo a pensar en Heidegger…

Jacques Derrida: No se equivoca en su relación, apreciado poeta. “Curiosamente, en la medida al menos en que el pensamiento de la Ereignis en Heidegger no estaría tornado solamente hacia la apropiación de lo propio (eigen) sino también hacia una cierta expropiación que el mismo Heidegger nombra (Enteignis). La prueba a que nos somete el acontecimiento, aquello que en la prueba a la vez se abre y resiste a la experiencia, es, me parece, cierta inapropiabilidad de lo que sucede. El acontecimiento es lo que sucede y al suceder llega a sorprenderme, a sorprender y a suspender la comprensión: el acontecimiento es ante todo lo que yo no comprendo. O mejor: el acontecimiento es ante todo que yo no comprenda, el hecho de que yo no comprenda: mi incomprensión. Este es el límite, a la vez externo e interno, sobre el que quisiera insistir aquí: aunque la experiencia de un acontecimiento, el modo bajo el cual nos afecta, precisa un movimiento de apropiación (comprensión, reconocimiento, identificación, descripción, determinación, interpretación a partir de un horizonte de anticipación, saber, denominación, etc.), aunque este movimiento de apropiación sea irreductible e inevitable, solo hay acontecimiento digno de este nombre en donde esta apropiación fracasa en una de las fronteras. Pero en una frontera sin frente ni confrontación, una frontera contra la cual la incomprensión no choca de frente, pues ella no tiene la forma de un frente sólido: ella se escapa, permanece evasiva, abierta, indecisa, indeterminable. De ahí la inapropiabilidad, la imprevisibilidad, la sorpresa absoluta, la incomprensión, el riesgo de engañarse, la novedad inanticipable, la singularidad pura, la ausencia de horizonte”.

Umberto Senegal: Lo comprendo cabalmente, señor Derrida, no se me escapa nada de cuanto me explica ni intento apropiármelo. Aunque, al escucharlo, no sé si corro el riesgo de engañarme. Sus razones calan hondo, son fuertes, provienen de un pensamiento vigoroso…

Jacques Derrida: “Esta doble cuestión (a la vez semántica e histórica, por turno semántica e histórica) habrá dado cuenta de mí; y habré tenido que ceder tanto ante su fuerza como ante su derecho. Su razón, la razón del más fuerte, habrá sido la de la mayor fuerza. Como acabo de decir “a la vez semántica e histórica, por turno semántica e histórica”, diciendo así por turno “a la vez” y “por turno”, inscribo aquí, nada más empezar y de una vez por todas, un protocolo que debería velar sobre todo lo que viene a continuación. Cada vez que diga “vez”, “a la vez”, “una que otra vez”, “dos veces”, “cada vez”, “toda vez que”, “de vez en cuando”, “algunas veces”, “otra vez”, “en vez de”, hay implícita una referencia al turno y al retorno. Y esto no se debe solamente a la etimología latina de la palabra “vez”, es decir, esa extraña palabra vicis que no tiene nominativo, solamente genitivo, acusativo, vicem, y ablativo, vice, cada vez para significar el turno, la sucesión, la alternancia o la alternativa (esto rota invirtiéndose, por turno, alternativamente o viceversa, como en viceversa o en “círculo vicioso”).

Umberto Senegal: Ya lo veo. Cada vez que lo escucho, bien por el lado semántico o el histórico, mis pensamientos se ordenan, hay claridad no solo desde cuanto me explica sino en mi íntima asimilación de sus ideas, señor Derrida. Lo entiendo como la posibilidad de la comprensión, en este caso, dialogando con usted, mi particular posibilidad del menos fuerte, no im-posible…

Jacques Derrida: “Le contrapondré, en primer lugar todas las figuras de lo que sitúo bajo el epígrafe de lo im-posible, de lo que debe seguir siendo (de una forma no negativa) ajeno al orden de mi posibles, al orden del “yo puedo”, de la ipseidad, de lo teórico, de lo descriptivo, de lo constatativo y de lo performativo ( en la medida en que este último implica todavía un poder del “yo” garantizado por unas convenciones que neutralizan la acontecibilidad pura del acontecimiento: y la acontecibilidad del por-venir excede también esta esfera de lo performativo). Aquí se trata, al igual que en la venida de cualquier acontecimiento digno de ese nombre, de una venida imprevisible de lo otro, de una heteronomía, de la ley que viene del otro, de la responsabilidad y de la decisión del otro –del otro dentro de mí más grande y más antiguo que yo”.

Umberto Senegal: Sí, no hay la menor duda de esto. Por ejemplo, la acontecibilidad de este diálogo que ocurre gracias a mi decisión por escucharle, por buscar luces en sus libros capaces de alumbrar al individuo en una época de oscuridades semánticas, lingüísticas y filosóficas donde vida y muerte se nos confunden como ideas o realidad, ¿no cree, señor Derrida? Hay un orden visible…

Jacques Derrida: “Tratándose del orden”, amigo Senegal, “es decir de la subordinación de las cuestiones, de lo que es previo y está preordenado (vorgeordnet) o, por el contrario, de lo que es ulterior y está subordinado (nachgeordnet), Heidegger multiplica las proposiciones programáticas. Estas parecen firmes. Los saberes ónticos (antropológicos o biológicos) ponen en marcha ingenuamente unos presupuestos conceptuales (Vorbegriffe) más o menos claros sobre la vida y sobre la muerte. Requieren, pues, un esbozo preparatorio, una nueva Vorzeichnung a partir de una ontología del Dasein, a su vez preliminar, “preordenada”, previa  a una ontología de la vida. “Dentro de una ontología del Dasein preordenada a una ontología de la vida (Innherhalbder einer Ontologie des lebens vorgeordneten Ontologie des Daseis [Heidegger subraya preordenada: la ontología del Dasein es previa, lógicamente y de derecho, a una ontología de la vida]), la analítica existencial de la muerte está a su vez subordinada (nachgeordnet) a una característica de la constitución fundamental (Grundverfassun) del Dasein”. Dicha característica, a saber, la analítica existencial del Dasein, es, por consiguiente, absolutamente prioritaria; después se viene a subordinar a ella una analítica existencial de la muerte que también forma parte de esta ontología del Dasein. Esta última está, a su vez, presupuesta por una ontología de la vida a la que, por lo tanto, precede de derecho”.
Umberto Senegal: Me lo imaginaba, señor Derrida. ¡Exacto como lo deduje cuando falleció mi abuela! La pobre vieja era muy ignorante y en lugar de solicitar aclaraciones sobre las implicaciones existenciales del Dasein, rogó que le rezaran  un rosario.  Fue mi madre quien lo hizo. Yo salí de la habitación a leer a Heidegger para estar más tranquilo. La escuché toser cuando cerré la puerta y me fui. ¿Su abuela, o su madre, señor Derrida, tosían?

Bibliografía:

Derrida, Jacques: Aporías. Paidos, Barcelona, 1988.
Carneros. Amorrortu editores . Buenos Aires, 2009.
Canallas. Editorial Trotta, Madrid, 2005Aprender por fin a vivir. Amorrortu editores. Buenos Aires, 2006.
La deconstrucción en una cáscara de nuez. Prometeo Libros, Buenos Aires, 2009.
Borradori, Giovanna: Diálogos con Jürgen Habermas y Jacques Derrida. Taurus, Bogotá, 2003.


Nota: Este es un capítulo de mi libro inédito: Entrevistas póstumas con hombres notables del siglo XX. Diálogos imaginarios a partir de textos reales de los escritores, extraídos de sus libros. El objetivo es ridiculizar el discurso vacío, el lenguaje vacío de filósofos y pensadores de nuestra época, oscuros, enredados, intrincados al exponer cualquier idea. Sátira contra la ambigüedad del lenguaje empleado por ellos. Burla contra quienes consideran que la complejidad idiomática y conceptual de una exposición  es inherente a la sabiduría y al conocimiento.



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