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Ana María Shua |
– …
–aunque lo dude usted, poco me
inquietan las discusiones y propuestas literarias y académicas de los teóricos
respecto al nombre conveniente para los minicuentos. Su escurridiza ligereza
formal y de contenidos, su velocidad para conectarse con universos internos de
los lectores, los hacen dignos de la cantidad de nombres recibidos. La
narradora argentina Ana María Shua, prefiere el de Minificciones, vocablo adoptado
luego de utilizar en un comienzo el de Cuentos brevísimos.
– …
–¿no conoce más de cinco? Clara señal
de importarle más los parloteos con minicuentistas, que el minicuento mismo. Le
nombraré 20, sin especificarle cuáles narradores los propusieron en sus textos aportando
ideas a la confusión, pero también a la holgura y la teoría del nombre para el
género: Cue, Cuentículo, Cuento bonsái,
Cuento jíbaro, Cuento ultracorto, Ficción mínima, Ficción súbita, Microcuento,
Microrrelato, Microficción, Minificción, Nanoficción, Relato de taza de café,
Relato hiperbreve, Haikuento, Relato vertiginoso, Cuento atómico, Instantáneas, Textículo, Ucronía. Un término
fastuoso, melódico y que nadie ha tenido en la cuenta al escribir sobre tal
expresión narrativa, es el de Epífano,
formulado por el escritor colombiano
Juan Carlos Botero. Hay cerca de un centenar, cada cual sustentado con seriedad o humorística
desmesura literaria, por quien lo utiliza y confía en sistematizarlo. Ninguno
otro de los géneros literarios goza de tan multifacética nominalidad. Estos
breves textos se adaptan a decenas de nombres y con todos cumplen sus
cometidos. Es una de las virtudes del minicuento: lo versátil de su nombre le
facilita adaptarse a exigencias, cualidades y defectos del narrador o el lector.
– …
– sí, en particular a las fantasías
de los críticos, a su lenguaje vacío, a la más gozosa de las argumentaciones
hermenéuticas y aclaratorias soñadas por usted. Su ironía me induce a evocar el
magnífico cuento El marciano, de Bradbury, en su libro Crónicas marcianas. El protagonista es
un ser con habilidades empáticas facilitándole cambiar de imagen sin esfuerzo.
Se transforma en los seres rememorados por quienes se le aproximan. Este singular marciano, sensible y dúctil a
las nostalgias y sufrimientos de cuantos lo rodean, sobrelleva continuas
mutaciones, adoptando el aspecto de personas significativas para los individuos
próximos a él. Pasa de mano en mano. Va de emoción en emoción y de sentimiento
en sentimiento, soportando las formas delirantes del ideal de los colonos bajo su influencia, hasta fallecer, exhausto entre
el gentío suplicante y exigente.
Es uno de los más estremecedores cuentos
leídos en mi vida. Turbador, perfecto en su estilo y su argumento, en lo
poético de su contenido. Léalo si quiere. Volviendo a su pregunta… ocurre igual
con los microrrelatos cuando se relacionan con lectores capaces de apreciarlos,
bien para leerlos nada más, o bien para estudiarlos, dándoles un lugar concreto
en el desarrollo de la ficción. Ellos se
configuran y toman la forma –como en el cuento del norteamericano– más querida
del lector, del observador y el estudioso, diseccionándolos.
– …
–
tres nombres me agradan y los empleo sin excluir ninguno. Por el contrario,
los aderezo con otros que el desarrollo de un ensayo me exija: Minificción, minicuento y microrrelato. Los fusiono y manejo a mi
manera, considerando un poco al lector, aunque sin contemplaciones si este se embrolla.
A cada cual corresponde ahondar sobre la cuestión del nombre, si le incumben
dichas sutilezas.
– …
–
de todas maneras, bienvenidos a las complejidades literarias y teóricas del género cuantos elijan cualquiera de sus
facetas para discurrir sobre ellas. El cuento
atómico, con una de sus horticultoras más ingeniosas en lengua
castellana, nombre obligado de cualquier antología y de estudios sobre el
microrrelato, Ana María Shua, es el más gráfico por su pequeñez formal: de cero
a veinte palabras. En cuanto ha transcurrido del siglo XXI, son profusas,
eruditas y cerebrales las aproximaciones teóricas a la minificción. Todas legítimas
y relativas a su vez. Extraordinarias por sus conceptualizaciones, sus malabares
lingüísticos, su singular estética, la originalidad de los investigadores preparados
para competir en las exégesis, pretendiendo ser más originales que cuantos con
anterioridad han escrito sobre ella o
sobre la obra de un minicuentista en particular. Son muchos los defensores y
contrincantes del minicuento a quienes prefiero darles la razón de inmediato,
antes que seguir leyéndoles o escuchándoles sus necios argumentos.
–…
– sí, ese cuento atómico de
Monterroso, mal citado por usted, como lo hicieron tantos, entre ellos Mario
Vargas Llosa y continúan malcitándolo muchos más, es el prototipo clásico:
siete palabras expandiéndose y contrayéndose, implosionando y explotando hasta niveles
de realidad y de ficción indeterminables. Luego de esta entrevista, tal vez
usted vaya y escriba algo semejante, practique su propio juego con El dinosaurio. O querrá imitar alguno
de los cuentos atómicos de Ana María. En
alguna parte, el astrofísico Fred Hoyle alertó al mundo diciendo: “Se pueden escribir cinco líneas que destruirían la civilización”. El desarrollo del
microrrelato es la paulatina destrucción, en pocas líneas, del universo de las
grandes narraciones, mediante algunos centenares de palabras, una página,
veinte vocablos y mucho espacio en blanco antes de la palabra, en la palabra y
luego de la palabra. De La sueñera me agrada este, con 20 palabras:
73
Habéis desobedecido mi orden, dijo el Señor a Adán y Eva. Y sin darles
otra oportunidad, los despertó de golpe.
El tema religioso bíblico, lo encontrarán con frecuencia en toda la obra de Ana María. También es un perfecto cuento atómico, con su
introducción, nudo y desenlace tradicionales para el cuento largo, este:
149
En su sueño, el ventrílocuo es muñeco. El muñeco, en cambio, suele soñar
con la mujer del ventrílocuo.
– …
– ella nunca los ha escrito bajo tal matiz
conceptual, empleando dicha nomenclatura. Aún más, a partir de nuestro diálogo,
si lo escucha y le agrada, tendrá calificativo para sus textos más breves. Por
ejemplo este, uno de los minicuentos recientes de Shua, representante de la
teoría del Clic. “Yo creo en ella”,
señala Ana María, “las minificciones
necesitan espacio, aire alrededor. Tienen que estar solas en la página y
también necesitan espacio cuando se las lee. Una minificción necesita unos 20
segundos de silencio para que se produzca
ese clic de comprensión en la
mente”:
Maremoto busca profeta.
Tres palabras para una historia en veinte
letras. Ningún título. “Nacen
con esa forma y medida. Lo que hago es cambiar muchas palabras, pulirlo y
tratar de perfeccionarlo”, señaló Shua a Soledad Gallego, indagando sobre las posibilidades infinitas de
la minificción. Bruñir, sustraer, desarraigar lo superfluo, prescindir de una parte de lo necesario. Huyamos, la cazadora de
silencios está aquí, gritan por el lenguaje, los párrafos y las frases, cuando
Shua comienza a escribir una minificción.
Un cuento atómico sin rodeos, comprimido al extremo para permitir su reescritura
en la imaginación del lector, con vigorosa identidad discursiva y semántica
capaz de hacerlo funcionar como microrrelato. No son muchos por el estilo y nunca se propuso
escribirlos bajo tal medida, considerando la abundante obra de la narradora
bonaerense.
– …
– el tiempo de lectura y escritura,
sí cuentan. Hoy por hoy, son factores básicos del proceso literario. Dijo Paul
Valery esto, aplicable a las microficciones: “Ya ha pasado el tiempo en que el tiempo no contaba. El hombre
contemporáneo ya no trabaja en cuanto no es abreviable”. A lo cual hace
inteligente acotación Walter Benjamin: “De
hecho, ha logrado incluso abreviar la narración. Hemos asistido al surgimiento
del short story que, apartado de la tradición oral, ya no permite la
superposición de las capas finísimas y translúcidas, constituyentes de la
imagen más acertada del modo y manera en que la narración perfecta emerge de la
estratificación de múltiples versiones sucesivas”.
– …
– andan dispersos, sin continuidad
consciente por parte de la autora, en algunos de sus libros. En Botánica del caos (2000) y Temporada de fantasmas (2004) no hay
ningún cuento atómico. En el primero, la minificción más breve tiene 23 palabras y,
en el segundo, 27.
– …
– esos no son de microrrelatos. La muerte como efecto secundario, es una
novela suya publicada en 1997. Tome notas. Debía traer escritos algunos puntos
de referencia y darle más seriedad a su trabajo. Informarse mejor, antes de llevar
a cabo entrevistas como esta. En cuento ultracorto, los títulos publicados son:
La sueñera, minicuentos comenzados a
escribir en 1974, desde sus 23 años de edad, pero editados en 1984. Es la obra
más valorada por su autora, debido a
la espontaneidad con la cual fue
escrita pero, sobre todo, porque no se esforzaba en publicarla. Pensaba y
actuaba solo para el texto. Aquí incluye
los primeros cuentos atómicos en una serie que los convierte, después de Crímenes ejemplares (Méjico, 1957) de
Max Aub, en pioneros del subgénero en Latinoamérica. Ninguno tiene título y
están encabezados con números de 1 a 250.
Los atómicos son 14, el primero de los cuales en veinte palabras, máxima
longitud del cuento atómico, dice:
El sueño es privilegiado territorio del pecado. Terrible lugar donde se
cumplen y se castigan los sueños que nada satisface.
Posiblemente cuando comenzó a
escribirlos, Ana María Shua no había leído la citada obra y mucho menos se hallaba bajo la influencia de
tal autor, cuyos microrrelatos también carecían de título. Fueron escritos en el exilio mejicano, haciendo
de Aub el padre del cuento atómico en lengua española.
– …
– este de 18 palabras irradia el
estilo de Max: “Lo maté en sueños y luego
no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio”. Le
recomiendo la serie Epitafios. En algún reportaje debe estar el reconocimiento
de Monterroso a su obra. Si no existe, es forzoso inventarlo cuanto antes, para
gloria y descanso del espíritu innovador de Aub en la minificción. Luego de La
sueñera, viene Casa de geishas (1992)
donde hay cinco cuentos atómicos, entre los cuales figura uno célebre, citado e
imitado con reiteración y cuyo texto se convertiría en título de un volumen con
cerca de 900 páginas, el cual contiene toda su narrativa ultracorta y algunos
inéditos (800 textos), escrita hasta 2009:
¡Huyamos,
los cazadores de letras est´n aqu´!
Otro, desolado, de erótica y
sentimental frustración o, por el contrario, si se considera el dorso del
microrrelato, capaz de convertirse en la cínica evocación cuantitativa de una
prostituta o una curtida ninfómana haciendo cuentas de los hombres con quienes no
consiguió hacer sexo. Se incluye en el libro Casa de Geishas (1992) y de él podría decirse, con palabras de Shua
al ser entrevistada por Graciela Pucci y María Capasco: “Las minificciones son como traslúcidos fantasmas de los sentidos. Si
se las mira de frente desaparecen. Hay que aprender a atrapar, desde una
lectura atenta y distraída al mismo tiempo, su significado siempre evanescente”:
El vasto número
3452, 3453, 3454… Cuenta, para dormirse, el vasto número de los hombres
(los imagina saltando una talanquera) que nunca fueron sus amantes.
Estos microrrelatos sí llevan título.
En Botánica del caos (2000) y Temporada de fantasmas (2004) no se encuentra
ningún atómico. En el primero, el más breve es de 27 palabras. En el
segundo, contiene 23. Más adelante viene
la recopilación titulada Cazadores de
letras (2009) y el libro Fenómenos de
circo (2011).
– …
– ¿se refiere a Thomas Bernhard?
– …
– estoy de acuerdo con usted y con
él, y puede aplicarse al sentido del cuento atómico: desde varias décadas atrás,
se nos imposibilita sobrellevar nuestra época como un todo. Solo cuando la confrontamos
fraccionada y la vivimos en sus partes sin intentar entender la globalidad de
cualquier evento, nos resulta tolerable.
– …
– debía preguntárselo a ella misma y
no a mí. Shua considera la escritura de hiperbreves “un trabajo de minero. Hay que seguir una veta, encontrar una buena
piedra en bruto, pulirla hasta que brille. Se puede explicar el trabajo de
cortarla y pulirla, pero la parte de la exploración minera es bastante
misteriosa”.
–…
– ¿traía una agenda? Discúlpeme por
haberle dicho lo de tomar notas. Déjeme
leer en voz alta ese párrafo por usted señalado, el cual sitúa a la narradora por
completo en nuestra época. Voy a leerlo en voz alta, para ambos:
“Hay
algo que yo adoro y es el género de la minificción. Está teniendo enorme difusión
en estos últimos tiempos, en buena parte gracias a internet. Por sus
características, es un género adecuado para leer en pantalla. A medida que el
soporte mejore y se haga más agradable,
como va a suceder, suplantará al libro. Y no me rasgo las vestiduras. Me parece
que va a ser absolutamente positivo. Será una revolución comparable a la producida por la invención de la imprenta. A
mí me preocupa de la literatura, el texto. El soporte no me interesa en
absoluto” El sustentáculo del cuento
atómico será aquella tecnología donde el fragmento prevalece para una sociedad,
según señaló Bernhard, incapaz de afrontar la época como un todo.
– …
– de acuerdo, por eso el minicuento como
género, asciende. Conquista amplios espacios
literarios contra la desidia de los
editores. Asume categorías estéticas, literarias, lingüísticas, filosóficas y sociológicas de las cuales carecía medio siglo
atrás. Toma un lugar fundamental en la literatura y la narrativa
contemporáneas. Imposible ignorarla o subvalorarla, hoy por hoy, convirtiéndose
en la forma literaria de más viable asimilación, para entrar en contacto con
ella a través de múltiples medios. El lector más apático a la lectura, puede
ser atrapado por la presencia física del
microrrelato en la hoja de papel o en la pantalla de un computador. Los cuentos
tradicionales requieren de lugares específicos para su asimilación, mientras el
relato vertiginoso es género de los no–lugares de la lectura. Este de 14
palabras, de Shua, remite a un Shakespeare próximo a Chuang Tse:
94
Lady Macbeth confiesa en sueños el crimen cometido en la vigilia. O al
revés.
– …
– los nombres de minicuento,
microrrelato y minificción, incluyen diversas presentaciones, variados ropajes
de la ficción breve. Uno de estos vestidos decidí llamarlo Cuento atómico. Como tantos estudiosos, lectores y escritores de
minificción, cedí a la tentación de un nombre nuevo. Ponerle otro más al
microrrelato para acomodarme, con este aporte, en algún modesto lugar de la minificción
municipal. La teoría del género gana otra aproximación más, abriéndoles otros espacios
de interpretación a los exegetas, como le ocurre al dinosaurio de Monterroso cuyo
perímetro literario se expande cada vez más, con centenares de páginas
parodiándolo e interpretándolo.
La designación de cuento atómico nació como juego de
nombres para el minicuento, pero de
manera paulatina y zanjada fue volviéndose idea seria. En mis andanzas, hallé
centenares de ficciones breves que no superaban las 20 palabras al relatar una
historia. Autores consagrados, escritores nuevos con propuestas serias o
centenares de personas dispuestas a experimentar con el minicuento, tenían
textos por lo regular de cinco a veinte palabras escritas a propósito, o tal
vez sin saberlo, como en el caso sobresaliente de Ana María Shua a lo largo de
sus libros de microrrelatos.
– …
– … la lectura y escritura del Cuento
atómico, en cuantos ejercen tal
obsesión narrativa haciéndola parte esencial de su cotidianidad literaria, es
disciplina ineludible para no extinguirse abrumados verbalmente por los cuentos
extensos. Categórico recurso contra el
sedante efecto de largas narraciones escritas para quitarnos buena parte de la
vida. Los cuentos tradicionales malversan significativa porción de nuestra
existencia. ¿Qué nos producen esos centenares de extensos relatos leídos a lo
largo de una vida breve? ¿Por qué razón consagrar tanto tiempo a dichas obras?
¿Los autores merecen que nos involucremos con sus extendidos dramas reales o
inventados? Todo cuento atómico es respuesta negativa a estos tres interrogantes. Ana María, desde
La sueñera, es maestra de la intertextualidad y la metaliterariedad:
103
La vida es sueño, reflexiona el engañado
Segismundo. Como si no tuviera, precisamente él, suficientes pruebas de lo
contrario.
–…
– no ponga semejante cara con la
lectura del anterior texto. En su libro Breve
manual para reconocer minicuentos,
Violeta Rojo afirma sin ruborizarse, luego de un erudito y reflexivo recorrido
por la teoría y práctica del microrrelato: “Como
lectores podemos plantearnos que minificción es cualquier texto breve que tanto
el autor como los lectores reconozcan
como tal. Lo único que tengo claro es que el rasgo distintivo que
verdaderamente agrupa a todos los textos que llamamos minificción es la brevedad.
Por tanto, minificción sería cualquier texto breve que alguien considere como tal”. En Casa de Geishas, subrayo este,
de los cinco incluidos:
El que no espera
La tranquila seguridad de saberse muerto y que alguien venga a golpear
(¡con impaciencia!) en la tapa del cajón.
–…
– difícil saberlo y cuanto más lea al
respecto, según le sucedió a Violeta, menos
claro tendrá el tema. ¿Un ejemplo? Se me ocurre el siguiente y la pregunta
puede hacérsela cualquiera, ¿minicuento o chiste? ¿Dónde comienza el uno y
termina el otro? ¿Cuáles son las diferencias exactas, en la forma o en el
contenido? Leámoslo como microcuento y observemos su efecto en nosotros mismos.
Leámoslo como chiste y aumentará la perplejidad sobre el sustrato narrativo del
texto:
Una rubia
Bush y Rumsfeld están sentados en un bar,
bebiendo ambos de la misma botella de cerveza. Entra un hombre quien, sin
ninguna compostura, se acerca a preguntarles:
– ¿Qué hacen aquí?
– Planeamos la III Guerra Mundial –revela Bush.
Con evidente sorpresa, el hombre
interroga:
– ¿En serio? Cuéntenme cuál va a ser su
objetivo.
– Bombardearemos con armas nucleares
a 140 millones de musulmanes y a una rubia –g Rumsfeld.
– ¿Una rubia? ¿Y por qué desean matar
a una rubia? –se conmueve el hombre.
Bush se vuelve entonces hacia Rumsfeld,
corroborándole:
– ¿Lo ves? A nadie le importan 140
millones de musulmanes muertos.
–…
– el matemático Herman
Weyl afirma: “No es de extrañar que
cualquier pedacito de naturaleza elegida (estas gafas o cualquier otra cosa)
posea un factor irracional el cual no podemos ni podremos explicar jamás. Lo
único que conseguimos hacer es describirlo, como en la física, proyectándolo
sobre el telón de lo posible”. El
cuento atómico es un lapidario conjunto de veinte o menos palabras,
proyectándose sobre el telón de lo alusivo. Milimétrico en sus consecuencias.
Penetrante en su sentido. Puntual en la descripción de una imagen o suceso. El
humor puede convertirlo en fina caricatura de un objeto encarnando cualquier
ímpetu humano, como en este cuento atómico de 19 palabras, en Casa de Geishas:
108
Yo contra los huevos fritos no tengo nada.
Son ellos los que me miran con asombro, con terror, desorbitados.
– …
– sí, es la
particularidad de la minificción, más válida cuando se escribe un cuento
atómico demandando alta reducción del contenido y rechazando cualquier tentativa
de amplitud. El desbordamiento de conceptos y descripciones, los prolijos
rodeos donde el autor desea exteriorizarse, son para el cuento tradicional.
Herramientas básicas de textos donde este necesita enmarañar pensamientos
claros tras de exuberantes palabras. O embrollar palabras con las ideas. De
otra manera, considera no contar una historia, no ser escritor de tiempo
completo, o que cuanto muestra carece de importancia y no van a entendérselo.
El cuento
atómico en Ana María Shua es invitación a leerse a sí mismo en la página en
blanco. Por consiguiente, un reto de lectura y escritura para observar la mente
en blanco y percibir, desde aquí, otras
voces del drama, niveles subterráneos de la interpretación, nuevas facetas del
signo bajo diferentes perspectivas de la historia relatada, como en este
atómico de ocho palabras:
213
Toda bruja tiene su escoba o la desea.
Esa escoba, es
símbolo de fertilidad donde el madero representa al órgano viril y las fibras
son el monte de Venus, unión de lo masculino y femenino, plena de esotéricas
leyendas, como en Grecia antigua donde, durante la fiesta de antesterias, almas
de difuntos visitaban las casas de los humanos para recibir ofrendas y luego ser
ahuyentadas barriéndolas con la escoba.
– …
– con sus veinte
o menos palabras, este subgénero de la
ficción súbita es vía directa para transformar un párrafo en capítulo; para
concebir un renglón como párrafo descubriéndole las historias descritas por el
escritor o las señales ofrecidas por
este. Un cuento atómico no va más allá de tres renglones ciñendo un drama con preámbulo,
nudo y conclusión, comprimidos al máximo por el narrador.
Lo ocurrido con
Joyce es ejemplo de la sinopsis necesaria para escribir un cuento atómico. Un
amigo que fue a visitarlo, encontró al escritor inclinado sobre su escritorio,
en postura de absoluta impotencia. “¿Qué te pasa, James?”, le preguntó, “¿es
por el trabajo?”. Joyce hizo un gesto de asentimiento, sin levantar la cabeza
para mirarlo. El trabajo, sí. El arduo oficio de escritor. ¿Podía haber otro
motivo? El visitante insistió: “¿Cuántas palabras has escrito hoy? De bruces
sobre el escritorio, Joyce reconoció compungido: “¡Siete!”. “¿Siete?, James, ¡eso está muy bien, al menos para ti!”, trató de
confortarlo su amigo. “Sí”, replicó el novelista, levantando su cabeza,
“supongo que sí… ¡pero no sé en qué orden ponerlas!”.
– …
– los cuentos atómicos son fruición individual
de la historia, el incidente y el argumento que siempre actuarán como apertura,
paso inicial hacia ninguna parte dentro de lo formal, pero una odisea cuando el
lector supone y relaciona y agudiza sus propias fantasías, participando en el
juego propuesto. Ana María, parodiando a Kavafis, plantea travesuras literarias
como esta:
161
Cuando sientas con narices plenas un
progresivo atronar de cornamusas, sabrás que te estás aproximando a mi ciudad.
Interrupción de
un viaje o un camino, capaces de convertir en cuestión momentánea la
perspectiva de un éxodo, Shua revalida, con su ficción breve, que toda lectura
extensa es éxodo y todo minicuento feliz arribo a la tierra prometida. No
relata cuanto el lector espera se le describa con lujo de detalles, incitándole
más bien a imaginar y crear sus propias fantasías. Concede jerarquía activa al
lector, de aquí su relevancia dentro de la minificción contemporánea en lengua
castellana.
– …
– en un cuento
atómico, el escritor comienza el viaje con el lector, pero en el intervalo de
las veinte o menos palabras, lo deja a su libre arbitrio literario, filosófico,
social o sicológico. La escritura se independiza de lo cuantitativo y se
transforma en cualidad, sin la servidumbre de las imágenes o el palabrerío
sobrepuesto dentro de la narración. Un cuento atómico es lo narrado, sin la
narración. ¿Descubrir y explicárselo todo al lector? ¿Y si se le deja solo y a
partir de una imagen evocadora se le enseña a penetrar en sus historias
particulares? Como en el haiku, el cuento atómico respeta los intrínsecos
universos asociativos del lector consigo mismo y con el texto entre sus manos.
– …
– tal forma
narrativa permite vislumbrar, entre vocablo y vocablo, los despeñaderos
lingüísticos y semióticos del relato. Es un fractal literario, objetivo y
subjetivo, formal y abstracto, no comprensible desde elementos propios del
cuento tradicional. Se proyecta en el espacio creador de quien lo escribe o lo
lee, mediante remembranzas y alusiones, fluctuaciones, contundencias de sus
imágenes e incidentes. Ciento por ciento, dicha condensación narrativa es
irracional, debido a su perfil no explicativo, a los vacíos creados y extraños
horizontes extendidos frente a la mirada del lector.
Una poética
anécdota, adecuada para transformarse en cuento atómico, es el recuerdo del
escritor Pierre Hourcade, quien estuvo cerca de Pessoa al final de su vida.
Declara, perplejo ante la evanescente presencia de Fernando: “Nunca al despedirme, me atreví a volver la
cara; tenía miedo de verlo desvanecerse, disuelto en el aire”. Fueron
numerosas las veces que Fernando se diluyó en el aire diurno o nocturno de
Lisboa, en diferentes lugares, pero pocas personas lo percibieron. Quienes
tuvieron la fortuna de vivir tal experiencia, como Aleister Crowley cuando
acompañó al poeta por una de las céntricas calles de la ciudad, le dieron extensiones
mágicas que en realidad no tenían. Esta afirmación es un estupendo cuento
atómico (18 palabras) de fantasmas. Octavio Paz, en un ensayo sobre el escritor
portugués reconoce algo semejante cuando lo descubre un “taciturno fantasma del mediodía portugués”.
– …
– los cuentos
atómicos estructurándose desde mediados del siglo XX, vuelvo y le cito a Max Aub, padre del
subgénero, pero fusionados a la literatura y la poesía desde millares de años cuando Dios dijo: “Hágase la luz” (verbo, artículo y sustantivo con exclusión total
de adjetivos) son el placer individual
de cuanto en materia narrativa siempre será comienzo, paso inicial hacia
ninguna parte. Interrupción consciente del viaje. Viaje por entre los
significados. Camino hacia los significantes. La tarea del escritor,
afrontándolos con circunspectos estilo y forma, es no contar cuanto el lector
espera se le relate con exceso de pinceladas.
La función de todo cuento atómico es avivar la
imaginación del lector hacia sus propias vivencias y su imaginación. Es
confianza total en quien lo lee, en su pericia literaria y sus referentes
culturales. Al lector se le deja solo. Pocos minicuentistas tan expertos en
este oficio, como Ana María. Sabe acompañar al lector hasta el momento preciso
de abandonarlo a su suerte. A partir de una imagen escueta y evocadora, se le
induce a penetrar en la historia que lee, pero también en sus historias
personales, capaz de recrearlas a partir de lo ofrecido por el narrador. Como
el haiku lo hace, en cierta forma el cuento atómico respeta los íntimos
universos asociativos del lector consigo mismo, con el texto en sus manos y con
cuanto el escritor especifica.
Las palabras del
título no cuentan dentro de las veinte del texto. En ocasiones, un cuento
atómico contiene solo el título, como de manera sarcástica lo representaron en
textos suyos Giovanni Papini, en La
industria de la poesía; y
Gesualdo Bufalino, en El malpensante,
con un texto llamado Cuadros. Los
cuentos con estructura atómica, son textos narrativos aguijoneando la
imaginación del lector hacia sus particulares fantasías. Es la estética certeza
del narrador de que no hay ningún motivo por el cualse vea obligado a expresarle
todo al lector.
Roland Barthes,
explica como el texto literario no está acabado en sí mismo sino hasta cuando
el lector lo convierte en objeto de significado con naturaleza plural. Un
cuento atómico, a veces sin comienzo ni final siempre una especie de relato inacabado que
por su brevedad se transforma en texto sugiriendo múltiples significados, de
acuerdo con sus lectores.
El principio dramático de “las tres unidades”, es decir, “un hecho en un lugar limitado, con
un número limitado de personajes”, dentro del cuento atómico se decanta al
máximo para redondear la historia. Este delicado subgénero del microrrelato, es
la máxima mutación que el cuento tradicional ha sufrido durante su historia. Es
la implosión formal del contenido. Los atómicos que Ana María escribió, son
suficientes para mostrarla como una de las pioneras más importantes de tal
forma narrativa, extendiéndose día tras día en la lengua castellana.
–…
– ¡Sí!