La Perorata
y otras historias (Medellín,
1967) del escritor calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez, fue el primer libro de
minificciones publicado en Colombia.
Uno de los primeros en Latinoamérica también, con amplia
y cíclica serie de minicuentos demarcando la base del texto no superior a la
página o con menor extensión que esta. Sin rodeos, lo enunciaría décadas más
tarde el teórico mejicano Lauro Zavala: “Minificción es la narrativa que cabe
en el espacio de una página”. Dividido en siete secciones: Primeras historias,
Los hombres, Los animales, Horizontes, Charadas, Los órganos y Otras historias,
reúne cuentos integrados de concisa unidad estructural o ciclon cuentístico,
según lo denomina Forrest Ingram. O secuencia cuentística, como define a este
tipo de estructura Gerald Kennedy. Su único antecedente fue el libro de otro
calarqueño, Luis Vidales, quien bajo el nombre de Estampillas incluyó en su
libro de poesía Suenan timbres (Bogotá,
1926) 20 minificciones. Con La Perorata y
otras historias, de manera palmaria Lopera Gutiérrez se erige como el más
representativo pionero de la minificción colombiana, al publicar una obra consagrada
en alto porcentaje a dicho género con 52 cuentos, de los cuales cuatro exceden
la anotada longitud propia de la minificción. En esta reedición, primera que se
hace 43 años después de ser impresa por Ediciones Papel sobrante, de Medellín,
Colombia, bajo la dirección de John Álvarez García y con un consejo editorial
encabezado por los escritores antioqueños Manuel Mejía Vallejo y Darío Ruiz
Gómez se excluyen, con autorización del autor, diez cuentos por razones de
adaptamiento formal y de paginaje a las exigencias editoriales de Cuadernos
Negros.
Esta premeditada mutilación, que no afecta la intención
narrativa original, reitera la idea del ciclo cuentístico minificcional
planteado por Forrest y que, aplicado a los minicuentos de Lopera, muestra su importancia
histórico-literaria. Los textos de La Perorata poseen diversos elementos
característicos del minicuento tradicional, su estructura lógica y secuencial
rematando en final sorpresivo. En ellos se encuentran la anécdota resumida al
máximo, su directo carácter narrativo, prosa sencilla y precisa, lo humorístico
próximo a la sátira, el bestiario, las relaciones intertextuales y el poético
efecto de la instantaneidad comprimida en un suceso cualquiera.
Este libro del escritor quindiano fue una singularidad
cuentística en la época donde no existían referentes teóricos que contribuyeran
a darle claridad a un narrador sobre las técnicas y modos de construcción de
tan refinadas piezas narrativas. Lopera Gutiérrez debe ubicarse en la historia
del microrrelato latinoamericano junto con autores representativos de la llamada
por Violeta Rojo, segunda generación de minicuentistas, que incluye escritores
para quienes tal forma narrativa era una opción individual, y que partiendo de
los años 30 llega hasta los 70 con autores destacados como Julio Torri, Borges,
Monterroso, Arreola, Denevi, Cortázar, Cabrera Infante y Anderson Imbert.
Para cuantos en su época pudieron acceder a los minicuentos
de Enrique Anderson Imbert, por ejemplo a los Casos, de El Grimorio (1961) pero en particular las fantásticas minificciones
de su hermoso libro El gato de Cheshaire
(1965), este fue uno de los paradigmas literarios para introducirse en la
escritura de tal forma narrativa. Leyéndolo, cualquier lector apasionado
deducía qué era un minicuento, de dónde partía y hasta dónde llegaba, qué decía
y cómo lo expresaba. Bastaba dejarse permear por la sutileza de sus imágenes,
por la encantadora irracionalidad de los eventos o por su caudalosa
intertextualidad, para intuir, descubrir y aprehender la esencia de los
componentes formales del minicuento. Lopera escribió sus minificciones entre
1965 y 1966 publicándolas en Medellín el 14 de febrero de 1967. Anterior a su
libro, por esta década sólo estaban Jorge Luis Borges con El Hacedor (1960);
Julio Cortázar, con Historias de Cronopios
y de Famas (1962). Marco Denevi, con Falsificaciones
(1966); Arreola, y su Confabulario total
(1962); analizando tal panorama bibliográfico se valora la trascendente
propuesta narrativa de Jaime Lopera por aquellos años, ignorada por todos los historiadores
del minicuento en Latinoamérica y que pasó inadvertida hasta para la crítica
colombiana. Con esta reedición, se pretende llenar dicho vacío, soldando tal
eslabón del microrrelato colombiano a la cadena de la minificción
hispanoamericana.
Dentro de la bibliografía del minicuento latinoamericano
-lo enfatizo- donde por desconocimiento craso del libro de Lopera Gutiérrez no
existe la menor referencia al mismo, esta obra suya sobresale como uno de los
primeros volúmenes no ocasionales, no combinados. Y que se dedica exclusivamente
a presentar minificciones sin mezcla de otros textos. Posee múltiples elementos
característicos del género cuando apenas germinaba.
Sin proponérselo, Jaime con sus minificciones, varios de
ellas de 4,5,6,7 y 8 renglones (en la primera edición) se anticipa a
sustanciales formulaciones teóricas sobre forma y contenido, respecto a
categorías que del minicuento se expondrían más adelante, al escribir un coherente,
sólido y bien hilvanado y estructurado conjunto de microrrelatos llenos de
modernidad en su estructura y en cada uno de sus componentes, saliéndose de
parámetros del cuento que por los años se escribía en Colombia e
Hispanoamérica. Algo es archiconocido: no era valorado el escritor de minificciones
y sus textos nada significaban para los críticos o historiadores del cuento.
Tímidas y discretas viñetas con las cuales se buscaba resaltar o complementar
otros textos.
Aunque efectivas y orientadoras, no fueron muchas las
influencias literarias que a Lopera le indujeron a privilegiar un molde
narrativo nada común entre los cuentistas jóvenes que daban a conocer sus
trabajos por aquel lapso. “Este libro nació como fruto de una soledad”, señala
Lopera al mencionar su obra. Y agrega: “La Perorata fue mi primer contacto con
la literatura escrita y el género del cuento”. Del minicuento, porque sin tener
conciencia de las proporciones de su trabajo, preparaba los cimientos de la
minificción colombiana y con su libro entraba a conformar ese menguado pero
representativo conjunto de obras que, finalizando los años 60, marcaría un hito
en la historia del minicuento hispanoamericano, a las cuales me referí atrás.
Confiesa Jaime en carta enviada a la editora de Cuadernos Negros, Leidy Bibiana
Bernal: “Dado que ya conocía los cuentos de Borges, de Cortázar, de Max Aub, de
Arreola y de Monterroso, amén de Enrique Anderson Imbert y Fausto Masó, se me
ocurre que con ellos se forjaron las huellas de mi estilo”. No era mucho el
material literario que podían confrontar los escritores de minicuento por los
años 60, ni de fácil consecución los títulos que en diferentes naciones se
publicaban.
Tal vez por esta razón La Perorata pasó inadvertida. Sin
embargo, es el tiempo propicio para rescatarla y darle sitio privilegiado en la
historia de la minificción hispanoamericana. Podemos concluir con estas palabras
del veterano teórico David Lagmanovich, profesor y periodista argentino, quien
puntualiza en la nota preliminar de su libro El microrrelato hispanoamericano
(Bogotá, 2007): “Pero llegó el momento –no podía ser de otra manera- en que
editores y críticos comenzaron a reconocer la realidad que habían ignorado: la
de una clase de textos brevísimos que, si por un lado no caben en las
categorías literarias tradicionales, por el otro gozan cada vez de más lectores
y parecen anunciar o afirmar los rasgos centrales de la modernidad”. Este es
otro de los aportes del Centro de Investigación y Difusión del Minicuento, Lauro
Zavala, al VI Congreso Internacional de Minificción que se realizará en Bogotá
el próximo mes de octubre.
Excelente comentario al libro de Lopera. Tampoco yo sabía. Es un aporte muy valioso para la historia de la minificción y del minicuento en Colombia.
ResponderEliminarUn saludo, Umberto.
Un abrazo, apreciada y admirada Nana.
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