Para el estudio del minicuento
colombiano y su desarrollo histórico, es ineludible indagar la producción
narrativa de múltiples autores nacionales que, sin ser prolijos en su escritura
y sin que hubiesen ahondado en su teoría, incentivados por la magistralidad de
algunos narradores foráneos representativos, publicaron una reducida muestra de
microrrelatos que obedecen a parámetros formales del género al reunir varios de
sus rasgos significativos: brevedad, ironía, anécdota comprimida, lenguaje
preciso y elipsis, sin prescindir de su premisa primordial: desarrollo de la
acción. Uno de tales cuentistas, donde tal proposición es centro de cada
microrrelato, es Nelson Osorio Marín, con pocos minicuentos en su haber, -dispersos en revistas y periódicos-
representativos por el fino empleo de lo simbólico, onírico y fantástico en
acción centrípeta, del minicuento tradicional.
Poeta, compositor y publicista. Nació en
Calarcá, Quindío, en 1941 y falleció en Bogotá, en noviembre de 1997. En el
ámbito literario nacional fue valorado más por su talento en las dos primeras
actividades, que por su creación minicuentística.
Sobre su poesía, con tonos coloquiales y próximos al
discurso narrativo, María Mercedes Carranza, en Manual de literatura colombiana (Bogotá, 1988) precisa:
“Muy
cercano a la sensibilidad de los nadaístas, Osorio incorpora a su poesía los
elementos de los mass–media: el texto del periódico, letras de tangos y
boleros, los mitos, del cine, y utiliza un lenguaje prosaico. Hace poesía de
tema político y canciones al estilo de las que se conocen como canción
–protesta. Los mitos adolescentes de una clase media baja que se nutre en las
fuentes de la cultura de masas como única alternativa de creación, sus
personajes, su lenguaje, son los temas de la poesía de Osorio, la cual tiene el
valor de recrear un mundo netamente colombiano y de crear para él una época que
lo representa”.
El poeta y polémico ensayista colombiano
Harold Alvarado Tenorio, sitúa la producción literaria de Nelson dentro de la
Generación desencantada (1970–1984) descrita así: “Poetas, narradores,
ensayistas y dramaturgos cuyo signo fue la desconfianza respecto de tantas
voces y aplausos y la búsqueda, afanosa, de unas tradiciones dónde asistirse,
luego de la iconoclasia y borrón y cuenta nueva que habían prohijado de la mano
de los Nadaístas los
Frentenacionalistas”.
En
una época donde no se formulaban aún los ilustrativos nombres que, hoy por hoy,
recibe la minificción, Osorio llamó a sus cuentos Microfantasías. Las escribió
entre 1970 y 1976, agrupando veintiocho al final del libro de poesía Al pie de las letras (Bogotá, 1976). Es
posible que comenzara a escribirlas a partir de sus 29 años de edad, por la década
de los 70 cuando la minificción alza vuelo en Hispanoamérica. “En el caso de la
narración breve hispanoamericana podemos observar que es en la segunda mitad
del siglo XX cuando comienzan a abundar estas estructuras narrativas mínimas”, afirma
el erudito teórico David Lagmanovich.
Textos
con extensión menor que la página, cuyo total de palabras va desde una
minificción con sólo cinco –Hiroshima– hasta la más extensa –La deuda–, con 248
palabras; y desde el cuento atómico –máximo 20 palabras– hasta el cuento
ultracorto cuantificado por Zavala –200 palabras–, las microfantasías del
citado volumen son: La visita al río, Imagen, Ruptura, Experimento, Unidad, El
amiguito, Indiferencia, Círculo onírico, Hiroshima, Resurrección, Última
noticia, Premonición, Jugarreta, La deuda, El reverso de la visita,
Metamorfosis, La pregunta, Asombro, Esquizofrenia uno, Materí, lerí leró,
Continuidad, Para un final feliz, Para un final trágico, Esquizofrenia dos; Todo,
abuelo?; No todo, abuelo; No siempre, abuelo y Revelación.
Sin
el poeta concluir estudios de enseñanza media en el colegio Robledo de Calarcá,
única institución educativa para varones que en su modalidad existía en tal
pueblo por aquellos años, su familia se traslada a la cercana ciudad de Pereira
donde, luego de terminar bachillerato, Osorio viaja a Bogotá para estudiar
sociología y derecho, disciplinas que nunca ejerció, cautivado por la
publicidad. Quien más tarde fustigaría a la burguesía colombiana con sus
composiciones musicales, confiesa a Rosa Jaramillo, en entrevista concedida
para el libro Oficio de poeta
(Bogotá, 1978): “Me echaron del colegio oficial por razones nada poéticas y
recibí una beca para continuar en el Liceo Pereira, por entonces el nido de la
flor y nata de la burguesía. Empecé entonces a escribir sobre temas que la
mayoría de ellos no había vivido jamás”. El poeta J. Mario Arbeláez, en
artículo necrológico que escribió para El Tiempo, –17 de noviembre de 1997–, haciendo
eco al sentido del humor y la literaria ironía que caracterizó a Nelson, señala:
“Era
tan amplio su talento y tan varia la invención de su ingenio, que hizo historia
en la publicidad, donde empezó también de la mano del negro Mesa. Puede
catalogarse por tanto, con William Ospina, Fernando Herrera y el suscrito,
entre los publipoetas, membrete con pretensiones peyorativas que nos endilgara
el poeta Roca”. Y añade más adelante, evidenciando el motivo de su
fallecimiento: “Respecto a las causas de su muerte, fue ultimado por el enemigo
pequeño que más personas se ha llevado este siglo, más que las guerras y las
pestes en el territorio Marlboro. A los siete años se fumó su primer cigarrillo
entre unas matas de plátano a escondidas de Laura y don Arturo, y desde
entonces pasaron cincuenta años en que fumó por lo menos veinte cigarrillos
diarios. O sea que en diez y ocho mil doscientos cincuenta días se fumó
trescientos sesenta y cinco mil cigarrillos, hasta el último que lo condujo a
la clínica y se le apagó entre los labios en la ambulancia”.
En
la obra del quindiano, despunta el poeta sobre el narrador. Muchos de sus
poemas, estrofas o fragmentos de aquellos, se dejan leer como prosa narrativa por
contener detalles que predicen al minicuentista. Verbigracia, la forma empleada
en el poema Caso 12K37X, tarjeta IBM ítem 25, nota aclaratoria y final de tres
renglones, donde la equilibrada mezcla de verso y prosa ilustra lo dicho atrás. Dos de sus líneas
pueden leerse con criterio de cuento atómico: “Se quejó a sabiendas de que cada
sílaba costaba centurias entre rejas”. También en el poema Decreto de
emergencia, se observa al minicuentista: “El hambre era tanta que el pueblo se
comió la ausencia del pan. Pero no tenía dónde cocinar: se la comió cruda…y sin
sal, claro está”. En este mismo texto se desprende del verso la siguiente brevísima
narración:
“Como corrían las bolas de que los abnegados
servidores de la patria estaban descargando toda su amabilidad contra los
huéspedes de las cárceles, ‘no puede haber torturas donde no hay torturados’,
decretó el Presidente y los presos desaparecieron como por arte de magia”.
Nelson
Osorio Marín fue escritor con indiscutibles ideas de izquierda expuestas en sus poemas y musicalizadas en populares
composiciones de la época, cuando la canción protesta emocionaba políticamente
a millares de jóvenes latinoamericanos, impulsada por la ideología cultural de
la revolución cubana. Ana y Jaime, Eliana, Norman y Darío, entonaron con éxito sus
cantilenas de apología a la lucha armada, denunciando injusticias
socioeconómicas, magnificando el trabajo del campesino y del obrero o
convocando a la acción radical:
“Tu
fusil, amor,
es
la música más libre bajo el sol,
es
sangre y futuro del amor
tu
fusil, mi amor”.
Un poema con estructura de minicuento,
aunque su autor lo construya en ocho versos, se titula: La justicia cojea pero
llega…coja: “Perdió el hombre/ su mano derecha/ en un accidente de trabajo.
/Hizo eternas antesalas en el Ministerio para reclamar su indemnización: /le
dieron 12 meses de cárcel /porque cuando le exigieron la cédula/ se identificó
con la izquierda”.
A los 22 años de edad Osorio publica su
primer libro de poesía, Cada hombre es un
camino (Bogotá, 1963). Seis años más tarde, edita Algo rompe la mentira (Bogotá, 1969) poemas en prosa con temas de
directa narratividad, rebosante de elementos afines al cuento breve. Siete años
después, aparece su obra final, Al pie de
las letras (Bogotá, 1976), donde
poesía y narrativa compartirán sin ambages espacios de crítica social proponiendo
reivindicaciones del pueblo mediante la lucha armada: “Fabrica cantos de plomo
si quieres cantar en serio”, puntualiza en una de sus composiciones. Y enfatiza
en otra:
Por
una patria del pueblo
lucharemos
calle a calle
pelearemos
monte a monte
venceremos
plomo a plomo.
Demostrando el humor que le caracterizó y
repudiando intereses comerciales de los editores, en el copyrigth de este libro
subvierte normas de los derechos de autor al consentir: “Quedan absolutamente
permitidas la reproducción total o parcial, las imitaciones, variaciones,
tergiversaciones y hasta el plagio burdo o solapado”.
Su producción narrativa incluida en
revistas o libros que acogen minificciones suyas, no llega al medio centenar de
textos. Nana Rodríguez, en el libro Elementos
para una teoría del minicuento (Tunja, 2007) rescata dos microfantasías de
Nelson: El final, donde se suprime el
espacio en el minicuento, y Sensación,
donde la metáfora que emplea el narrador–personaje da noticia sobre otro actor
y la acción conjunta entre ellos, según analiza Nana Rodríguez. Esta ensayista,
singular minicuentista colombiana también, encontró ambos textos de Osorio
Marín en el libro Breve teoría y
antología sobre el minicuento latinoamericano (Neiva, 1993) de Rodrigo Díaz
Castañeda y Carlos Parra Rojas quienes señalan como fuente al Magazín Dominical
del diario El Espectador (Bogotá, agosto 1 de 1982. Pág. 5) donde se publicaron
las microfantasías siguientes: Amonestación, Entrevista, Los bienes ajenos, El
final y este donde rinde homenaje a dos poetas latinoamericanos:
CÉSAR VALLEJO
A
Porfirio Barba
Era
una llama al viento…¡y el viento se incendió!
En
la línea de El dinosaurio, de Monterroso, Osorio escribió varios cuentos
atómicos. El que recuerda la bomba atómica en sólo cinco palabras, es uno de
los más extraordinarios cuentos ultracortos de la minificción hispanoamericana:
HIROSHIMA
Todo
empezó por el final…
Indudablemente,
Nelson Osorio fue el primer colombiano en publicar textos representativos de
dicho género. Veamos otro:
EL FINAL
Ocurrió
aquella noche cuando él perdió la memoria…
Es
posible que haya dejado microfantasías inéditas, si se piensa en el talento de
Osorio para este género y su inclinación por obras que contuvieran
microrrelatos. Por la década de los 70, gozaban de relativa atención y habían
penetrado algunos espacios de la crítica, del interés de los lectores y la distribución
internacional, narradores de la talla de Juan José Arreola, con Varia Invención (Méjico, 1949); Augusto
Monterroso, con Obras completas y otros
cuentos (Méjico, 1960); Marco Denevi, con Falsificaciones (Argentina, 1962); Anderson Imbert, con El gato de Cheshire (Argentina, 1965); Julio
Cortázar, con Historias de Cronopios y de
Famas (Argentina, 1966); Virgilio Piñera, con El que vino a salvarme (Cuba, 1976).
Guillermo Bustamante y Harold Kremer, en
la primera edición de su libro Antología
del cuento corto colombiano (Cali, 1994) olvidaron a Nelson Osorio, vacío
que llenaron, por fortuna, en su Segunda
antología del cuento corto colombiano (Bogotá, 2007) al incluir El
amiguito, uno de los más inquietantes microrrelatos del narrador calarqueño, digno
de la más severa antología de minicuentos sobre espectros y que pudo haber
hecho parte de Comitivas invisibles (Argentina,
2008), cuentos breves de fantasmas, de
Raúl Brasca y Luis Chitarroni, junto a Joyce, Samperio, Anderson Imbert, Ana María
Shua, Gombrowics, Max Aub, Jiménez Emán, Virgilio Piñera o Arreola. Otra de las
injustificables omisiones que pretende resarcir esta valoración de Nelson, es la
de Henry González en su escueto libro La
minificción en Colombia (Bogotá, 2002) sin la menor referencia a quien debe
ocupar sitio relevante entre los representantes de la primera generación de
minicuentistas colombianos.
Las microfantasías, término que concibió
Osorio cuando en la parca teoría del minicuento que circulaba por aquella
década (1960–1970), no se estilaban nombres como minificción, microrrelato,
relato hiperbreve, relato vertiginoso, ficción súbita, cuento corto, etc,
incluídas en Al pie de las letras, identifican al cuentista que afrontó con
regocijo literario la escritura de minificciones, cuando su práctica era incipiente
en Colombia, asimilándolas en su técnica, forma y en sus temas de tendencia
fantástica. Cerca de 20 microfantasías se inscriben dentro de atmósferas que
trascienden los límites de lo real cotidiano, ocupando en ese nivel de lo
fantástico que Bioy Casares enunció como argumental. Descripciones suscintas
cuando no existían teorías del microrrelato, en la actualidad tan
esclarecedoras, ni se habían expuesto en Hispanoamérica los enriquecedores
análisis que sobre minicuento tienen
Zavala, Lagmanovich, Koch, Pollastri, Violeta Rojo, Brasca, Tomassini y
Noguerol, entre otros, estableciendo su estética y sus elementos estructurales
característicos.
Nelson
Osorio Marín fue pionero del minicuento
colombiano. Cuando compiló sus 28 microrrelatos, en Colombia no se habían
publicado los libros con microrrelatos de Jairo Aníbal Niño ni de Harold
Kremer. Luego de Luis Vidales, el más importante referente bibliográfico
pionero del minicuento colombiano por derecho propio es La perorata (Medellín, 14 de febrero de 1967), del escritor
calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez quien, estimulado por microrrelatos de Borges,
Cortázar, Max Aub, Arreola, Monterroso, Anderson Imbert y Fausto Masó, publicó
dicho volumen que se erige como el primero de los libros de minicuentos
dedicado en su totalidad al género. Al pertenecer a la década de los 60, La
perorata hace parte de esa primera generación de libros. Además de Lopera
Gutiérrez, el otro narrador fue Manuel Mejía Vallejo con Las noches de la vigilia (Medellín, 1975) que contiene 36
minicuentos dignos de figurar en la más refinada muestra del microrrelato
latinoamericano. Uno de ellos tiene 22 palabras:
INVASIÓN
Creó
tantos pájaros, que agotó la nada de donde aún no habían sido creados; al
saberse creados, los pájaros agotaron el silencio.
El mismo año que Nelson publicó sus
microfantasías, el narrador costeño David Sánchez Juliao dio a conocer El arca de Noé (Medellín, 1976), con
amplia muestra de minificciones. Era exigua la bibliografía que en Colombia
circulaba sobre el tema. Otro calarqueño, Luis Vidales, quien igual que Osorio,
emigró de la Villa del cacique hacia Bogotá, hizo algo semejante en 1926, cuando
en su libro de poesía Suenan timbres,
incluyó al final 20 minicuentos reunidos bajo el título general de Estampillas.
Con medio siglo de por medio entre ellos y ambos con ideas de izquierda, evidentes
en el ejercicio de sus acciones políticas, empleando lenguajes transgresores en
una sociedad conservadora y mojigata; convirtiendo sus creaciones literarias en
instrumento de denuncia y combate, a Vidales y Osorio debe estudiárseles como hitos
esenciales del minicuento colombiano.
El hecho de resaltar sus textos con un
nombre determinado, diferenciándolos de tradicionales cuentos largos o cortos y demarcando
límites de extensión, hace significativos para la historia de la minificción
colombiana. Nelson Osorio sobresalió por ser de los más críticos compositores colombianos
de canción protesta durante dos décadas, años 60 y 70 y primer lustro de los
80, vocero musical del pensamiento izquierdista que conmovía a Latinoamérica
por aquellos años, mientras en Estados Unidos buena parte del sentimiento
popular se manifestaba en canciones protesta contra la invasión de USA a
Camboya y la guerra de Vietnam. Latinoamérica estaba infestada por dictadores y
líderes políticos corruptos, incapaces de presentar soluciones a la miseria, el
analfabetismo, el desempleo y creciente marginamiento de las clases populares.
Las voces de Nacha Guevara, Mercedes Sosa, Carlos Puebla, León Gieco, Víctor
Jara y Daniel Viglieti, junto a tantas otras menos populares, amplificaban las
quejas del pueblo.
Con los textos que reunió en Al pie de las letras,
Nelson Osorio obtuvo méritos para
figurar en cualquier antología del minicuento colombiano y para que se
consideren sus narraciones dentro de la
minificción latinoamericana, puesto que
la construcción de los mismos está en la línea del microrrelato tradicional con
introducción, nudo y desenlace inesperado. Las microfantasías de Osorio cumplen
a cabalidad con tal requisito que exige David Lagmanovich para las estructuras
narrativas mínimas con extensión menor a una página. “tienen que ir de algo a
algo, de un estado a otro posterior (o incluso anterior), de una causa a su
consecuencia (o viceversa)”. Resumen
bien la trama, el personaje y el ambiente como en los dos siguientes
microrrelatos:
LA VISITA AL RÍO
El
anciano iba al río cada vez que podía. Se miraba en sus aguas, deleitándose. Y
sentía un imperativo deseo de ser río.
Por
eso aquella tarde, camino del pueblo, el anciano no se incomodó al ver que
muchos hombres en traje de baño se acercaban y lo invadían, nadando en él.
JUGARRETA
Estiré
la mano y lo toqué. Sobresaltado encendí la lámpara y... allí estaba, flotando
a unos centímetros del piso, con su título reluciente: Cien años de soledad.
Lentamente
me acerqué y cuando creí que eran el momento y la distancia apropiados me
descargué sobre él. Inútil. Permaneció suspendido en el aire. Al cabo de cierto
tiempo –y sin que mediara mi intervención– se posó en el piso. Lo palpé y lo
releí renglón por renglón, cuidadosamente. Todo igual, excepto algo: no estaba
Remedios la Bella.
Hola Umberto,
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Muchas gracias.
Guri. La Microbiblioteca (www.lamicrobiblioteca.com)