Uno
Descubrí que cuando leo o escribo no voy para ningún lugar. No me dirijo hacia ningún sitio, con mis palabras o con las de otros, aunque parezca que voy para allá. Mi meta como escritor es el lugar donde estoy: la página, la frase, el libro. Por tal motivo no me apresuro cuando leo, escribo o corrijo. Cuando no tengo prisa, en la literatura todo sabe esperarme, si sé estar donde me encuentro. A la metáfora justa, siempre llego en el momento justo, en el instante preciso para mí, para el escritor que la concibió y para mi proceso de escritura interior y exterior.
Dos
En la literatura me experimento en el otro y experimento al otro a través de mí. La intensidad literaria de la experiencia recíproca, autor lector, lector autor, le da vigor y razón de ser a cualquier relación entre la persona que escribe y la persona que lee. Pero siempre es necesario ir más allá de la palabra, de la imagen, del contenido y de los temas. Cuanto importa de un libro y del texto en particular, es la vida que estos son capaces de manifestar a través de sí mismos. Su sentido humano crece con las expresiones de vida que irradian desde cada palabra y cada idea. De aquí que lo importante en el acto de escribir o planear lo escrito, no es el sentimiento sino la cantidad de energía que se manifieste mediante el texto.
Tres
Hay demonios creadores por todas partes, siempre esperando las palabras adecuadas que los evoquen o los invoquen. Demonios que esperan los conjuros y las metáforas, los hechizos y los mantras, los versos, imágenes y silencios que les abran las puertas del corazón, del entendimiento, del asombro y la irracionalidad en el hombre. Están a nuestro lado aunque no los veamos ni presintamos. Junto a nuestra respiración, ocultos en aquellas palabras que por un momento nos inquietan o estremecen, aunque los evitemos o neguemos. Hay seductores demonios en la flor y en la lluvia. En el libro de magia, en los ríos y las montañas, en los árboles, en el sexo. En los libros que menos pensamos. Invaden el ciberespacio y desean ser llamados por el hombre. Desean que el escritor los cite en un poema, los convoque a citas en el espacio de Internet o en lo más profundo de la meditación. Recorren todos los libros. Son la energía que mueve todo proceso de escritura. Están por las calles y las cavernas. Viven en la ternura o en el rencor. Gracias a la escritura, saltan de nuestro interior al mundo exterior y de este se precipitan, sin previo aviso, en nuestra mirada, nuestro corazón o en nuestra conciencia. Una buena noticia: en la literatura, cuando la escribimos, hay demonios que no nos llaman sino que están esperando siempre nuestras llamadas para personificarse en nuestros textos.
Cuatro
Escribir es igual que intentar atrapar un búfalo entre una estampida. Atrapas a uno solo, si tienes tal fortuna, y consideras entonces que atrapaste la turbulenta manada. Más grave aún: el lazo que empleas para atrapar al búfalo es de seda.
Cinco
Bien porque la use como microscopio o telescopio, gracias al instrumento natural de la palabra descubro dioses y demonios donde quieran ocultárseme. Contra la palabra no hay lugar donde pueda esconderse el escritor ni mucho menos el objeto de su escritura.
Seis
En última instancia, cuanto leí, leo o leeré, cuanto escribí, escribo o escribiré, es inútil e infructífero. Todo proceso literario se convierte en inducción para ayudarme a descubrir dicha inutilidad. Sin embargo, continúo escribiendo y leyendo… Tanto profundicé en mí con la lectura de libros, que tengo un vacío enorme.
Siete
Algo sospechoso y ambiguo debe haber en la literatura con tanto crítico intermediario, con tanto intérprete negociando en su nombre.
Ocho
En la literatura siempre habrá argumentos convincentes para llenar de dudas la afirmación o la negación, la duda misma de un lector. Esto no significa que dichos argumentos y quienes los exponen mediante sus libros, sean dignos de confianza.
Nueve
Ese individuo necesita adornarse de complejidad verbal para encubrir sus pensamientos banales. Aquel otro sólo requiere de su verbal sencillez para expresar ideas y pensamientos complejos. Para comunicar algo imperecedero en literatura, este último es el necesario.
Diez
Silencio mi voz para permitir a voces ajenas expresarse a través de la mía. ¿De qué les sirve? ¿Para qué me sirve? Ellas hablando por mí. Yo hablando por ellas. Yo, hablando por mí para que ellas escuchen. Ellas, hablando por ellas para que yo escuche. A nada conduce esta actividad. ¿En qué lugar del camino estamos, ellas allá y yo aquí, cada voz deseando alejarse del sitio donde se encuentra? Bien. Verifiqué que en la literatura todo esto que me agrada o desagrada es irreal. Sin embargo, ¿qué hago con los remanentes que se acumulan en mi imaginación? ¿Dónde arrojo los desperdicios? ¿Los convierto en poesía, en narrativa o en filosofía?
Once
En el espacio del asombro por las cosas y la reverencia hacia ellas, florece el acto literario. Este espacio es el campo de acción de lo intuitivo.
Doce
Como escritor, me importa cuanto sucede en la noche estrellada de un verso o en la constelación de un poema y me es indiferente cuanto sucede en la vida, en las emociones o en el destino del poeta que escribió ese verso o ese poema.
Trece
El tiempo en el cual vivo y el ritmo de la eternidad, se cruzan en la flor que observo y que como escritor intento describir. Aquí, en su forma y su color, nos juntamos para darle tiempo a la eternidad de manifestarse en mi conciencia. También, para darle tiempo a mi transitoriedad de percibir lo infinito. Para el poeta esa flor es la sencilla ecuación de belleza que lo resuelve todo.
Catorce
“Si activas tu mente con drogas sicodélicas, la única forma en que puedes describir lo que sientes es electrónicamente”, señala Timothy Leary. Por cuanto a mí se refiere, considero que si activo mi mente con poesía, la mejor forma en que puedo describir cuanto siento es con palabras o con silencios. Pero palabras y silencios se rechazan, ocupan otras dimensiones, resuenan en distintos campos de la conciencia aunque habiten el mismo cuerpo: el tuyo. Y corren por la misma mente y el mismo cerebro: los tuyos. Por consiguiente, cuando hacemos literatura, cuando percibimos la literatura mediante las palabras, negamos el silencio y nada bueno podemos esperar del ruido que hacen.
Quince
Cuando no soy quien escribe algún texto sobre el papel, son el clima, un atardecer o un amanecer por la carretera que conduce de Calarcá a Barcelona los que escriben sobre mis sentidos y mi espíritu con la neblina que cubre los árboles.
Dieciséis
Si eres un auténtico escritor, si dejas que las palabras te posean y por igual posees a las palabras, no te será ajena la circunstancia literaria de esta anécdota sobre el proceso de escritura de Joyce, que relatan sus biógrafos:
Dicen que fue a verlo un amigo y encontró al notable escritor medio caído sobre el escritorio, en una postura de desesperación total.
—¿Qué te pasa, James? —le preguntó el amigo— ¿Es por el trabajo?
Joyce hizo un gesto de aquiescencia sin levantar la cabeza para mirarlo. Claro que era el trabajo. ¿Podía haber otra razón?
—¿Cuántas palabras has escrito hoy? —prosiguió el amigo.
Joyce, desesperado, aún de bruces en el escritorio, dijo:
—¡Siete!
—¿Siete? Pero James… ¡Está muy bien, al menos para ti!
—Sí —dijo Joyce decidiéndose a levantar la cabeza—, supongo… ¡Pero es que no sé en qué orden van!
Diecisiete
Cuando abro mis sentidos a los misterios que me rodean, descubro las respuestas en la cotidiana presencia y manifestación sencilla de cuanto me rodea. Así mismo, cuando abro mis sentidos a la presencia inmediata y sencilla de lo cotidiano, descubro las respuestas que me dan el misterio y el milagro. Escribo para ausentarme cuando hay gente. Escribo para regresar cuando todos se han ido. Escribo para acompañarme o abandonarme. Todo es más sencillo cuando no escribo.
Dieciocho
Cuando me sumerjo en la escritura de determinados textos, sucede un tipo característico de despoblamiento en mis emociones de todo aquello que me rodea, pero en particular un despoblamiento de seres humanos, de las personas que me rodean. Así, en este despoblamiento de individuos y de todo cuanto los mueve; entre la soledad donde el ser humano no desempeña ningún papel para mi dicha ni dentro de mi proceso de creación literaria, se presenta para equilibrar este sentimiento una sobrepoblación de árboles, de flores, de elementos naturales que contribuyen al acrecentamiento de mi dicha. Desde el bullicio de la multitud no puedo escuchar el canto de las aves, pero desde el canto de las aves sí puedo soportar y comprender las razones por las cuales la multitud es ruidosa y despreciable.
Diecinueve
¿Como escritor eres capaz de escuchar el silencio que hay dentro del minuto? Entonces serás capaz de acceder a su explosión. A la tremenda luz que irradia para permitirte ver cuanto estaba en penumbras a tu lado. Todo aquello que se encontraba sumergido en la oscuridad. Cualquier proceso literario es luminoso aunque hable de oscuridad o se mueva en ella. La explosión concreta del minuto donde se origina el texto, no ensordece ni enceguece. Te revela la presencia no material de las cosas materiales a tu lado.
Veinte
No hay más opciones. Te aproximas a la literatura y te olvidas del escritor. O te acercas al escritor y te distancias de la literatura. También puedes quedarte con el silencio que sigue cuando desaparecen el escritor y su literatura. Esta última puede ser la mejor opción, la menos tóxica cuando te encuentras con el escritor que lee sus textos. Lo grave es el grado de contaminación en que el silencio queda. Por valiosa que sea, no encuentro aún la obra literaria que me induzca a creer en el valor humano de quien la produjo. Siempre escucho dos voces diferentes: la voz de la literatura y la voz de la persona. Esta se silencia y oculta cuando aquella se manifiesta. Casi siempre son opuestas. La belleza del texto literario contrasta con la mezquindad del escritor. Es atractiva la una y repugnante la otra.
Veintiuno
Sé, con certeza, que todas las cosas me observan con detenimiento, afectuosas, naturales y fraternas. Desconozco el lenguaje para descifrar y comprender cuanto me dicen. Por tal motivo las miro de frente, sin eludir sus miradas. Algunos textos que escribo a partir de constatar que me observan, son punto de partida para establecer algo en común. Para intentar encontrarnos en alguna dimensión del ser, del lenguaje, del conocer, de lo estético y lo irracional. Creo que si descifrara cuanto las cosas me hablan, sucedería la iluminación. Sobrevendría un satori desde lo cotidiano y con lo cotidiano, para lo cotidiano.
Veintidós
Mi alejamiento de los seres humanos es proporcional a mi cercanía con la naturaleza. Cuanto más lejos estoy de las personas, más próximo e íntimo siento un árbol, un solitario lugar con plantas, un bosque o un jardín. En la medida en que no escucho el palabrerío de la gente comprendo el movimiento de una hoja en su tallo. Es un lenguaje que nada tiene que ver con el lenguaje literario. Los animales también hacen parte de esta proximidad vital, física y emocional. Hay diálogos de personas que uno escucha sin poder escapar de ellos. Avergüenzan. Abochornan. Decepcionan hasta el punto de llevarnos a preguntar para qué tienen boca y lenguaje los seres humanos. Qué desperdicio del verbo y la energía que impulsa las palabras.
Veintitrés
Pesadilla del escritor cuando muere: todo aquello que dejó publicado. Cuanto queda inédito y puede ser publicado o nunca publicarse. Cuanto se quedó sin escribir y que estaba sólo en su imaginación o en sus proyectos.
Veinticuatro
Y pensar que en mi cabeza de escritor caben por igual las complejas teorías sobre el lenguaje, los abstractos discursos semióticos sobre la literatura y la flor que encuentro en la orilla del camino.
Veinticinco
Como si mi muerte también leyera los libros que estoy leyendo. De alguna forma, también debe estar leyéndolos junto conmigo. Leer para vivir, para entretener la muerte. Cada libro que leemos juntos posterga el momento final. Ninguno de los dos se adelanta en su lectura. Ese acto de comprar libros que nunca vamos a leer, que esperan ser leídos mientras leemos otros, Canetti lo consideraba un acto de rebeldía contra la muerte.
Veintiséis
La tarea del escritor es abrir su espíritu al mundo. Este y la gente, poco a poco se encargarán de llenárselo de podredumbre o de luz. El resto, es trabajo literario.
Veintisiete
Todos los secretos de la existencia se revelan con la sola presencia de las cosas. En particular, con los árboles y los pequeños e inadvertidos brotes de flores y yerbas. La dificultad para comunicarnos con ellos proviene de su lenguaje y del nuestro. La distancia entre el vegetal y el ser humano se puede salvar cuando el poeta, el filósofo, el místico o el artista, imaginan o intuyen. De esta manera se descubren letras, sonidos, símbolos y contenidos en el árbol y en la naturaleza, que aproximan ambos lenguajes. La literatura es el puente. Cada palabra es un elemento con el cual se construye dicho puente.
Veintiocho
El escritor. ¿El escritor? Durante la noche despertar cuantas veces sea necesario y prender la luz. Encender un fósforo. Prender una vela. Accionar el interruptor de la energía. Todo esto puede convertirse en argumento filosófico, en el principio o final de un cuento, un poema o una novela. Es la manera que el escritor tiene para verificar que continúa vivo. Sigue con su mirada la cucaracha ágil que corre por la pared: esta es una prueba de supervivencia más sólida que cualquier disquisición metafísica, biológica o antropológica. Leer con esa luz los títulos de los libros que hay en la biblioteca y comprobar lo vana que puede ser la vida del lector. Lo inútil de sus lecturas frente al paso del tiempo. Palabras en el olvido. Libros que nadie lee, con los cuales el escritor no volverá a intimar, donde quedan sólo los subrayados que con tanto gusto y emoción hizo. Un fósforo que se enciende y la vida adquiere importancia por un momento. Cuando el escritor regresa a su cama, comienza a amanecer. La alcoba se llena de luz.
Veintinueve
Filosofía del narrador contemporáneo: “Cuerpo hijueputa, ¿por qué quieres hacerme descender?”, preguntó el espíritu. “El hijueputa eres tú, que quieres hacerme subir”, respondió en cuerpo.
Treinta
¿Hay un lector para estas virutas en algún lugar?
Me interesa el lector que se lea a sí mismo. Confieso, con Idries Shah, que: “Si no le interesa lo que digo, hay un final para esto. Si le gusta lo que digo, por favor, trate de entender qué influencias han hecho que le agrade. Si le agradan algunas de las cosas que digo, y le desagradan otras, podría tratar de entender por qué. Si le desagrada todo lo que digo, ¿por qué no trata de averiguar qué formó su actitud?”
Es con este espíritu que intento aproximarme a cualquier hipotético lector con dichas cualidades. Son los únicos lectores que me importan.
Del libro inédito Hojas de diario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario